Columna

El fracaso europeo de la izquierda

Llega el euro, bendito euro físico. Los que lo idearon se han quedado, como Moisés, en el camino. Alcanzar la tierra monetaria prometida le ha tocado a otra generación política en un Consejo Europeo que hace tan sólo unos meses estaba teñido de rosa. España era una de las excepciones, como lo fue anteriormente en medio de un liderazgo europeo conservador. Desde hace un tiempo, los gobiernos encabezados por socialdemócratas van cayendo: Austria (con los problemas que supuso), Italia (con un Berlusconi y socios que ya empiezan a convertirse en problema para Europa), Dinamarca (que aunque ...

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Llega el euro, bendito euro físico. Los que lo idearon se han quedado, como Moisés, en el camino. Alcanzar la tierra monetaria prometida le ha tocado a otra generación política en un Consejo Europeo que hace tan sólo unos meses estaba teñido de rosa. España era una de las excepciones, como lo fue anteriormente en medio de un liderazgo europeo conservador. Desde hace un tiempo, los gobiernos encabezados por socialdemócratas van cayendo: Austria (con los problemas que supuso), Italia (con un Berlusconi y socios que ya empiezan a convertirse en problema para Europa), Dinamarca (que aunque no está en el euro, le sigue cual sombra) y Portugal. En el horizonte del año que empieza mañana vemos las cruciales elecciones francesas y las alemanas (en las que el socialdemócrata Schröder parece seguro, aunque no sus socios verdes). Ya lo alertó Felipe González: gobernar Europa de manera socialdemócrata no es lo mismo que gobernar cada país de forma socialdemócrata.

El proyecto era de una Unión Económica y Monetaria. Se ha quedado cojo. La parte económica se ha olvidado. O se ha visto dominada por las tesis de la mera coordinación de las políticas nacionales, con objetivos comunes, incluidas unas liberalizaciones que no aprovechan la dimensión europea, aunque las empresas acaban pasando por encima. Si es un comienzo, valdrá. Si se queda en eso no, y no parece que la opinión ni las cuentas públicas estén para otra cosa. Y sin embargo, lo que la opinión pública echa de menos es sentido, dirección, liderazgo de hacia dónde va Europa. Si por el estado de la opinión pública hubiera sido, Helmut Kohl no hubiera aceptado el euro, que supone la europeización de la Alemania unificada. El lema de la presidencia española del Consejo de la UE, que se inaugura mañana, de 'Más Europa, mejor Europa', podría haber sido otra Europa, o la Europa barata, la del 'duro a cuatro pesetas', una expresión que cae en desuso con la desaparición de esa moneda. De los cajeros automáticos saldrán mañana euros, pero de las cajas de los Estados o de Bruselas no saldrá más dinero para construir esta Europa que se amplía sin saber bien lo que quiere ser. En el horizonte, los aspirantes a entrar no parecen excesivamente europeístas.

Se declara operativa la política común de seguridad y de defensa, pero la fuerza europea de reacción rápida puede tardar y los presupuestos militares de los Estados europeos se quedan rezagados. Se han dado avances en materia de lucha en común contra la criminalidad organizada. El euro, si saben los gobiernos reaccionar ante la crisis que ya está encima, va a tener un efecto psicológico importante, pero no hay que confiar en ningún automatismo, sino que hay que aprovechar este tirón para construir Europa hacia fuera y hacia dentro. Hacia fuera, la izquierda en el poder ha perdido autonomía al no diferenciarse en su reacción frente al 11 de septiembre, no en la crítica hacia la reacción de EE UU contra esa guarida de Al Qaeda en que Bin Laden había transformado Afganistán, sino sobre todo por el embate a las libertades que han supuesto algunas legislaciones elaboradas en nombre de la seguridad, incluido en EE UU, donde, hoy por hoy, los demócratas se hayan políticamente desarmados.

La izquierda ha perdido una oportunidad. De todas formas, Europa no es la causa de las derrotas electorales, pues cuenta poco. Lo que más incide son cuestiones muy concretas que aún se consideran nacionales: el estado de la sanidad pública, la enseñanza, la política de inmigración o la seguridad ciudadana. Y, sin embargo, son todos estos problemas que se resolverían con un plus de política o de programas europeos. Claro que entonces se choca con los límites fiscales y otros que impone el euro y la propia globalización. ¿Es la unión monetaria compatible con una auténtica unión económica? Probablemente, sí, pero oteando el horizonte desde otro torreón. Señores del Consejo Europeo: ¡Hagan política europea! aortega@elpais.es

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