GUIÑOS

Testimonios perennes

En su afán por descubrir la fotografía del pasado, sin olvidar obviamente la más actual, el Photomuseum de Zarautz ofrece estos días la exposición de un clásico del testimonio fotográfico, en muchos casos olvidado por las historias y libros de la materia. Se trata de Chargesheimer (Colonia, 1924-1972) seudónimo de Carl-Heinz Hargesheimer. Fue un personaje polifacético que se preocupó por la escultura, la pintura, la dirección teatral e incluso tuvo algunos escarceos como inventor de máquinas cinéticas.

Con todo, desde 1955 lo más trascendente de sus inquietudes artísticas lo cons...

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En su afán por descubrir la fotografía del pasado, sin olvidar obviamente la más actual, el Photomuseum de Zarautz ofrece estos días la exposición de un clásico del testimonio fotográfico, en muchos casos olvidado por las historias y libros de la materia. Se trata de Chargesheimer (Colonia, 1924-1972) seudónimo de Carl-Heinz Hargesheimer. Fue un personaje polifacético que se preocupó por la escultura, la pintura, la dirección teatral e incluso tuvo algunos escarceos como inventor de máquinas cinéticas.

Con todo, desde 1955 lo más trascendente de sus inquietudes artísticas lo consiguió con la fotografía. Con ella se proyectó hacia la búsqueda de nuevas composiciones que alcanzaron un sólido reconocimiento. Su actitud heterodoxa se refleja en todo su legado. Los dos grandes aspectos en los que incide son el retrato e imágenes del hábitat humano como espejo de la propia condición de su existencia. En lo que respecta al retrato dejó de lado las corrientes donde la persona fotografiada tomaba una pose en la que se consideraba favorecido y por supuesto, además de esta autocomplacencia, trataba de gustar a quien mostraba su imagen.

Eligió lo que se denomina retrato psicológico donde la sublimación de la belleza se alcanzaba descubriendo desde el aspecto físico la personalidad del retratado. Un ejercicio harto complicado que exigía conocer las actividades del modelo y una imaginación importante para trasladar las ideas clave al lenguaje visual. Para conseguirlo, al igual que el resto de los fotógrafos dedicados a estos menesteres (Dianne Arbus, Richard Avedon), cuidaba muy mucho la elección de sus personajes, considerando para ello la fama, el prestigio o la singularidad. Así su colección, en planos donde el rostro ocupa la mayor parte del encuadre, cuenta con las figuras de Louis Armstrong, Ella Fiztgerald o el famoso payaso Adrian Wettach (Grock).

Su otra faceta se vuelca en su ciudad natal, Colonia. Por un lado, fotografía una urbe vacía, en un momento preciso del día, con la misma focal y a la misma altura. Más que la forma le preocupa el concepto en si mismo, y tal como decía buscaba "la máxima objetividad posible". Paralelamente, y manteniendo criterios estilísticos similares, da cuenta de sus convecinos de la cuenca del Ruhr y las orillas del Rin. Busca presentarlas como son, pero, quizás por razones de proximidad afectiva, lo hace con cierto grado de amabilidad e indulgencia. Una muestra de generosidad para engrandecer aún más lo preciado de su obra y, sin duda alguna, su talante humanista, preocupado siempre por no herir la dignidad humana, sello inseparable de su trayectoria artística.

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