Análisis:

Desacopladas

Las principales economías de América Latina parecen diferenciarse de esa genérica revisión a la baja de las previsiones de crecimiento para las grandes. Un saludable "desacoplamiento" que se ha reflejado hasta el momento en la mejor evolución relativa de sus activos financieros, consecuentes con mejores registros en la mayoría de los indicadores económicos.

La primera explicación resulta obvia: fue tal el deterioro sufrido en 2002 que, a poco que se normalizaran las excepcionales condiciones de riesgo con que eran contempladas las principales economías de la zona, el comportamiento en 2...

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Las principales economías de América Latina parecen diferenciarse de esa genérica revisión a la baja de las previsiones de crecimiento para las grandes. Un saludable "desacoplamiento" que se ha reflejado hasta el momento en la mejor evolución relativa de sus activos financieros, consecuentes con mejores registros en la mayoría de los indicadores económicos.

La primera explicación resulta obvia: fue tal el deterioro sufrido en 2002 que, a poco que se normalizaran las excepcionales condiciones de riesgo con que eran contempladas las principales economías de la zona, el comportamiento en 2003 mejoraría notablemente. Y esa inflexión ha tenido lugar de forma más explícita precisamente en las economías más castigadas en el pasado reciente, Argentina y Brasil.

Las principales economías de América Latina parecen diferenciarse de la revisión a la baja de las previsiones de crecimiento para las grandes

La primera pasará de una caída del producto del 11,2% en 2002 a crecer el 3,4% y Brasil crecerá al 1,7%, frente al 1,5% de 2002. La contracción registrada el año pasado en el PIB del conjunto de la región, estimada en un 1,2%, le sucederá en 2003 una variación positiva del 1,3%, según el consenso hoy disponible. Ello implica absorber un descenso en el producto interior bruto (PIB) de Venezuela, que se prevé supere el 15% en este año.

Aun cuando cualquier ejercicio de anticipación para el conjunto del año puede resultar de largo plazo en una región tan frágil, lo cierto es que lo transcurrido de 2003 en Argentina y Brasil no invita al pesimismo. De incertidumbre no está exenta Argentina, que afronta elecciones presidenciales, aunque hasta el momento los mercados parecen anticipar que los candidatos hoy considerados como ganadores más probables no llevarían a cabo políticas muy distanciadas de las que están determinando la apreciación del peso y la de los bonos soberanos. Los resultados son suficientemente elocuentes: crecimiento de los ingresos tributarios y de la seguridad social del 56,8% interanual en marzo, superávit de la balanza comercial y expectativas favorables para la definitiva apertura del corralón, en el que todavía se encuentran cerca de 16.000 millones de pesos; todo ello, con variaciones igualmente positivas en las cifras de producción industrial. Son señales que, dada la historia reciente de ese país, no permiten cantar victoria definitiva a quienes consideran que lo peor pasó, pero sí soportan ese margen de diferenciación, siempre que las grandes no vuelvan a sorprendernos con revisiones a la baja.

La otra pieza esencial de Mercosur, Brasil, navega echando por la borda las peores premoniciones que se barajaron ante la eventual victoria de Lula. Las reformas estructurales propuestas avanzan con un apoyo inequívoco del Parlamento, como es el otorgado a la reciente aprobación de la enmienda a la Constitución Federal, tras la cual vendrá la propuesta de autonomía al banco central, con el fin de afianzar su ya bien ganada credibilidad antiinflacionista. La disciplina del partido en el Gobierno está, al menos por el momento, desautorizando a quienes presagiaban la división nada más iniciarse el debate de una medida tan ortodoxa.

Esas actitudes políticas y el comportamiento de la mayoría de los indicadores económicos están posibilitando el retorno gradual de los diferenciales de riesgo-país a niveles menos exagerados que los que precedieron las largas vísperas electorales; de hecho, ya han caído por debajo de los 1.000 puntos básicos, por primera vez desde mayo del pasado año. La apreciación del tipo de cambio del real, por su parte, también da cuenta de esas mejoras, incluida la quizás ahora más relevante, en la evolución del superávit presupuestario primario, al que atiende muy de cerca el Fondo Monetario Internacional (FMI).

No hace falta insistir en que la persistencia de esas mejoras tendrá que contar con la complicidad del resto del mundo, en particular de las grandes economías, para poder seguir vendiendo al exterior y, quizás más importante, para renovar el atractivo inversor ante los capitales exteriores del que disfrutaron durante la segunda mitad de los noventa. Hacerlo en igual medida que entonces es un empeño difícil, pero ya sería suficiente afianzar esta suerte de transición a la normalidad y dejar de ser exportadores netos de capitales. Las señales no son malas, sólo hace falta confiar en que las grandes no se desacoplen demasiado.

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