Tribuna:

Los límites de la ciudad

Sin lugar a dudas, las víctimas del doble crimen del Putxet son las dos mujeres asesinadas, a quienes nadie les devolverá la vida, así como sus familiares y amigos, que deberán convivir con el recuerdo, con la agustia y con la pregunta, siempre sin respuesta, del porqué. Tal vez los criminólogos nos digan que el asesino también es víctima, porque quien tiene esos impulsos debe ser un enfermo, un niño maltratado, una víctima que se convirtió en verdugo. Pero también tenemos otras víctimas de este y otros crímenes, como el del taxista barcelonés asesinado hace seis semanas: todos nosotros, que ...

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Sin lugar a dudas, las víctimas del doble crimen del Putxet son las dos mujeres asesinadas, a quienes nadie les devolverá la vida, así como sus familiares y amigos, que deberán convivir con el recuerdo, con la agustia y con la pregunta, siempre sin respuesta, del porqué. Tal vez los criminólogos nos digan que el asesino también es víctima, porque quien tiene esos impulsos debe ser un enfermo, un niño maltratado, una víctima que se convirtió en verdugo. Pero también tenemos otras víctimas de este y otros crímenes, como el del taxista barcelonés asesinado hace seis semanas: todos nosotros, que asumimos ese miedo y asistimos sin ser capaces de evitarlo al blindaje de la sociedad. Así, pese a que los bomberos ruegan que no se haga, es cada vez más frecuente que los aparcamientos y las puertas de la calle de las casas se cierren con doble llave, lo cual inutiliza los interfonos, no abrimos al cartero, que deja las cartas desparramadas en el suelo del portal, y tenemos que bajar a calle, aunque estemos en pijama, cada vez que alguien entre o salga de casa. Todos somos víctimas cuando buscamos infructuosamente un taxi a ciertas horas, y son, sobre todo, víctimas los vecinos de ciertos barrios del cinturón barcelonés al que pocos taxistas desean acercarse pasadas las nueve de la noche.

Han tenido que ser las víctimas del Putxet, de General Mitre, y el presunto verdugo de La Mina para que se levanten muros mentales invisibles que muchos no quieren cruzar, para que se reabran fantasmas y maldiciones que estigmatizan a miles y miles de ciudadanos que todos los días se levantan para ir al trabajo, pagan sus impuestos y sólo quieren "vivir su vida y la fiesta en paz". ¿Recuerdan cuando hace dos años, Carlos, de El Gran Hermano, el de las yoyas, se presentaba como vecino de Bellvitge, L'Hospitalet de Llobregat, "un barrio marginal de Barcelona"? En determinados programas, como el de María Teresa Campos, se llegó a debatir si "los chicos de barrios marginales como L'Hospitalet", tenían derecho a ir a dichos concursos. El Ayuntamiento de la segunda ciudad de Cataluña estaba que trinaba y tuvo que emitir un comunicado recordando que ni era marginal, ni un barrio de Barcelona. Porque una cosa es Can Tunis, difícilmente normalizable, que sólo acabará con su estigma con la piqueta municipal, y otra, muy distinta, barrios populares de Barcelona, Santa Coloma, Sabadell, Sant Adrià, Ciutat Badia, L'Hospitalet o Badalona, que están hartos de sentirse señalados con el dedo porque haya un grupo minoritario que históricamente haya vendido droga o haya sido la cuna de delincuentes que han hecho carrera. ¡Deprisa, deprisa!

La Mina, barrio de Sant Adrià que con mayor o menor acierto ha sido objeto de varios programas de la Generalitat para eliminarle ese estigma, es el vecino natural e inseparable de esa Barcelona que nace del 22@ y, sobre todo, de la Barcelona que acogerá el Fòrum Mundial de les Cultures de 2004. Fòrum en el que, pese a que ahora George W. Bush nos los pone difícil, se hablará de multiculturalidad, convivencia y paz, así como de los muros económicos, culturales y religiosos que separan a los habitantes del planeta. Sería una pena que debido a la dejación de los poderes públicos, debido al miedo de todos nosotros, debido a la actitud de unos pocos vecinos de ese barrio, tengamos un gueto estigmatizado en los límites del Fòrum. Que tengamos allí mismo el ejemplo más claro de lo que se pretende combatir con el acontecimiento de 2004.

Xavier Rius-Sant es periodista.

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