Tribuna:

La garrapata

Lo más sorprendente del borrador del plan Ibarretxe (filtrado para que nos vayamos haciendo a la idea y que tendrá pocas modificaciones meramente cosméticas cuando sea presentado al Parlamento vasco en septiembre) es que, por lo visto, hay gente a la que ha sorprendido sinceramente. Oh, sancta simplicitas! Son los mismos que durante años nos han regañado por "satanizar" al PNV (que, desde luego, nunca tuvo un pacto con el Diablo, más nos valiera, sino solamente una "agenda oculta" bastante previsible y que ha ido cumpliendo con puntualidad encomiable) y por no "dejarles una salida" a lo...

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Lo más sorprendente del borrador del plan Ibarretxe (filtrado para que nos vayamos haciendo a la idea y que tendrá pocas modificaciones meramente cosméticas cuando sea presentado al Parlamento vasco en septiembre) es que, por lo visto, hay gente a la que ha sorprendido sinceramente. Oh, sancta simplicitas! Son los mismos que durante años nos han regañado por "satanizar" al PNV (que, desde luego, nunca tuvo un pacto con el Diablo, más nos valiera, sino solamente una "agenda oculta" bastante previsible y que ha ido cumpliendo con puntualidad encomiable) y por no "dejarles una salida" a los nacionalistas, como si estuviesen encerrados en una jaula, cuando son ellos los guardianes del zoo y quienes deciden si hay que dar de comer primero a los tigres o a las avestruces (por lo general suelen alimentar a los primeros con las segundas). Espero que, al menos, hoy ya nadie tenga dudas sobre lo que pretendía advertir el lema "no al nacionalismo obligatorio" que enarboló la manifestación de Basta Ya el pasado mes de octubre.

En la fase actual, los nacionalistas se proponen sacar adelante una semiindependencia sin demasiadas lágrimas, conseguida rompiendo desde dentro las costuras del Estado de derecho vigente como en la transición se desgarró de dentro afuera el entramado institucional de la dictadura franquista. Una independencia "gratis total", que sea independencia según dependa y que no renuncia de momento a ninguna de las ventajas y fiducias que todavía puede proporcionar el Estado vigente. Usted tendrá garantizado todo lo que ya tiene como español, y además la posibilidad de compartir las exclusivas nacionalistas como vasco. Lo nuestro es sólo nuestro, y lo demás, a medias, faltaría más. De hecho, el Gobierno tripartito ya viene aplicando efectivamente ese criterio (con algunas desinteresadas adhesiones externas, como la de Odón Elorza) en cuestiones que van desde la disolución del grupo Batasuna en el Parlamento hasta los presupuestos, pasando por la educación y otros varios rubros. De ahí su indignación ante las "injerencias" del Gobierno central, del Tribunal Supremo, de jueces antiterroristas o de quien sea el que cuestione una soberanía de facto que se esgrime cuando conviene con aspavientos ofendidos para contribuir a la formación del espíritu nacional de sus votantes.

Así se ha modelado una mentalidad específica en muchos de ellos, que se consideran vascos y sólo vascos en casa, pero ciudadanos españoles de pleno derecho cuando salen "al Estado". Actores, presentadores de televisión, directores de cine, cocineros, futbolistas, ciclistas, escritores y también industrias, supermercados, cajas de ahorro, etcétera, prestan sus buenos oficios con perfecta naturalidad en cualquier lugar de España, pero sin renunciar, desde luego, a tener doble puntuación cuando vuelven al terruño. Tampoco parecen preocupados por saber si sus colegas profesionales o empresariales del resto del Estado gozan de idénticas facilidades para instalarse en el País Vasco. Es lógico, por tanto, que guarden una cautelosa reserva sobre la "problemática" de lo que aquí ocurre, y si sale el tema imprudentemente en una conversación, se escabullan diciendo que el asunto es muy "complejo" o que ellos "no se meten en política". Cuando ETA pone una bomba en el bloque de apartamentos donde veranean en Andalucía o cerca del próspero restaurante que tienen en Levante, ellos sólo saben que no saben nada, y las reclamaciones, al maestro armero, nunca mejor dicho. Sin embargo, según nos cuentan preocupados sociólogos y Odón Elorza, estos aprovechateguis están cada vez más molestos con la intransigencia del Gobierno español, de la policía española, de los jueces españoles y de los periodistas españoles -el "GAL mediático", según nuestro lehendakari, que nunca insulta a nadie- por interferir antidemocráticamente en los asuntos internos de Euskadi. Se trata de la "cruzada antivasca" que denunció Zenarruzabeitia y que puede desembocar en un "divorcio insuperable", según Elorza. En tal divorcio ya pueden ustedes imaginarse cómo se repartirán los bienes gananciales...

