Tribuna:

¿Escudos humanos?

Todo lo hecho y dicho por las autoridades israelíes desde que sus tropas se adueñaran de Yenín indica que allí ha tenido lugar una matanza. Un paso más en la escalada de barbarie protagonizada por el Gobierno de Ariel Sharon desde que subió al poder, en la estela de las hazañas del viejo general al amparar en 1982 el asalto por las milicias cristianas a los campos palestinos de Líbano. Daniel Ayalon, consejero de Sharon, dio ante las cámaras de la CNN la explicación que desde entonces se ha venido repitiendo: si no dejaban penetrar en el campo de refugiados a la prensa, ni a la ayuda sanitaria...

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Todo lo hecho y dicho por las autoridades israelíes desde que sus tropas se adueñaran de Yenín indica que allí ha tenido lugar una matanza. Un paso más en la escalada de barbarie protagonizada por el Gobierno de Ariel Sharon desde que subió al poder, en la estela de las hazañas del viejo general al amparar en 1982 el asalto por las milicias cristianas a los campos palestinos de Líbano. Daniel Ayalon, consejero de Sharon, dio ante las cámaras de la CNN la explicación que desde entonces se ha venido repitiendo: si no dejaban penetrar en el campo de refugiados a la prensa, ni a la ayuda sanitaria internacional, era porque resultaba preciso eliminar el riesgo de minas; en cuanto a los muertos, poco más de cien, escasa contrapartida de los veintitrés soldados, 'entre los mejores', perdidos por el Tsahal, si incluían algunos civiles, era porque los terroristas resistentes habían hecho de ellos escudos humanos.

El crimen se encuentra de este modo doblado por la infamia. Ni por sus creencias religiosas ni por los antecedentes de su conducta en la lucha puede ser creíble que los combatientes palestinos se protegieran detrás de los cuerpos de sus mujeres y de sus ancianos para salvar las propias vidas. Más bien esas víctimas civiles serían el fruto inevitable de una táctica militar presidida por la exigencia de aniquilar a sangre y fuego toda resistencia, sin que importen las pérdidas en hombres armados o en civiles del enemigo palestino, ni, por supuesto, la destrucción de sus ciudades y de sus medios de vida. Hay que pensar lo que debe estar sufriendo Sharon ante las restricciones que le está imponiendo la opinión pública internacional a la hora de reducir a los refugiados en la basílica de la Natividad, en Belén. Por eso, en la medida de lo posible, y Yenín y Ramala son los primeros ejemplos, implanta en cuanto puede el black out para que así su operación antiterrorista no deje ver al exterior su verdadero rostro.

Y no es porque en ese supuesto círculo externo informadores favorables al terrorismo le falte comprensión. En la CNN, la destrucción de Ramala es puesta bajo la etiqueta de 'cambios en la ciudad desde la intervención', y Time lamenta el odio que provoca tanta destrucción. Las imágenes y las declaraciones de los palestinos sugerían algo mucho más duro. Por otra parte, ¿hace falta dejar a cientos de miles de habitantes sin agua, ni luz, y en situación de toque de queda permanente para capturar a los terroristas? ¿Es lícito el asalto con todo tipo de armas a casas donde reside la población civil, así como la destrucción indiscriminada de viviendas y automóviles al paso de los tanques? ¿Es humano negar por ley de la guerra la asistencia médica a los heridos, muchas veces abandonados en las calles? ¿Es humano condenar al hambre a ciudades enteras bloqueando la llegada de la ayuda alimentaria internacional? Las respuestas a esta serie de preguntas parecen claras, como lo sería la que se hiciera acerca de la licitud de la táctica del terrorismo suicida contra civiles por parte palestina. De ellas cabe extraer una conclusión inequívoca: el Gobierno de Israel ha desencadenado una acción de guerra ilegítima, por cuanto se ejerce sobre poblaciones instaladas en territorios que ocupa ilegalmente, y lo hace mediante una violación sistemática y brutal de los derechos humanos.

