Crítica:

El nuevo efecto Cercas

Una evocación a la Marsé, de niño de la posguerra, con homenaje al padre vencido en un Madrid de arrabales y en un pueblo sórdido: Los días de Eisenhower. Un intento de novela histórica con idilio incluido: Los colores de la guerra. Ninguna de las dos se explica si no se atiende a los cambios drásticos que Soldados de Salamina operó, hace menos de dos años, sobre la compleja trama de figuraciones bélicas de la narrativa peninsular: en 2001 toda narrativa de la guerra civil anterior a Javier Cercas pareció convertirse en pasado.

La obra de Rico es voluntariamente mor...

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Una evocación a la Marsé, de niño de la posguerra, con homenaje al padre vencido en un Madrid de arrabales y en un pueblo sórdido: Los días de Eisenhower. Un intento de novela histórica con idilio incluido: Los colores de la guerra. Ninguna de las dos se explica si no se atiende a los cambios drásticos que Soldados de Salamina operó, hace menos de dos años, sobre la compleja trama de figuraciones bélicas de la narrativa peninsular: en 2001 toda narrativa de la guerra civil anterior a Javier Cercas pareció convertirse en pasado.

La obra de Rico es voluntariamente morosa en la presentación y quizá dude demasiado, al principio, entre lo que vive el protagonista y la mera información periodística. Por ejemplo, el barrio que 'tenía algo de colonia de veraneantes, de prolongación anacrónica, casi inverosímil, de la ciudad en unas afueras que se resistían a perder su condición campestre', limitaba con ese río de El Jarama 'una novela ciertamente exitosa en aquel tiempo -aunque para mí, y para quienes constituían mi mundo, absolutamente desconocida- que el paso de los años convirtió en uno de los más claros exponentes del behaviourismo narrativo made in Spain' (página 14). Sin embargo, Rico logra desprenderse de esos lastres para lentamente construir un denso relato de búsqueda edípica que incluye un intento de atentado contra Franco.

LOS DÍAS DE EISENHOWER

Manuel Rico Alfaguara. Madrid, 2002 304 páginas. 13,20 euros

LOS COLORES DE LA GUERRA

Juan Carlos Arce Planeta. Barcelona, 2002 272 páginas. 18 euros

Por otro lado, Los colores de

la guerra sigue con decisión una línea estrictamente superficial, en la que la Historia ya no es un problema sino un decorado; Arce tiene incluso sus cameos. Por ejemplo, el tantas veces tratado (también por Cercas) episodio de la huida y muerte de Antonio Machado: 'Su madre, unos metros más allá, con el pelo empapado en agua de lluvia, se volvía hacia su hijo y como si quisiera dar un paso de baile, le preguntaba: ¿cuándo llegamos a Sevilla?' (página 21). Pero después se concentra en el hipotético robo y sustitución de una tela de Velázquez durante el traslado, en los días finales de la guerra, de los fondos del Prado. En una prosa desconcertante ('entre las sienes de Teresa se instaló entonces un dolor de cabeza derivado de la tensión muscular que mantenía', página 97) y tras una sucesión de escenas que Henry James hubiese llamado 'de ambiente internacional', con funcionarios de uno y otro lado y grandes despachos, Arce culmina con una escena en que la protagonista encuentra la paz en una de las salas del Prado.

Así, aunque ninguna de las dos novelas se asemeja en su totalidad a Soldados de Salamina, las dos adquieren a partir de ella su dimensión más coherente. No sólo porque entre Cercas y Rico hay hilos parciales muy similares -muerte del padre y muerte del poeta, dibujo de un resorte moral en la experiencia del recuerdo-, sino porque incluso Arce parece haber aprendido allí a utilizar la guerra civil como fichero que pone en marcha el mecanismo de la aventura.

De hecho, hasta la publicación de Soldados de Salamina, la contienda española y sus consecuencias eran problemas actuales -tanto discursivos como formales- con los que cualquier novela peninsular, en cualquiera de sus lenguas, debía enfrentarse. Puede decirse que Cercas convirtió la actualidad en pasado: escribió la primera novela histórica de la guerra civil. Probablemente, este cambio de perspectiva tuvo que ver, como señala Jordi Gracia (Hijos de la razón: Contraluces de la libertad en las letras españolas de la democracia, Edhasa, 2001), con sus modelos literarios, y sobre todo con el énfasis elegiaco del final. Este énfasis -con su fuerte sentimentalidad clásica, algo faulkneriana- hasta cierto punto reaparece en Rico y le permite sostener una intriga también detectivesca con un tono de contenido acento próximo al de una oración fúnebre. En Arce sólo se encuentra un remedo de aplastante simplicidad.

¿Hay entonces un efecto

Cercas? Ya la elección de la voz narrativa, en Soldados de Salamina, orientaba hacia la liquidación de la actualidad de la guerra civil y de sus consecuencias para a continuación dejar un decorado -como decorado, intercambiable- con un protagonista arquetípico: el soldado. Pero en Soldados de Salamina no hay, todavía, cartón piedra. Es posible, en cambio, que haya allanado el camino para su utilización: Arce sólo se concibe a partir de esa complacencia. La situación de Rico es otra. Parte, en Los días de Eisenhower, de una evidente fascinación por la mera evocación congelada en fotos y logra superarla: los procedimientos aprendidos en Marsé -figuras y voces que tematizan históricamente la deuda que los vivos tienen con los muertos- atenúan la seducción de una memoria simplificadora. Puede decirse que Arce es el exponente de esa simplificación, que se concreta en la mera novela de aventuras, mientras que en Rico, en cambio, existe aún una política del recuerdo, en la que la aventura supone apenas el inicio del relato, no su objetivo. Probablemente, entre uno y otro se dibuje, en parte, el arco de tendencias de la narrativa española actual.

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