Editorial:

Estado de guerra

Con su discurso sobre el estado de la nación, George W. Bush ha puesto a EE UU y al mundo entero en estado de guerra. El mensaje es claro, y así lo han entendido los mercados y los ciudadanos del mundo: Sadam Husein ha dejado pasar su "oportunidad final". Con la leve salvedad de que Bush ha dado un respiro de unos días, al anunciar que el 5 de febrero el jefe de su diplomacia, Colin Powell, presentará al Consejo de Seguridad de la ONU "información e inteligencia" sobre los "programas ilegales de armas de Irak, los intentos de esconder estas armas de los inspectores y sus vínculos con grupos te...

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Con su discurso sobre el estado de la nación, George W. Bush ha puesto a EE UU y al mundo entero en estado de guerra. El mensaje es claro, y así lo han entendido los mercados y los ciudadanos del mundo: Sadam Husein ha dejado pasar su "oportunidad final". Con la leve salvedad de que Bush ha dado un respiro de unos días, al anunciar que el 5 de febrero el jefe de su diplomacia, Colin Powell, presentará al Consejo de Seguridad de la ONU "información e inteligencia" sobre los "programas ilegales de armas de Irak, los intentos de esconder estas armas de los inspectores y sus vínculos con grupos terroristas". Nadie duda de que el régimen de Sadam ha tenido armas de destrucción masiva, de hecho las ha usado y no ha explicado qué ha sido de ellas. Pero, a la espera de saber más, "información e inteligencia" no equivalen a las "pruebas" que muchos reclaman -Estados y opiniones públicas-, sino, a lo sumo, a indicios insuficientes para justificar la guerra. Se puede dar la paradoja de que uno de los objetivos de la guerra sea localizar las armas de destrucción masiva como pruebas a posteriori.

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Bush leyó su primer discurso sobre el estado de la nación el año pasado en un ambiente enrarecido por el 11-S y la guerra de Afganistán. Mientras hablaba, las fuerzas de EE UU estaban librando en el sur de Afganistán una de las más duras batallas de aquella campaña, pero el hecho no mereció siquiera una mención, pues habría puesto de relieve que esa guerra sigue inacabada. Tampoco Bush mentó a Osama Bin Laden. El presidente se concentró en Sadam Husein y el terrorismo, comparándolo al "hitlerismo, militarismo y comunismo", pese a ser la suya una de las administraciones más militaristas de la historia americana.

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Bush, con la ayuda de Blair, ha establecido un vínculo entre Sadam y Al Qaeda, la guerra contra Irak y la "guerra contra el terrorismo", por el supuesto cobijo que habría dado Bagdad a miembros de La Base. Es una estrategia que tiene receptividad en el público estadounidense, alimenta la lógica del miedo frente al terrorismo y facilita la aprobación de programas como el Proyecto Bioescudo, de 6.000 millones de dólares, para el desarrollo de nuevas vacunas, o sistemas de detección temprana de armas biológicas, además de la creación de un Centro de Integración de la Amenaza Terrorista

Bush desveló pocos planes e ideas para la posguerra. El conflicto entre Israel y Palestina sólo mereció una breve frase. Se refirió con más amplitud a la crisis con Corea del Norte, aunque para propugnar el diálogo. Pyonpyang ha demostrado así que la disuasión puede funcionar sin que rechine el doble rasero de medir regímenes a conveniencia de Washington. Con su discurso de tambores de guerra, Bush ha intentado recuperar popularidad y enviar un mensaje a los gobiernos dubitativos para que se unan a su coalición. El apoyo de los estadounidenses a su comandante en jefe ha crecido tras este discurso. Y en cuanto a lo segundo, depende en gran parte de lo que ocurra en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El presidente no mencionó la posibilidad de dar más tiempo a los inspectores o la conveniencia de una segunda resolución antes de lanzar el ataque. Sus palabras fueron claras a este respecto, para que "no haya lugar a equívocos". Si Sadam no se desarma, EE UU "encabezará una coalición para desarmarle".

Aun así, no logró convencer en el terreno económico, al que dedicó la primera mitad de su intervención. El paquete fiscal de 650.000 millones de dólares de aumento de gastos y reducción de impuestos en diez años no ha sido bien recibido ni por los mercados ni por los ciudadanos. La crítica demócrata de que favorece a los más ricos ha calado. Pasó de puntillas sobre la eliminación de los impuestos sobre los dividendos de las acciones, eje de su reciente propuesta. Y en defensa del "conservadurismo compasivo" se centró en el nuevo impulso de 400.000 millones de dólares para el programa sanitario Medicare, fundamentalmente para los mayores sin medios, en un país en el que los jubilados, que son los que más votan, tienen un peso político creciente con la proximidad a la tercera edad de los nacidos en el baby boom.

Bush asegura que no quiere dejar a las generaciones siguientes unas cuentas públicas en déficit, pero ha sido su Administración la que se ha metido en números rojos. Su reelección en 2004 no sólo se juega en la crisis sobre Irak, sino también en la recuperación de la economía. Para que el Congreso apruebe con celeridad su estrategia económica, así como algunas concesiones a la derecha cristiana respecto al aborto y a la prohibición de la clonación, Bush necesita ganar rápidamente esta guerra anunciada. Un auténtico cajón de sastre de consecuencias inquietantes.

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