La multitud enfervorizada no entendió de protocolos

La llegada ayer del nuevo presidente de la República de Brasil, Luiz Inácio Lulada Silva, al Parlamento Nacional en Brasilia fue una especie de ensayo de lo que va a ser el tipo de gobierno que va a llevar a cabo, fuera de todos los protocolos. Le costó grandes esfuerzos a Lula llegar al Parlamento, porque la muchedumbre que lo esperaba a lo largo del trayecto acabó adueñándose de él, poniendo en jaque a la seguridad.

Los millones de brasileños que seguían la ceremonia por televisión vivieron un momento de terror cuando vieron que los caballos del séquito se espantaban ante la in...

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La llegada ayer del nuevo presidente de la República de Brasil, Luiz Inácio Lulada Silva, al Parlamento Nacional en Brasilia fue una especie de ensayo de lo que va a ser el tipo de gobierno que va a llevar a cabo, fuera de todos los protocolos. Le costó grandes esfuerzos a Lula llegar al Parlamento, porque la muchedumbre que lo esperaba a lo largo del trayecto acabó adueñándose de él, poniendo en jaque a la seguridad.

Los millones de brasileños que seguían la ceremonia por televisión vivieron un momento de terror cuando vieron que los caballos del séquito se espantaban ante la invasión de la gente (uno se derrumbó contra el suelo) y vieron al nuevo presidente casi caerse del coche descubierto, arrastrado por alguien que consiguió llegar hasta él para abrazarlo.

Lula no se inmutó. Sonriente siempre, limpiándose el sudor de la cara continuamente, intentaba tocar las manos tendidas hacia él y desobedecía las instrucciones de que estuviera siempre apoyado con una mano en el coche. Abría continuamente los brazos como queriendo salirse de allí.

Y lo que más chocó es que escenas parecidas se repitieron cuando entró en el pleno del Parlamento, donde, junto con diputados, senadores y ministros, estaban unos cientos de invitados especiales al lado de los representantes de 118 países del todo el mundo, entre ellos Fidel Castro, Hugo Chávez y el Príncipe de Asturias.

A Lula le costó llegar hasta la mesa presidencial del Congreso porque todos querían abrazarle y él mismo se escapaba de un lado a otro para llamar a alguien y saludarle. Los periodistas recordaban que escenas semejantes sólo se habían visto en algunos viajes de Juan Pablo II.

Lula se había despertado con dos noticias felices que le llevaron los periódicos de la mañana. La primera, un sondeo según el cual el 73% de los ciudadanos de este país piensa que 2003 será mejor que el año pasado y el 85% que considera que su vida personal con la nueva era apellidada de "la esperanza contra el miedo" también será mejor que la de 2002.

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La otra, una carta pública del obispo católico más abierto de este país en cuestiones sociales, don Mauro Morelli, responsable de la diócesis de Duque de Caxias, en el Estado de Río de Janeiro, quien llama a Lula "compañero" y que revela que la Iglesia está a su lado.

"Mientras tus caravanas buscaban conocer a Brasil en sus dolores y esperanzas, yo también peregrinaba anunciando que no es justo que entre nosotros haya aún tanta gente pasando hambre", escribe el obispo. Y añade: "Se trata de un problema que es político, ya que somos una de las mayores economías del mundo y grandes productores y exportadores de alimentos".

El obispo pide a Lula que "confíe cada vez más en las mujeres, que son las que descubrieron la agricultura y aseguraron a cada familia el derecho sagrado a la alimentación y la nutrición".

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