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¿Cómo funciona todo esto? Gracias al permanente y permanentemente deplorado chantaje del terrorismo. Es el trasfondo de violencia contra los no nacionalistas (y contra los españoles "invasores") el que garantiza confortablemente que los nacionalistas monopolicen el poder dentro de Euskadi y monopolicen la identidad vasca dentro y fuera. Mientras haya ETA, todas las apuestas políticas en el País Vasco parecen destinadas siempre a ser cobradas por los que invierten en uno de los colores del tapete: llevados por ese impulso, los beneficiarios apuntan ahora la jugada más arriesgada con el plan Ibarretxe, el pleno al cero y saltar la banca. Se trata, sin duda, de una voladura controlada, porque hay que librarse de los controles del Estado, pero no de las ventajas de pertenecer nominalmente a él. Es la esencia misma del parasitismo, y el nacionalismo vasco, hoy por hoy, funciona como una monstruosa garrapata política plantada sobre nuestra democracia, alimentada con la sangre, real o virtual, en forma de amenaza, que no deja de bombearle ETA. Eso sí, haciendo muchos melindres, a pesar de lo nutritiva que le resulta.

Desde luego, el Estado de derecho tiene instrumentos políticos y legales suficientes para oponerse a esta deriva. Pero para ello es imprescindible una clara actitud conjunta de los partidos constitucionalistas, y ese requisito, en el periodo de enfrentamiento electoral reiterado que se avecina, parece cada vez más difícil de cumplir. A bastantes nos preocupa la actitud del PSOE, y no precisamente porque, como algunos radicales del PP, queramos verlo hundido, sino por todo lo contrario: porque queremos que sea una viva y efectiva alternativa política. Por tanto, nos preocupa que siga pareciendo favorecer en toda España un voto supuestamente "inconformista" que no es más que el de los conformistas con los caciquismos locales con vocación de reino de taifas. Nos preocupa la piadosa mención a una fórmula estatal en la que "todos se encuentren cómodos". Eso de la comodidad es algo muy subjetivo: a la princesa que dormía sobre doce colchones de plumas le molestaba el guisante que hacía bulto bajo ellos... Aquí tenemos bastantes princesas dispuestas a encontrar guisantes mientras ello les resulte localmente rentable. Y de los ogros, para qué hablar. Puede ser retóricamente satisfactorio denunciar el "españolismo rancio" del PP, pero no parece gran cura de modernidad desempolvar la Corona de Aragón. Ya puestos, ¿por qué no el Sacro Imperio Romano-Germánico, que también tenía su punto? A mi leal saber y entender, los socialistas no tienen ninguna propuesta nítidamente distinta dela del PP en el País Vasco ni, para lo que afecta al caso, una interpretación diferente de la Constitución. Podrán tener un tono menos bronco o más conciliador que Aznar, pero si quieren ser efectivos y leales al país no les queda más remedio que defender lo mismo. Las "ideas" -por llamarlas así- de Odón Elorza resultan tan útiles y prometedoras para atajar la deriva segregacionista y excluyente del nacionalismo como una pata de palo para ganar el Tour.

En un artículo publicado hace unas semanas en la edición de Cataluña de este diario (En la bifurcación, 18 de julio), el historiador Clará i Cullá concluía diciendo que el partido socialista tiene ante sí un dilema: "Competir con el PP por la defensa de una idea rígida y asfixiante del orden constitucional o capitanear con tanta audacia como pedagogía la revolución cultural y política de la plurinacionalidad". Discrepo del autor en su valoración de un orden constitucional no sometido a las inacabables presiones y chantajes del nacionalismo: "rígido" y "asfixiante" es el orden que los nacionalistas tratan de imponer allí donde gobiernan, no el constitucionalmente expreso, tan claro en el reconocimiento de la pluralidad de modos como en la necesaria defensa de la unidad de fondo. Pero comparto su diagnóstico sobre el dilema en que se halla el PSOE, abocado por algunos malos abogados a ceder la defensa del Estado a la derecha y entregarse a las componendas con quienes representan el tribalismo caciquil del que desea verse libre no ya España, sino toda la Unión Europea.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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