Columna

De provincianos y catedráticos

El catedrático José Luis Blas Arroyo, en su artículo publicado el pasado 7 de mayo en EL PAÍS acerca del requisito lingüístico para el acceso a la docencia, manifiesta inicialmente su comprensión hacia el hecho de que 'los hablantes de las lenguas diferentes al castellano deseen verlas normalizadas desde el punto de vista social tras décadas de abandono' para acabar afirmando que, quienes personificamos a éstos hablantes, a lo que aspiramos realmente es a que 'el hijo del cartero o la sobrina del electricista, que son de aquí de toda la vida, les den clases a nuestros hijos', aunque la calidad...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El catedrático José Luis Blas Arroyo, en su artículo publicado el pasado 7 de mayo en EL PAÍS acerca del requisito lingüístico para el acceso a la docencia, manifiesta inicialmente su comprensión hacia el hecho de que 'los hablantes de las lenguas diferentes al castellano deseen verlas normalizadas desde el punto de vista social tras décadas de abandono' para acabar afirmando que, quienes personificamos a éstos hablantes, a lo que aspiramos realmente es a que 'el hijo del cartero o la sobrina del electricista, que son de aquí de toda la vida, les den clases a nuestros hijos', aunque la calidad de la enseñanza vaya a salir perdiendo. Claro que, antes, José Luis Blas ya había sentenciado que eso del requisito 'es una muestra más del provincianismo que ha atenazado secularmente nuestra cultura'.

Tal mezcolanza de caridad y desdén hacia las personas que hemos tenido la fortuna, el interés o la perspicacia suficiente de ser bilingües en un país con dos lenguas oficiales (como lo es la mayor parte del resto del mundo), presentan a este profesor de la UJI no tanto como el garante de la educación superior que debiera ser sino como el sempiterno paternalista a quien no molesta cierta variedad regional de España, siempre que se hable en 'cristiano' cuando se trate de 'cosas serias', por ejemplo, de la enseñanza.

Por el camino, además, este funcionario público deposita su menosprecio hacia carteros, electricistas y su prole. Habrá que oírle hablar del cabrero, hijo de cabrero, Miguel Hernández. O tal vez, el hecho de rimar en castellano lo redima ante sus ojos.

Situados en sus aparentes preocupaciones, no parece aceptable para la calidad de la enseñanza que los profesores de francés o de inglés puedan aprender dichas lenguas después de haber accedido a la docencia, durante 'un tiempo razonable', como propone el catedrático Blas para los profesores que deben usar el valenciano como lengua de aprendizaje y de comunicación en los centros educativos del País Valenciano. No deja de ser curioso que mientras Miguel de Cervantes fue capaz de elogiar la modernidad de la autoría del Tirant lo Blanc sin dejarse tentar por el imperialismo austracista ni por su propio vecindario, José Luis Blas, catedrático de español, considere el conocimiento del valenciano para los profesores que aquí ejercen nada menos que como una 'barrera previa' para salmantinos y andaluces.

Finalmente, un olvido imperdonable en un trabajador de la enseñanza: nada dice el profesor Blas de los alumnos y de su derechos culturales y lingüísticos, aunque ya hemos leído la poca consideración que le merecen los hijos de carteros y las sobrinas de electricistas ¿O se refiere tan sólo a los valencianos?

Vicent Esteve forma parte de la dirección del STEPV

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En