Columna

En español

Soplan vientos propicios para la lengua del imperio en el mundo. No hablamos del Imperio del Mc Donald y la Coca-Cola. Hablamos del imperio con minúsculas, el del toro de Osborne, el cerdo ibérico, la colza y el Quijote. No hablamos del inglés que no sabemos (o que sabemos como Buñuel y Garci y Almodóvar), sino del viejo idioma de Cervantes y Lope y Quevedo, ese que no les vale a nuestros diputados para hacerse entender en el Congreso.

El Instituto Cervantes presentó esta semana su informe anual, El español en el mundo. Anuario 2003, en el que se constata la salud excelente de la...

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Soplan vientos propicios para la lengua del imperio en el mundo. No hablamos del Imperio del Mc Donald y la Coca-Cola. Hablamos del imperio con minúsculas, el del toro de Osborne, el cerdo ibérico, la colza y el Quijote. No hablamos del inglés que no sabemos (o que sabemos como Buñuel y Garci y Almodóvar), sino del viejo idioma de Cervantes y Lope y Quevedo, ese que no les vale a nuestros diputados para hacerse entender en el Congreso.

El Instituto Cervantes presentó esta semana su informe anual, El español en el mundo. Anuario 2003, en el que se constata la salud excelente de la lengua en la que este periódico está escrito. El español, nos dicen, crece de modo sorprendente en la Europa del Este. Los países ocultos durante medio siglo tras el telón de acero, tan amenazadores e inquietantes, tan fríos y tan raros, han descubierto el sol del español y sus baqueteados ciudadanos empiezan a aprenderlo por interés o por curiosidad o ambas cosas a un tiempo. Hay motivos diversos o quizás infinitos, tan legítimos unos como otros, para hacerse con un idioma ajeno, con eso tan sutil y profundo que es una lengua.

Donde resultan claros los motivos que empujan a aprender el idioma español es en Marruecos. Nos lo explica el informe del Instituto Cervantes con pelos y señales. Los ciudadanos marroquíes no aprenden nuestro idioma para leer la última novela de Antonio Gala, a pesar de sus moras y moros y sus atardeceres en la Alhambra. Aprenden español a duras penas para salir de allí. Tampoco es nada raro. Para seguir aquí (para encontrar un puesto de trabajo en la Administración) aprendieron y aprenden nuestra lengua (la vasca) muchos vascos y vascas a los que la cultura de este rincón del mundo les importa lo mismo que la última novela de Antonio Gala (a pesar de sus moros y moras y sus atardeceres en la Alhambra) al marroquí que viaja dentro de una patera o detrás de una pata de cordero en el fondo de un camión-frigorífico.

Uno de los autores del anuario apuntó que programas Hotel Glam o Crónicas marcianas contribuyen notablemente a la difusión del español en el reino de Marruecos. Yo no sé si estas cosas (tétricas) se comentan. Lo que sé es que no puede compararse la influencia de las telenovelas hispanoamericanas que se emiten en Israel con la de los programas de la telebasura nacional que se ven en Marruecos. Equiparar los balbuceos epilépticos de un Martínez Bordiú con el idioma increíble de los culebrones es algo parecido a una blasfemia. Los lingüistas deberían castigar de algún modo (a lo peor condenándole a ver de forma ininterrumpida Hotel Glam) al coautor del anuario del Instituto Cervantes. Por hablar.

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