Editorial:

Texto para la guerra

Nadie se ha llevado a engaño. El proyecto de nueva resolución del Consejo de Seguridad, copatrocinada por EE UU, el Reino Unido y España, es un texto para la guerra. Está articulado de forma que, si se aprueba tal cual, Washington pueda interpretarla como una luz verde para el uso de la fuerza. Sin embargo, el rechazo, ayer, por el Parlamento turco, al no alcanzar la mayoría absoluta de votos, de una resolución a favor del despliegue de 62.000 soldados estadounidenses en Turquía dificulta gravemente la estrategia militar de EE UU para una eventual invasión de Irak desde el norte.También...

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Nadie se ha llevado a engaño. El proyecto de nueva resolución del Consejo de Seguridad, copatrocinada por EE UU, el Reino Unido y España, es un texto para la guerra. Está articulado de forma que, si se aprueba tal cual, Washington pueda interpretarla como una luz verde para el uso de la fuerza. Sin embargo, el rechazo, ayer, por el Parlamento turco, al no alcanzar la mayoría absoluta de votos, de una resolución a favor del despliegue de 62.000 soldados estadounidenses en Turquía dificulta gravemente la estrategia militar de EE UU para una eventual invasión de Irak desde el norte.También la Liga Árabe se mostró ayer inesperadamente unida en su rechazo a un ataque a Irak y a favor de que el conflicto se resuelva en el ámbito del Consejo de Seguridad.

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La guerra es un asunto de extrema seriedad como para lanzarla sobre estrambóticas deducciones jurídicas. Como recuerdan en un manifiesto un nutrido grupo de profesores españoles de Derecho Internacional, el uso legal de la fuerza necesita una autorización explícita del Consejo de Seguridad. Y la propuesta de la tríada no van tan lejos. La idea de que la mera constatación del incumplimiento por Sadam Husein de la resolución 1.441 lleva directamente a suspender el alto el fuego decretado 12 años atrás no se tiene en pie. Los citados profesores alertan de que "la colaboración que el Gobierno de España preste a una acción armada de Estados Unidos, ejecutada sin la autorización expresa del Consejo de Seguridad, hará de nuestro país corresponsable de un ilícito internacional" que podría ser calificado como "crimen de agresión".

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Estados Unidos está intentando convertir al Consejo de Seguridad en simple apoyatura de sus decisiones o condenarlo a la "irrelevancia". Si la ONU cediera a la presión de la Administración de Bush cuando la labor de los inspectores ha empezado a producir frutos, perdería toda credibilidad. Por eso, no ha llegado aún el momento de que el Consejo tenga que pronunciarse sobre la guerra o la paz, sino sobre cómo impulsar la labor de los inspectores. Para ser aprobada, una resolución requiere nueve votos positivos y ningún veto en contra. Rusia es el único miembro que ha anunciado que podría ejercer ese derecho, mientras Francia se reserva la opción del veto, que, de ejercitarla, Washington considerará, en un gesto sin precedentes, como un "acto inamistoso por parte de París". Las presiones que está ejerciendo EE UU, directamente o por socios interpuestos, como Aznar, sobre los eslabones más débiles de este Consejo, empañan la legalidad jurídica y la legitimidad política de una eventual aprobación de la resolución. El previsible de algunos de ellos más parece deberse a coacciones, amenazas o sobornos que a un convencimiento jurídico o político.

Para quienes se resisten a dar el visto bueno a la propuesta de Bush, el uso de la fuerza resulta desproporcionado cuando Sadam Husein no plantea una amenaza inmediata, la diplomacia tiene aún oportunidades y la labor de los inspectores prospera. El jefe de éstos, Hans Blix, se ha convertido en el gozne de la situación. Tras su informe escrito, su exposición oral el próximo viernes debería marcar el rumbo a seguir. El memorándum impulsado por Francia, Alemania y Rusia es razonable, al propugnar unas metas concretas, "programa a programa", y un límite de 120 días a la labor de los inspectores. Entre esta posición y la de EE UU hay otras posibles intermedias. Y si los plazos necesarios para que los inspectores puedan cumplir su labor resultan excesivos para EE UU y el Reino Unido por su costoso despliegue militar en la zona, ¿por qué no ofrecen los europeos y otros países acaudalados, como Kuwait, compartir los gastos?

Hay un acuerdo generalizado de que sin esta presión Sadam Husein no hubiera dado su brazo a torcer. Mantenerla para evitar la guerra es asunto de todos, y muy especialmente de los países con representación en el Consejo de Seguridad. Poco ayudan las declaraciones de Bush de esta semana: mientras los europeos debaten sobre cómo evitar la guerra, la Administración en Washington está ya pensando en el cambio de régimen en Bagdad y en una indeterminada remodelación de poderes en todo el Oriente Próximo, algo no contemplado en ninguna resolución de la ONU.

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