Tribuna:EE UU NO PUEDE TOMAR YA DECISIONES UNILATERALES

Cambiar las prioridades

Cuando han pasado ya semanas desde los ataques terroristas en Nueva York y Washington, los estadounidenses siguen con un nivel de nerviosismo que no tenían desde los peores momentos de la Guerra Fría, como fueron la crisis de los misiles o el bloqueo de Berlín. La economía del país ha pasado de la desaceleración a una abierta recesión. Los estadounidenses están reconsiderando la sabiduría de su enfoque unilateral en materia de política exterior.

Además de esos cambios, hay otros dos quizá igual de profundos por sus implicaciones. En EE UU hay hoy un sentimiento más fuerte de comunidad, ...

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Cuando han pasado ya semanas desde los ataques terroristas en Nueva York y Washington, los estadounidenses siguen con un nivel de nerviosismo que no tenían desde los peores momentos de la Guerra Fría, como fueron la crisis de los misiles o el bloqueo de Berlín. La economía del país ha pasado de la desaceleración a una abierta recesión. Los estadounidenses están reconsiderando la sabiduría de su enfoque unilateral en materia de política exterior.

Además de esos cambios, hay otros dos quizá igual de profundos por sus implicaciones. En EE UU hay hoy un sentimiento más fuerte de comunidad, un mayor sentido de cohesón social de lo que había habido en años, tal vez décadas. Ello hace que se esté reconsiderando el papel del Gobierno, algo que debía haberse hecho hace mucho tiempo. El orgullo por nuestros bomberos y policías, el reconocimiento a su heroísmo y a su disposición para el sacrificio es amplio y profundo. Hay el sentimiento creciente de que quizá nos hemos equivocado al poner demasiado énfasis en los intereses materiales egoístas, y demasiado poco en los compartidos.

En retrospectiva, algunas de las cosas que han hecho, tanto la Administración de Bush como la de Clinton, prestando oídos a los fundamentalistas del mercado de todo el mundo (y que ellos llevaron aún más lejos), parecen especialmente absurdas. No tenía sentido 'privatizar' un área vital de interés público como la seguridad en los aeropuertos. Los bajos salarios que se pagaban a los agentes de la seguridad privada generaban grandes ganancias. Las aerolíneas y los aeropuertos habrán ganado a corto plazo, pero tanto ellos, como el pueblo de EE UU, han perdido a la larga, como hoy sabemos con horror.

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No tuvo sentido que el secretario del Tesoro del Presidente Bush, Paul O'Neill, rechazara el acuerdo sobre lavado de dinero de la OCDE. No importa lo que adujera O'Neill, el verdadero motivo de su objeción era claro: proteger intereses financieros. Los bancos offshore no son un accidente. Existen porque Wall Street y los demás centros financieros del mundo querían refugios seguros, a salvo de reglamentos e impuestos. En este tema, los dos partidos han sido hipócritas: mientras EE UU exigía transparencia en los mercados emergentes tras la crisis de Asia oriental, tanto Larry Summers (el último secretario del Tesoro del presidente Clinton) como O'Neill unían sus fuerzas para proteger a los bancos offshore y resguardar fondos.

Otras acciones llevadas a cabo en secreto o casi sin discusión pública resultan igual de inquietantes. En 1997 se privatizó la Corporación Enriquecedora de Estados Unidos (USEC por sus siglas en inglés). Sólo unos pocos saben qué hay detrás de ese inocente nombre: la USEC enriquece uranio para fabricar el ingrediente principal tanto de las bombas atómicas como para las plantas nucleares. También tenía la responsabilidad de sacar de Rusia material nuclear de las viejas ojivas soviéticas para convertirlo en uranio enriquecido para las plantas generadoras de energía, una auténtica iniciativa de 'espadas por arados'.

Sin embargo, privatizada, la USEC podía verse incentivada a mantener el material fuera de los mercados estadounidenses, ya que los materiales rusos bajaban los precios y los beneficios. Como presidente del Consejo de Asesores Económicos, percibí el enorme riesgo de mantener el material en Rusia, y que ello podía significar la más seria amenaza de proliferación nuclear. Sin embargo, la tentación de las empresas privadas de anteponer las ganancias al interés colectivo es casi irresistible.

No tenía sentido privatizar la USEC y exponer así a sus administradores a esa tentación. Mis temores se confirmaron (antes y de un modo mucho peor de lo que me había esperado). Descubrimos un acuerdo secreto entre la USEC y Minatom (el organismo ruso encargado de los materiales nucleares) mediante el que, como respuesta a una oferta de los rusos de enviar más material nuclear a EE UU, la USEC respondió: 'No, no, gracias', y luego pagó 50 millones de dólares en sobornos para que los rusos no divulgaran la oferta.

En repetidas ocasiones, la USEC trató de chantajear a los contribuyentes estadounidenses diciendo que no podía seguir trayendo el material ruso a EE UU a menos que se le diera más dinero. ¿Cómo pudo el Gobierno llevar a cabo esta privatización, a todas luces absurda? Aunque la ideología de las privatizaciones pudo tener que ver, también los intereses financieros hicieron lo suyo: la empresa de Wall Street encargada de la privatización presionó mucho y obtuvo grandes ganancias.

Una vez más, el departamenteo del Tesoro (tanto Summers como Robert Rubin) antepusieron los intereses de Wall Street al interés nacional. El apetito por mil millones de dólares adicionales de ingresos en el presupuesto (aun cuando disminuirían en años futuros) selló el trato. A la luz de los enormes superávit, esta miopía presupuestaria resulta ahora especialmente absurda. El resultado final de este triste episodio todavía está por conocerse. Al Congreso le preocupó, con razón, entregar el control de la producción nuclear a una empresa en condiciones financieras débiles, y exigió una certificación del Tesoro. No resulta claro si la USEC seguirá satisfaciendo esas condiciones (a menos que el Tesoro haga la vista gorda). Hay una preocupación creciente en el Congreso y ha habido sugerencias sobre la necesidad de una renacionalización.

Lo que debe resultar claro hoy es que las consecuencias de esa decisión del Gobierno de Estados Unidos, tomada en gran medida a puerta cerrada, llegan mucho más allá de Wall Street, mucho más allá de Estados Unidos: afectan al mundo entero. Cuando Estados Unidos se equivoca, como lo hizo en su postura sobre el lavado de dinero y al privatizar la responsabilidad sobre el reciclaje de las armas nucleares, pone en peligro a todo el mundo. Estados Unidos ha sido el heraldo de la globalización, pero ahora debe reconocer que con la globalización viene la interdependencia, y con la interdependencia viene la necesidad de tomar decisiones colectivas en todas las áreas que nos afectan colectivamente.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, es profesor en la Universidad de Columbia, y ha sido presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton y economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial. © Project Syndicate, octubre de 2001.

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