Columna

¿Superman?

Desde Estados Unidos, España se ve muy lejos. Se ve como un país remoto, mal comprendido, prisionero de cuatro tópicos, inexistente. En noviembre, en un encuentro organizado por la Universidad de Nueva York, unos cuantos españoles y americanos amantes de la literatura española hablábamos de este país desconocido. Ya en esos momentos, en realidad desde el 11 de septiembre, los medios de comunicación preparaban a la población americana para una guerra inminente y ese asunto asaltó nuestra charla. Aunque el americano pueda angustiarse, decíamos, es distinto cómo se contempla una guerra desde Nuev...

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Desde Estados Unidos, España se ve muy lejos. Se ve como un país remoto, mal comprendido, prisionero de cuatro tópicos, inexistente. En noviembre, en un encuentro organizado por la Universidad de Nueva York, unos cuantos españoles y americanos amantes de la literatura española hablábamos de este país desconocido. Ya en esos momentos, en realidad desde el 11 de septiembre, los medios de comunicación preparaban a la población americana para una guerra inminente y ese asunto asaltó nuestra charla. Aunque el americano pueda angustiarse, decíamos, es distinto cómo se contempla una guerra desde Nueva York a cómo puede verse desde España; el pueblo americano ha vivido en el siglo XX los conflictos fuera de sus fronteras, sin sentir en carne propia los desastres de la guerra: no sólo las vidas humanas (ellos también tienen muertos), sino también el fin del ambiente de una ciudad, de esas calles que albergan peripecias anónimas y que están en el corazón de sus habitantes. Cómo se va a entender eso aquí, decíamos, si los jóvenes americanos viven sin la memoria de una guerra; en cambio, nosotros, aunque no especialmente proclives a bucear en el pasado, somos antibelicistas por parte de madre, de padre, de abuelos, de aquellos que vieron el horror con sus ojos. Los viejos de nuestro país son, ahora mismo, personajes en busca de autores que escriban libros de la historia mínima, la oral, la que está escrita en primera persona. Y es urgente, decíamos, porque la vida de los últimos testigos no es eterna. Me acuerdo de aquella tarde de noviembre muy vívidamente: la charla derivó en tertulia en aquella clase de un piso 16 de la Quinta Avenida. España, decíamos, es antibelicista, hemos heredado el horror a lo que otros padecieron. Y aquellos contertulios neoyorquinos progresistas, amantes y expertos en lo mejor de la cultura española, se echaban las manos a la cabeza pensando en lo que estaba a punto de perpetrar ese presidente, Bush, que nunca debió gobernar. Pero el futuro siempre te sorprende. Quién iba a decirnos que uno de los palmeros de Bush sería nuestro presidente. Y que este país remoto, que no pinta gran cosa, andaría en boca de todo el mundo por un motivo mentiroso: salvar la civilización. ¿Pero quién se cree Aznar que es? ¿El hijo de Superman?

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