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En estas condiciones, la calificación adecuada de lo que está sucediendo resulta imprescindible antes de pensar en posibles salidas a la crisis. Insistimos en que son inadecuadas y ofensivas las calificaciones de holocausto y de genocidio, no porque lo sufrido por el pueblo judio entre 1939 y 1945 sea irrepetible -los armenios experimentaron un auténtico genocidio en tiempos de la Primera Guerra Mundial-, sino porque en la estrategia de Sharon no entra el exterminio del pueblo palestino, aun cuando sí su aplastamiento. A la rebeldía palestina y a la escalada de atentados suicidas, el Gobierno de Israel respondió desde muy pronto con medios que sin la cobertura norteamericana, tanto técnica y económica como política, no cabe explicar. Llegó a hacerse habitual la imagen de niños palestinos destrozados por el bombardeo desde helicópteros o aviones de combate con proyectiles 'inteligentes', en busca de supuestos terroristas, pero sin que importara el llamado daño 'colateral'. Lo de estas últimas semanas es, sin embargo, mucho más grave, al invadir y ocupar unas ciudades que habían sido devueltas a la población árabe en aplicación de acuerdos internacionales y bilaterales. Ha llegado así a generalizarse la idea de que Israel puede ser con toda tranquilidad parte, juez y verdugo en el contencioso que mantiene con la Autoridad y el pueblo palestinos. ¿Hay que dar por bueno que todo detenido por el Ejército israelí durante la invasión es un terrorista? La respuesta positiva puede servir para que el apoyo a la política de Sharon suba del 45% al 62% entre la población judía, pero como criterio objetivo carece de todo valor. Por mucho realismo político que se aplique al caso, aun reconociendo que la potencia militar hace de Estados Unidos el guardián supremo del orden en la región, lo ocurrido es al mismo tiempo sangrante e inaceptable.

En suma, holocausto no, pero sí crimen contra la humanidad, cometido además desde unos supuestos jurídicos de ocupación ilegal del territorio y de agresión unilateral. Como consecuencia, queda definida en la situación homóloga, más que análoga, a la que se dio durante la Segunda Guerra Mundial con motivo de las ocupaciones nazis, y aquí sí que si la comparación resulta irritante para muchos israelíes, sólo es posible responderles que antes de secundar a Sharon se miren en el espejo de sus responsabilidades. La evolución negativa de la opinión pública irsraelí es así tan preocupante como la de los norteamericanos todavía hipersensibilizados por los atentados del 11-S. Es posible, pero no está en absoluto probado, que Arafat tenga responsabilidades por acción u omisión en la cadena de atentados suicidas, pero lo que no puede admitirse es asumir esa condena sin procedimiento de prueba alguno porque lo proclame un Gobierno que es hoy por hoy el verdadero protagonista de la violencia.

Conviene repetirlo una y otra vez, para evitar las equidistancias a lo Powell o a lo Piqué. La acción terrorista contra civiles es siempre condenable. No puede olvidarse, sin embargo, que esa forma de violencia se ejerce contra el Gobierno que desde 1967 ocupa ilegalmente Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania, según las resoluciones de las Naciones Unidas, y que el espíritu y la letra de los acuerdos de Oslo fueron desvirtuados por la política de asentamientos de los sucesivos gobiernos israelíes en los años noventa, hasta convertir Cisjordania y Gaza en sendas telas de araña donde los territorios palestinos carecerían de continuidad, estando sometidos a la prioridad y al control de Israel en función de la defensa de las colonias. Arafat pudo cometer un gravísimo error al rechazar el Plan Barak, en nombre de la aceptación del mal menor para su pueblo. Eso no impide que la jerarquía de responsabilidades deba estar clara, tanto por lo que toca al pasado como por la reciente invasión. Si la comunidad internacional, con Estados Unidos a la cabeza, no pone remedio a tales despropósitos, exigir de Arafat que desde su encierro en una guarida cercada ponga fin a los actos de desesperación, lo que se está fabricando es una nueva coartada para que Sharon siga adelante. Powell hizo un aplazamiento simbólico ante un atentado, pero no tuvo inconveniente alguno en departir cordialmente con Sharon mientras proseguía la estrategia de aniquilamiento. Por algo éste se niega a recibir a Solana. Le disgusta quien no le ampara, y en tanto que los buenos oficios norteamericanos sigan el camino actual, tampoco necesita hacer la menor concesión a Europa. Y Bush lo ha dicho todo: Sharon es un hombre de paz.

Para Europa, si desea salir de una impotencia muy costosa a medio plazo, sólo queda el camino de las sanciones contra Israel. No lo tomará. La única escapatoria del horror reside entonces en una internacionalización del conflicto por medio de una conferencia en que la Autoridad Palestina esté presente. De otro modo, es difícil esperar que Palestina, y el propio Israel a largo plazo, puedan normalizar su vida política y sus relaciones. Y no menos difícil es que el mundo occidental en su conjunto escape a una responsabilidad que puede servir por mucho tiempo de justificación al terrorismo islámico. Cargar de razón a Bin Laden es lo peor que Occidente puede hacer, y lo está haciendo. En otro sentido, la racionalización de la tragedia implica la exigencia de otras responsabilidades, las penales para quienes la han desencadenado. Difícilmente podrán justificarse los procesos de Milosevic y otros criminales políticos si Sharon y sus compañeros de Gobierno reciben de antemano, no sólo la absolución, sino las bendiciones de la primera potencia mundial y de sus aliados. Son quizás palabras duras, pero más dura es la suerte de quienes están sufriendo día a día las consecuencias de una injusticia en el plano del derecho internacional y de la brutalidad de un nacionalismo agresivo.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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