Columna

Una manifestación y un estilo

Nadie discutirá que Francisco Ayala es uno de los grandes intelectuales españoles del siglo XX, una de cuyas admirables virtudes es la de la multiplicidad en los intereses y las dedicaciones. Como científico de la política, publicó en 1941, durante los lúgubres años del exilio, una antología de las Empresas políticas de Diego de Saavedra y Fajardo, el diplomático y pensador del barroco, que constituyen un compendio de sabiduría sentenciosa aplicable a cualquier momento y ocasión. Hoy la ha reeditado Península y es, como será siempre, una lectura merecedora de atención. En el momento pre...

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Nadie discutirá que Francisco Ayala es uno de los grandes intelectuales españoles del siglo XX, una de cuyas admirables virtudes es la de la multiplicidad en los intereses y las dedicaciones. Como científico de la política, publicó en 1941, durante los lúgubres años del exilio, una antología de las Empresas políticas de Diego de Saavedra y Fajardo, el diplomático y pensador del barroco, que constituyen un compendio de sabiduría sentenciosa aplicable a cualquier momento y ocasión. Hoy la ha reeditado Península y es, como será siempre, una lectura merecedora de atención. En el momento presente, conviene, sobre todo, recomendársela a José María Aznar, el presidente del Gobierno. La protesta contra la ley universitaria ha desbordado los límites de una discrepancia puntual sobre una cuestión de gobierno y se ha convertido en elemento definitorio del estilo del Ejecutivo en un momento especialmente peligroso.

'Lo que más sube más cerca está de su caída', escribió Saavedra Fajardo. Los vapores de la mayoría absoluta provocan siempre mal de altura, esa sensación de pérdida de conciencia y de orientación en los alpinistas que les induce a cometer los más absurdos errores. La carencia de adversarios peligrosos en el Parlamento hace creer en que se puede permanecer confortablemente instalado en la autocomplacencia por más que la experiencia empírica testimonie lo contrario. Basta con recordar lo que les sucedió a Adolfo Suárez a partir de 1979 y a Felipe González desde 1989 para comprobar que, así como va en el sueldo de los políticos tragar los sapos cotidianos que procedan, les corresponde también reconocerse como simples seres humanos al mirarse en el espejo a la hora de la higiene matinal.

'Ninguna cosa más propia del oficio de Príncipe que hablar poco y oír mucho', apostilló el pensador del XVII. Hoy anda el PP rebañando supuestas adhesiones de asociaciones inexistentes, fantasmas del profesorado y alevines de políticos para ocultar la desnudez de sus apoyos. Así, una cuestión técnica, que gran parte de la sociedad no entiende, ha engordado hasta habérsele atascado en el tracto digestivo. Ahora le puede ahogar cuando hubiera bastado tener los oídos atentos en el momento oportuno. Trata de deglutirla cuando debiera expectorarla (y, a continuación, volver a empezar a masticarla con cuidado).

'Es la ira una polilla que se cría y se ceba en la púrpura'. Después de no haber prestado ninguna atención a quien debiera, el Gobierno pretende travestir a la oposición social en contra de una ley que ni siquiera deriva de principios indisputados en el ideario del PP. Hoy presenta a los rectores, gente por oficio habituada a la paciencia y componenda, como desgreñados revolucionarios y a los estudiantes como párvulos de guardería mientras políticos que han tardado el doble de lo permisible en cursar una carrera abroncan como insolventes a los profesores. Pero la peor receta contra el mal de altura es siempre la adrenalina.

'La fortaleza del Príncipe no sólo consiste en resistir sino en pesar los peligros'. Lo previsible es que la protesta no se acalle y la cuestión no se apacigüe cuando el Parlamento haya aprobado el texto legal sino que el Gobierno inicie la presidencia de la Unión Europea con una ristra de protestas internas que harán difícil cualquier resultado positivo de la misma. Además, abrir una herida en una comunidad sensible como la universitaria, aunque pueda parecer indiferente en el medio plazo, tendrá obvias consecuencias electorales.

Pero la frase entrecomillada de Saavedra Fajardo que resulta de más directa aplicación al caso es tan simple como la siguiente: 'Si el pueblo tumultare por culpa de un ministro, no hay polvos que más le sosieguen que satisfacerle con su castigo'. Desde el fondo de los siglos, la voz inteligente de un tratadista del Siglo de Oro marca a José María Aznar la senda oportuna de esa fórmula -esos polvos- con los que evitarse peores lodos.

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