Crítica:

El viejo credo del futuro

Si el pragmatismo es una invitación a tomar en consideración el valor de las cosas (incluidas las ideas) por sus consecuencias, un filósofo pragmatista como Richard Rorty debería empezar a preocuparse por algunas de las consecuencias de la divulgación de sus ideas, entre las cuales se cuenta, según parece, el hecho de que al haberse convertido en un producto cultural que el mercado de los conocimientos aprecia por su relativamente buena aceptación por parte de los consumidores, la demanda de su nombre al pie de un libro o de un artículo crece más deprisa que sus posibilidades de satisfa...

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Si el pragmatismo es una invitación a tomar en consideración el valor de las cosas (incluidas las ideas) por sus consecuencias, un filósofo pragmatista como Richard Rorty debería empezar a preocuparse por algunas de las consecuencias de la divulgación de sus ideas, entre las cuales se cuenta, según parece, el hecho de que al haberse convertido en un producto cultural que el mercado de los conocimientos aprecia por su relativamente buena aceptación por parte de los consumidores, la demanda de su nombre al pie de un libro o de un artículo crece más deprisa que sus posibilidades de satisfacerla, lo que trae como resultado la proliferación de textos repetitivos o simplemente repetidos cuya aportación intelectual desmerece con respecto a obras anteriores. Éste es el caso de La filosofía y el futuro, un libro que adolece de falta de unidad argumental y que, a pesar de contener elementos de interés, añade poco al Rorty ya suficientemente divulgado entre nosotros (específicamente, sobre la relación entre la filosofía y el futuro sólo se hallarán unas pocas páginas). Si exceptuamos los ensayos sobre La justicia como lealtad ampliada y ciertas partes de Spinoza, el pragmatismo y el amor a la sabiduría, podría decirse que, más que de un libro de Rorty, se trata de un libro sobre Rorty, aunque se dé la paradójica circunstancia de que el autor y el tema sean la misma persona. El tono más agresivo (o provocativo) de otros tiempos es sustituido aquí por un cierto espíritu defensivo y a veces autobiográfico, lo que resulta del todo pertinente en un pensador que se quiere completamente solidario de su contexto histórico: habiendo sido objeto de las más variadas y despectivas críticas (de las cuales presenta un divertido resumen), especialmente por 'irresponsable posmoderno', 'liberal conservador' y 'desmedidamente frívolo', Rorty intenta a menudo defenderse de las acusaciones y, sobre todo, explicarse acerca de algún malentendido (así, por ejemplo, en la entrevista con Ullrich y Mayer con la que termina el texto). Recuerda a sus críticos que su irresponsabilidad no sobrepasa nunca el ámbito de la vida privada, que lo único que se esfuerza en conservar es justamente el progresismo ('la única Norteamérica que me importa') y que la frivolidad con que acomete cuestiones 'serias' es una estrategia comparable a la ligereza que los ilustrados del siglo XVIII se permitían en materia religiosa. Si en aquella ocasión se trataba de contribuir a la secularización del cristianismo como factor de promoción de una sociedad más tolerante, ahora se trataría de eliminar de la cultura occidental toda actitud fundamentalista y de mostrar que la 'superioridad' que -como un efecto óptico de nuestro etnocentrismo- nosotros atribuimos a nuestro modo de vida no depende de sus sólidos fundamentos (la distinción entre 'verdad' y 'apariencia', o entre 'razón' y 'experiencia', por ejemplo), sino de sus contingentes pero a veces beneficiosos efectos (la abolición de la esclavitud, la lucha contra la discriminación o la protección social); en este sentido, Rorty es partidario de la definición de la función de la filosofía propuesta por Locke: llevar a cabo una limpieza de los escombros del pasado para poder hacer sitio a las necesidades del futuro, y hacerlo de la forma más desprofesionalizada que sea posible, evitando la impresión de que el método de la filosofía guarda alguna semejanza con el procedimiento de las ciencias. Más que pragmatista, el autor se manifiesta aquí como publicista del pragmatismo, que aspira a convertir, primero, en el credo de las élites intelectuales y, después, en un componente del sentido común de nuestras sociedades.

LA FILOSOFÍA Y EL FUTURO

Richard Rorty Traducción de Ángela Ackermann y Javier Calvo Gedisa. Barcelona, 2001 192 páginas. 14,90 euros

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