Editorial:

Mr. Bush va a China

Al comienzo de su mandato, hace poco más de un año, el presidente Bush describía a China como 'rival estratégico'; no era gravísimo, pero sí inquietante. Durante su visita de estos días, sin embargo, se ha limitado a exhortar amablemente a ese país a seguir el camino de la democracia, casi implicando que puede que ese recorrido haya comenzado ya. Lo que va de ayer a hoy es que el atentado de las Torres Gemelas y la guerra de Afganistán hacen necesaria la cooperación de Beijing en la lucha contra el terrorismo internacional emprendida por George W. Bush.

El presidente no se recató en sos...

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Al comienzo de su mandato, hace poco más de un año, el presidente Bush describía a China como 'rival estratégico'; no era gravísimo, pero sí inquietante. Durante su visita de estos días, sin embargo, se ha limitado a exhortar amablemente a ese país a seguir el camino de la democracia, casi implicando que puede que ese recorrido haya comenzado ya. Lo que va de ayer a hoy es que el atentado de las Torres Gemelas y la guerra de Afganistán hacen necesaria la cooperación de Beijing en la lucha contra el terrorismo internacional emprendida por George W. Bush.

El presidente no se recató en sostener que su país defendería Taiwan, de acuerdo con la Taiwan Act aprobada por el Congreso, pero también templó gaitas recalcando que la política de Estados Unidos sigue siendo la de Una Sola China, es decir, la de que no aceptará nunca la independencia plena de la isla.

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Pero subsisten diferencias de fondo. Bush no ha conseguido ninguna garantía de que China vaya a interrumpir el suministro de tecnología de doble uso, civil y militar, que pueda conducir a la proliferación nuclear. Washington acusa a China de incumplir un acuerdo bilateral de noviembre de 2000, que debería haber restringido la venta de equipo y asistencia para misiles balísticos a Libia, Irán y Corea del Norte, los dos últimos incluidos en la ya famosa tripleta que, según Bush, forma el eje del mal. Igualmente, el despliegue militar de EE UU en Asia Central, derivado de la guerra afgana, no puede hacer feliz a Beijing.

La promoción de la democracia, aunque sea de manera tan episódica, será siempre de alabar, así como cualquier tentativa de controlar la proliferación de ingenios balísticos nucleares. Pero la visita a China muestra los límites de la hegemonía mundial norteamericana. Irak puede que pague un día por haberse dotado de armas de destrucción masiva, pero con China lo más que puede hacer Bush es ir a pedir que, por favor, no vaya derramando por ahí una tecnología que, como las armas, seguro que la carga el diablo.

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