AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA

El mayor declive de la inversión en 30 años

STEPHEN ROACH, economista jefe del banco de negocios Morgan Stanley, tiene seguidores y detractores. Los primeros confían en su capacidad de prospección sobre lo que va a ocurrir en la economía mundial; los últimos advierten de que sus análisis pecan de catastrofismo. Roach fue uno de los primeros en diagnosticar que después del 11-S, inmerso el planeta en un enfriamiento global, podían multiplicarse los efectos proteccionistas y nacionalistas en Gobiernos e inversores. 'La globalización, el pegamento que une al planeta, se encuentra bajo presiones', dijo.

Casi exactamente un año despué...

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STEPHEN ROACH, economista jefe del banco de negocios Morgan Stanley, tiene seguidores y detractores. Los primeros confían en su capacidad de prospección sobre lo que va a ocurrir en la economía mundial; los últimos advierten de que sus análisis pecan de catastrofismo. Roach fue uno de los primeros en diagnosticar que después del 11-S, inmerso el planeta en un enfriamiento global, podían multiplicarse los efectos proteccionistas y nacionalistas en Gobiernos e inversores. 'La globalización, el pegamento que une al planeta, se encuentra bajo presiones', dijo.

Casi exactamente un año después de los atentados de Nueva York y Washington, Roach estuvo en Madrid y confirmó su diagnóstico previo: los avances en el libre mercado y la cooperación económica están en horas bajas; hay una atmósfera que contamina las transacciones globales; se da una recuperación menos intensa del comercio mundial, ya que 'las ruedas de ese comercio han aminorado la marcha en los últimos 12 meses'; las relaciones transfronterizas son menos cordiales que antes, ya que ha aumentado el precio de los seguros, el coste de las medidas de seguridad y las tarifas de los transportes. El economista manifestó su temor a una doble recesión (double dip) en Estados Unidos, que tendría efectos contaminantes en el resto del mundo, debido al desproporcionado peso de la economía de ese país en el conjunto: un 40% del crecimiento mundial acumulado desde 1995 corresponde a esa economía, mientras su PIB es -¡tan sólo!- de un 21% del total.

Es la primera marcha atrás de la inversión extranjera en una década. En 2001, las inversiones transnacionales se redujeron a la mitad. España no fue una excepción: dejó de invertir y dejó de recibir capitales del exterior

Coincidiendo con el análisis de Roach se conocía el Informe sobre las inversiones en el mundo 2002, elaborado por la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). El resultado es demoledor y confirma las peores perspectivas del economista de Morgan Stanley: en 2001, las inversiones transnacionales cayeron un 51%, el mayor declive en las últimas tres décadas y el primero en los 10 años recientes. Para el año en curso no se prevé un cambio de tendencia, sino una profundización en la misma. En lo que se refiere a España, el signo no varía, aunque sí los porcentajes: la inversión española en el exterior se redujo un 49%, mientras que las entradas de capital se redujeron un 42%.

Las causas de este frenazo profundo son múltiples: el estancamiento económico (causa y efecto); el ambiente de pesimismo creado por el terrorismo del 11-S; la desconfianza en las cuentas de las empresas a raíz de los escándalos de Enron, Worldcom y demás; y el menor número de bodas -fusiones y adquisiciones- entre sociedades. La gran excepción a ese cuadro es China, que es uno de los países menos globalizados (interdependientes) del mundo, a pesar de sus avances.

La UNCTAD y Roach confirman las lecciones más historicistas: que en coyunturas en las que coinciden crisis políticas importantes (unilateralismo de la única superpotencia, posibilidad de una guerra abierta con Irak con lo que supondría para el precio del petróleo, un conflicto semicerrado en Afganistán, etcétera) con crisis económicas (burbuja tecnológica, enfriamiento global, desastre bursátil, indicios sobre la posibilidad de una deflación,...), las economías, como los caracoles, se cierran. Las naciones tienden a aislarse y las empresas multinacionales pierden el apetito de mayores flujos comerciales y de capital: tienden a desinvertir y a reducir la carga de endeudamiento. En resumen, aumenta el conservadurismo y se reduce el grado de globalización económica. Es, por ejemplo, lo que ocurrió tras la Gran Depresión de 1929.

En esa coyuntura, los ciudadanos -que ven aumentar el desempleo, reducir sus ahorros o la capacidad adquisitiva de los salarios- quieren tener Gobiernos en forma, a los que exigen que administren bien y que les provean de un Estado del bienestar universalizado y de unos servicios públicos eficaces y solidarios.

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