LA CRÓNICA

Paloma igual a rata que vuela

He hecho una llamada a la Guardia Urbana para denunciar a unas señoras dementes que se dedican a echar pan mojado a las palomas de la plaza de Catalunya. Después he vuelto a llamar, pero esta vez para denunciar a la perturbada de la avenida de Mistral que hace lo mismo. Llevo todo el día dando vueltas y avistando locas que dan migas a estos pájaros carroñeros. No es legal. Es una falta administrativa penada con una multa. Pero ellas (suelen ser de sexo femenino) nunca pagarán por su delito. Si las increpo, me dicen que las palomas tienen derecho a la vida. ¿Acaso no lo tiene el indefenso céspe...

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He hecho una llamada a la Guardia Urbana para denunciar a unas señoras dementes que se dedican a echar pan mojado a las palomas de la plaza de Catalunya. Después he vuelto a llamar, pero esta vez para denunciar a la perturbada de la avenida de Mistral que hace lo mismo. Llevo todo el día dando vueltas y avistando locas que dan migas a estos pájaros carroñeros. No es legal. Es una falta administrativa penada con una multa. Pero ellas (suelen ser de sexo femenino) nunca pagarán por su delito. Si las increpo, me dicen que las palomas tienen derecho a la vida. ¿Acaso no lo tiene el indefenso césped? Según me acaban de contar en Parques y Jardines (adonde también he llamado), suele morirse si cada día le tiras pan mojado encima.

Barcelona era limpia y feliz. No siempre hemos estado sitiados por esta insalubre plaga

El modus operandi de la delincuente varía según la zona. La de la avenida de Mistral, por ejemplo, no sólo esparce kilos de pan en la zona de juegos infantiles, sino que obtura la fuente pública con una bolsa de plástico, para que forme una especie de bañera artificial donde los bichos beben, defecan y hacen sus abluciones. El resultado es que el agua se desparrama por el suelo, a litros. En contacto con el pan, con los excrementos avícolas, con la tierra y con las plumas, forma una pasta perfectamente apta para embadurnar a un tramposo del póquer. Cerca de esa ciénaga, vive un escritor de natural tenso. Cruza la plaza cada mañana a la misma hora (también es de natural metódico) y masculla: '¿On collons puc comprar verí per matar aquestes bèsties?'. Acto seguido arranca la bolsa de la fuente y la deposita en la papelera. La perturbada le insulta por insensible. Él la insulta por perturbada. A veces, el escritor tenso, para jugar con el efecto sorpresa, se anticipa y la insulta mucho antes de arrancar la bolsa, cuando ella todavía está sentada plácidamente. Ya que la perturbada nunca pagará una multa, espero que, por una cuestión de justicia, el escritor tenso tampoco la pague si consigue veneno para aves y lo esparce alrededor de la fuente, para que coman.

No siempre hemos estado sitiados por esta plaga insalubre. Hubo un tiempo en que Barcelona era limpia y feliz. La historia de cómo llegaron estas ratas voladoras a la plaza de Catalunya me la ha contado el atractivo Lluís Permanyer, que se dedica a cazar curiosidades entre los papeles. A él, a su vez, se la contó el escultor Frederic Marès. El primer artículo de Permanyer sobre los bichos estos fue publicado en el 1988. Resulta que, a punto para la Exposición Internacional del año 29, el funcionario Manuel Ribé, que había visto palomas en las ciudades italianas, creyó que serían decorativas en el centro de la nuestra. (Pero debió de pensar en unas docenitas de palomas, no en los millones que son ahora.) Entonces, sólo había palomas por los alrededores de la Ciutadella, donde por las mañanas se escogía el grano para los caballos de los militares. Las carroñeras bestias revoloteaban por allí para picotear su dosis, mientras el encargado, el sargento Félix Torrubia, hacía el trabajo. Así que Ribé le pidió al sargento que idease la manera de atraerlas hasta la plaza de Catalunya. Félix Torrubia se puso su uniforme, porque de uniforme las palomas le reconocían. Empezó a caminar tirando vezas al suelo y los pajarracos le siguieron. Una vez que hubieron llegado, Torrubia se volvió a vestir de paisano, por lo que pudo irse sin que las palomas se enteraran. Se quedaron en la plaza, donde defecaron y se reprodujeron hasta nuestros días.

Hoy se consideran animales poéticos, sólo por la tontería de que vuelan y son de color blanco. El blanco, ya se sabe, simboliza la paz. Por este primitivo razonamiento, los cerdos que son rosa (y, por cierto, mucho más limpios) tendrían que ser los animales simbólicos del colectivo gay. Gracias a cuatro directores de cine sin ideas, las palomas tienen buena fama. Hemos llegado a un punto de tontería palomera tal que un cuento infantil, por muy aburrido, no violento y no sexista que sea, te queda bien si sacas a una señora harapienta con palomas. Si tu poema no te luce, no hay como describir una paloma. Y la verdad, me parece bastante injusto para otros animales que están considerados proscritos sólo por el hecho de ser marrones. Me refiero a las ratas. ¿Acaso las ratas no son tan nobles como las palomas? Ambas especies son carroñeras, traidoras, despreciables, pelotas, y no paran de comer y de reproducirse. Por eso, para diversificar la oferta y fomentar la igualdad entre los seres vivos, ¿no sería bonito sustutir a las palomas por las ratas? Liberemos unas parejas de ratas en la plaza de Catalunya y en la avenida de Mistral para que los niños les den de comer. Y en los próximos Juegos Olímpico no soltemos palomas, soltemos ratas -si es necesario, con una rama de olivo entre las fauces-. Terminemos con la desigualdad y, en el vídeo de nuestra boda, no nos besemos rodeados de palomas. Rodeémonos de ratas. Total, defecan menos y no destrozan de manera irreversible los monumentos y las fachadas. Me parece precioso que de cara a los actos del Fòrum 2004 tengamos la oportunidad de mostrar a los pueblos que no discriminamos a los animales por el color de su piel. Sí, es cierto que las señoras enajenadas se quedarán sin diversión, pero encontrarán otras. Ir a vender droga a la puerta de los colegios, por ejemplo.

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