Columna

¿Qué Sevilla?

Me llegaron rumores de cierta crítica imprecisa al libro de fotografías Sevillanos, de Atín Aya. Algo así como un malestar producido por la visión que, sobre Sevilla, obtuvieron del libro; una Sevilla que hubieran preferido no ver fotografiada.

Es muy fácil que ese tipo de rumores exciten la curiosidad y por eso me apresuré a pedirlo prestado; la única forma que, según me dijeron, hay de verlo. Y mereció la pena: me he encontrado con un trabajo tan excelente como el que realizó sobre el Coto de Doñana.

Además me ha emocionado el libro porque me ha recordado la obra de Inge...

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Me llegaron rumores de cierta crítica imprecisa al libro de fotografías Sevillanos, de Atín Aya. Algo así como un malestar producido por la visión que, sobre Sevilla, obtuvieron del libro; una Sevilla que hubieran preferido no ver fotografiada.

Es muy fácil que ese tipo de rumores exciten la curiosidad y por eso me apresuré a pedirlo prestado; la única forma que, según me dijeron, hay de verlo. Y mereció la pena: me he encontrado con un trabajo tan excelente como el que realizó sobre el Coto de Doñana.

Además me ha emocionado el libro porque me ha recordado la obra de Inge Morath, cuyas fotos pudimos ver expuestas en la sala de El Monte de Piedad hace trece años; algunas de ellas de su libro España años 50 y otras de Sevilla de los años 87-89, con un precioso catálogo diseñado por Paco Molina. Dos personas que recordaré siempre. Tanto en Inge como en Atín, en sus fotos urbanas con personas, hay una realidad que sobrecoge por la humanidad que emana, por el pellizco del instante que supieron captar y por la sabiduría que supone reconocer el valor artístico entre la propia obra, algo muy difícil en cualquier arte.

Lo que me produce desasosiego es ese sentimiento que invade la relación entre algunos sevillanos y su ciudad, como si fuera el fetiche de una civilización primitiva, pretendiendo que se callen sus errores, que no la muevan ni para delante ni para detrás, que sólo la miren los iniciados, que no le toquen ni las ideas, que no la mancille el pensamiento.

Yo creo que el prestigio de una ciudad es, sobre todo, el prestigio de sus habitantes, y bastante menos sus desconchones o sus monumentos. La mayor atracción que puede tener hoy día la ciudad es la de la industria, la ciencia y el arte que desarrollan quienes en ella viven; y todo eso, queramos o no, corre con el tiempo. Quizá más deprisa de lo que corremos nosotros.

Si esa evidencia es lo que molesta en unas fotos habrá que asumirlo y remediarlo en lo posible destrozando y ensuciando menos, enterándonos de lo que es una ciudad sostenible y estudiando con seriedad la Sevilla que deseamos. De momento, y para empezar, lo que importa es que el libro Sevillanos es estupendo.

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