Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

El síndrome de Jerusalén

Amos Oz escribe sobre el fanatismo y su contagio, sobre lo simple que es la vida en blanco y negro. Y para ello expone el conflicto de Oriente Próximo. El escritor israelí aconseja literatura, humor, aprender a escuchar y arriesgarse a ver más allá para salir del círculo. Un libro con mucho de autobiografía.

Amos Oz nació en Israel antes de que se creara el Estado judío. Quizá por esta razón está convencido de que el conflicto entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa sino "un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión: ¿de quién es la tierra?". Son los fanáticos de ambos lados los que buscan el enfrentamiento religioso. A su infatigable acción se debe lo que Amos Oz llama "el síndrome de Jerusalén": "Todo el mundo grita, nadie escucha".

Si los fanáticos pudieran curarse, el conflicto de Oriente Próximo ganaría en racionalidad y posibilidades de entendimien...

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Amos Oz nació en Israel antes de que se creara el Estado judío. Quizá por esta razón está convencido de que el conflicto entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa sino "un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión: ¿de quién es la tierra?". Son los fanáticos de ambos lados los que buscan el enfrentamiento religioso. A su infatigable acción se debe lo que Amos Oz llama "el síndrome de Jerusalén": "Todo el mundo grita, nadie escucha".

Si los fanáticos pudieran curarse, el conflicto de Oriente Próximo ganaría en racionalidad y posibilidades de entendimiento. Pero el fanatismo es más viejo que el islam, el judaísmo y el cristianismo. Amos Oz sostiene que forma parte de la naturaleza humana, es "un gen del mal". El fanatismo es "más contagioso que cualquier virus". Es impresionante comprobar todos los días lo fácilmente que la gente se convierte "en fanática antifanática". Contra el fanatismo, Amos Oz ha reunido tres artículos en un bello libro, que es al mismo tiempo una reivindicación de la literatura en tiempos de conflicto.

CONTRA EL FANATISMO

Amos Oz

Traducción de Daniel Sarasola

Siruela. Madrid, 2003

100 páginas. 9,50 euros

Amos Oz confiesa que de niño también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Un chico de Intifada judío. Pero aprendió a escuchar. "Y así me gano la vida", ironiza. Salir del universo fanático no es fácil. Amos Oz lo explicó en una novela de 1995, Una pantera en el sótano. Salir del fanatismo es abrirse al Otro y aceptar la complejidad. La vida en blanco y negro es muy cómoda por su simpleza. El que la abandona será inevitablemente señalado como un traidor. El traidor es "aquel que cambia a los ojos de los que no pueden cambiar". Para el fanático -que es incapaz de cambiar-, la figura del traidor es insoportable, porque ha escapado de la jaula en la que él está atrapado. Con lo cual refuerza su actitud de superioridad moral, que es la semilla permanente del fanatismo. En Israel -escribirá Amos Oz en otra novela: "Tocar el agua, tocar el viento"- hay demasiada gente que "le desea al prójimo su bien, con toda la fuerza".

La esencia del fanatismo, se

gún, Amos Oz, "reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar". Aunque el conflicto de Oriente Próximo más bien expresa el deseo de obligar a los demás a desaparecer, a marcharse. El fanático, a menudo, está muy orgulloso de que su condición no sea compartida. Hay un irredentismo permanente que forma parte de la condición de fanático. "El fanático se desvive por uno", dice Amos Oz: "O nos echa los brazos al cuello porque nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos".

El libro viaja constantemente de lo particular a lo general (ida y vuelta), del conflicto de Oriente Próximo a la categorización del fanatismo. La urgencia por "pertenecer a" está muy inscrita en la especie humana. Pero en el proceso de globalización -que deja por el camino muchas certezas acumuladas y muchos puntos de referencia que parecían definitivos- se agudiza. "Tal vez el peor aspecto de la globalización", dice Amos Oz, "sea la infantilización del género humano", lo que crea magníficas condiciones para el cultivo del fanatismo.

Humor e imaginación serían los mejores antídotos contra el fanatismo, dice Oz. Su receta sería tan sencilla como ésta: "Leed literatura y os curaréis de vuestro fanatismo". No se conocen fanáticos con sentido del humor. Tener sentido del humor implica habilidad para reírse de uno mismo, para vernos como nos ven los demás. Pero el fanático es incapaz de provocar esta salida de sí mismo. ¿Cómo se inyecta la imaginación? La solución está en la literatura, según Amos Oz. Escribir quiere decir inventar personajes y situaciones. Para perfilar un personaje de una novela tienes que ponerte en su lugar, que entender su razonamiento, que ser capaz de ocupar su posición. Es éste un extraordinario ejercicio contra la intolerancia. Si somos capaces de ponernos en el papel del Otro, estamos creando las condiciones para empezar a hablar. No significa esto que la literatura esté libre del pecado de fanatismo. "Desgraciadamente muchos poemas, muchas historias y dramas a lo largo de la historia se han utilizado para inflar el odio y la superioridad moral nacionalista". Shakespeare, Gogol, Kafka y Faulkner son ejemplos de literatura contra el fanatismo a los que Amos Oz acude.

El sentido relativo de las cosas que Amos Oz predica contra el fanatismo no debe confundirse con un relativismo absoluto y con una equidistancia de alma bella. Amos Oz reacciona contra aquellos impacientes que siempre necesitan saber en cada situación quiénes son los buenos y quiénes son los malos y dice sentirse cómodo en la ambigüedad aunque los judíos le consideren traidor y los palestinos poco comprometido. Y hace la apología del compromiso al decir que "llegar a un acuerdo significa vida". Pero establece dos criterios fundamentales, a mi modo de ver, que le dejan fuera de toda sospecha: "La guerra es terrible, aunque el mal supremo no es ésta sino la agresión". Y "no hay acuerdo que no sea doloroso". Por eso propone que Israel y Palestina firmen un divorcio limpio y justo. Sabiendo que "los divorcios nunca son felices".

Un judío ultraortodoxo mira la ciudad palestina de Beit Jala en Cisjordania desde el muro que proteje el asentamiento judío de Gilo.REUTERS

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