Columna

Cunqueiro

Lo decía así: "Y ya pueden las notas oficiales y oficiosas decir lo que quieran, que la verdad es que la pobre Galicia está sufriendo, en una parte de su mar, una gran catástrofe sin precedentes". Fue cuando vino el Monte Urquiola (en 1976), "se rasca contra un bajo a la entrada de La Coruña y todo lo que el gallego dejó de soñar de las babas de Leviatán ahora está ahí, ensuciando el mar de los ártabros, destruyendo la población marina y batiendo contra las rocas y llenando de pichi los arenales". La rabia que le entró a Álvaro Cunqueiro por el océano luego fue artículo suyo en ...

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Lo decía así: "Y ya pueden las notas oficiales y oficiosas decir lo que quieran, que la verdad es que la pobre Galicia está sufriendo, en una parte de su mar, una gran catástrofe sin precedentes". Fue cuando vino el Monte Urquiola (en 1976), "se rasca contra un bajo a la entrada de La Coruña y todo lo que el gallego dejó de soñar de las babas de Leviatán ahora está ahí, ensuciando el mar de los ártabros, destruyendo la población marina y batiendo contra las rocas y llenando de pichi los arenales". La rabia que le entró a Álvaro Cunqueiro por el océano luego fue artículo suyo en La Hoja del Mar; en 1982, un año después del fallecimiento del autor de Las mocedades de Ulises, Néstor Luján, su amigo, recogió esos artículos marinos en un libro que sólo parece viejo hasta que se abre. Lo publicó Tusquets y ahora saltan esas palabras como si estuvieran escritas aquí, al borde del océano, rememorando con Yeats (eso hacía Cunqueiro) "la inocencia asesina del mar". Más cerca, Manuel Rivas ha hablado de "la rebelión de los inocentes", aquellos que cubrieron de cruces las playas coruñesas por las que media docena de barcos han ido diciendo ya su feroz metáfora de chapapote. Ahora que de todo ha pasado tanto tiempo, aquel fabulista que alguna se inventó a sí mismo vuelve a decir desde su distancia borgiana cuál es el horizonte herido de los gallegos. Los dramas siempre tuvieron antes sus palabras, es eterno el sufrimiento del hombre, el marinero lo sabe, y su barca que no regresa jamás, la misma que ha visto en su camino lo que fue de los otros, es la prehistoria que regresa. Lo decía Cunqueiro: "Los gallegos estábamos tan tranquilos en vecindad y amistad con el océano, recogiendo en él cosechas de los tiempos más antiguos, y probablemente no supimos que estas oscuras rocas eran el Finisterre, el final de la tierra conocida, hasta que llegó el legionario latino con su pesado paso (...) y vio, con 'religioso terror', hundirse el sol en el mar, allá donde los abismos del Tenebroso se poblaban de enormes bestias". Dijo más; también dijo aquello: "Y ya pueden las notas oficiales y oficiosas decir lo que quieran...". Siempre los poetas lo dijeron antes.

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