Tribuna:

Tiempo de vetos

Resulta cada vez más creíble que las opiniones vertidas alrededor de ámbitos concretos y de sus principales problemáticas, cuando no rémoras, molestan en ciertos ambientes y activa vetos sobre aquéllos que tienen otras apreciaciones. Y es que cualquier conjetura disonante con las posturas que se acuñan en esta época de gran uniformidad se enfrenta al filtro de los censores aviesos, en unas ocasiones, y de los advenedizos allegados, en otras. Aunque honestamente son éstos últimos, especialmente los afincados al amparo de la Administración pública, los más dignos de temer, sabida su comunión cie...

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Resulta cada vez más creíble que las opiniones vertidas alrededor de ámbitos concretos y de sus principales problemáticas, cuando no rémoras, molestan en ciertos ambientes y activa vetos sobre aquéllos que tienen otras apreciaciones. Y es que cualquier conjetura disonante con las posturas que se acuñan en esta época de gran uniformidad se enfrenta al filtro de los censores aviesos, en unas ocasiones, y de los advenedizos allegados, en otras. Aunque honestamente son éstos últimos, especialmente los afincados al amparo de la Administración pública, los más dignos de temer, sabida su comunión ciega con los prejuicios de quienes deciden hoy sus emolumentos a fin de mes.

¿Por qué tales actitudes? Cabe extraer que todo ello obedece a la necesidad de borrar cualquier indicio de discrepancia, que siempre acaba incomodando, pues no es éste un momento donde guste que se defienda con argumentos, por ejemplo, que las intervenciones en el ámbito del turismo no pueden responder a razonamientos tales como porque sí, por narices o por cualesquiera otros argumentos incardinados exclusivamente en atributos masculinos de orden reproductor. Fijémonos hipotéticamente en el turismo valenciano. Si no se dispone de una buena información sobre la demanda turística, tanto en cuantía como de las características y preferencias de los visitantes, nos aproximaremos innecesariamente al vértigo del fracaso. Y ahí están los resultados. Continúa sin conocerse con certeza cuántos y cómo son los turistas que vienen a la Comunidad Valenciana, lo cual es suficiente para explicar las desviaciones que después surgen entre la demanda potencial de un parque y la efectivamente recibida. Y si no, compruébese la dimensión del precipicio (gap) entre las cifras estimadas en su día y las reales de Terra Mítica hoy.

Pero sorprendentemente las auténticas preocupaciones de algunos responsables públicos se desenvuelven por vericuetos laberínticos y se traducen en inmundicias intelectuales muchas veces inconmensurables. Como muestra, en un curso de verano celebrado en julio de 2001 bajo el patrocinio de Terra Mítica y organizado por la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial, tuvimos la oportunidad de constatar, junto con los responsables del curso, los esfuerzos ímprobos efectuados por un alto mandatario aborigen a fin de modificar el programa, con el único objetivo de eludir la presencia de un ponente incómodo en la mesa en la que también comparecía él. E incluso impidió su asistencia a dicha sesión. Empresas ambas en las que logró éxito, evidentemente. Actitudes de ese calibre ya cuentan con tan numerosos como miserables precedentes; entiéndase por éstos el condicionar los apoyos a congresos al derecho a ejercer el veto sobre conferenciantes; quejas grotescas ante revistas por publicar artículos de autores calificados de llamémosles non gratos; y así todo un sinfín de excesos de poder con los no afectos. Si bien es más sensato y justo tachar simplemente de independientes a quienes mantienen opiniones propias. Paradójicamente, en el curso mencionado de El Escorial debe reconocerse públicamente la exquisita posición de Terra Mítica, y destacar su buen hacer al no haber interferido maliciosamente en la selección de los participantes, lo que representa una expresión evidente de respeto y profesionalidad de los a la sazón gestores.

Entre tanto, algunos camaleones de lo público se entretienen con el golf, a la espera simplemente de su más o menos próxima jubilación en todos los frentes. Sin más ocupación ni preocupación. En las antípodas se encuentran quienes antes, ahora y después no se han dormido y merced a su esfuerzo personal son capaces de opinar con el aval de lo estudiado, investigado y trabajado, y no sólo de lo vivido, que con ser importante, no puede ser el único prisma de raciocinio sobre una actividad productiva, como podría ser el caso de la turística. Recalcar lo estudiado por la obsesión osada que ha mostrado algún ejecutivo público, a fe que poco leído y evidentemente huérfano de estudios, porque un título universitario ejerza de respaldo y apoyo de la trayectoria profesional de las personas a lo largo de su vida. A mí, personalmente, siempre me ha preocupado justo lo opuesto, no por la titulación en sí, que no es determinante en ningún sentido, sino por lo que conlleva de lectura y de ambiente; si se me permite, de esa incipiente intelectualidad que comporta el contacto universitario mientras se cursan unos estudios superiores. Dicho de otro modo, esa pátina que indefectiblemente deja el paso por la Universidad, donde al final cada cual se compromete y se forma a tenor del compromiso y en el grado que le acaban imponiendo sus capacidades, convicciones, intereses, afinidades o mera casualidad, que también influye. Simplemente eso. Y es desolador que esa oportunidad no se encuentre al alcance de todos, porque es irrecuperable, pero no se puede admitir que se desprecie lo que se ignora con tanta desfachatez.

En definitiva, poner a la zorra a cuidar a las gallinas siempre encierra riesgos. Así que dejar en manos de personajes de escasas luces la capacidad de decisión en sectores de reconocida importancia económica es un ejercicio de irresponsabilidad que acabaremos pagando todos. Entre tanto, las alternativas, en épocas de vetos, pasan por el aprendizaje continuo y el aprovechamiento para mejorar las capacitaciones profesionales. En ese sentido destaca el papel que desempeña el entorno universitario, que facilita la especialización desde diversas alternativas a quien opte por ampliar sus conocimientos. Sin olvidar que, en ese mismo ámbito, se brinda en ocasiones la oportunidad de mantener contacto con estudiosos imparciales, alejados del compromiso y de las obligaciones que se exigen a los que regularmente aceptan los diezmos suministrados por autoridades maledicientes.

Hasta aquí algunas ideas que pueden ayudar en determinados momentos laborales, y que deben instruir todos cuantos deseen dedicar todas sus energías a proyectos concretos y no a lamentos por los vetos recibidos de fantoches.

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Vicente M. Monfort es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón. vmonfort@emp.uji.es

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