Editorial:

Tejer y destejer

Una de las polémicas derivadas de los ataques terroristas contra Estados Unidos es si la crisis de Oriente Próximo tiene o no que ver con la vesania de los responsables de la atrocidad. Polémica inútil, porque en la mente de prácticamente todos está ya hecha la simbiosis, siquiera psicológica, entre crimen y conflicto. Washington sabe que el conflicto palestino ocupa un lugar decisivo entre las motivaciones, por delirantes que sean, de los terroristas que atacaron Nueva York y Washington. Y se lo ha hecho saber al primer ministro israelí. Pero el interés de Sharon por intentar una solución que...

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Una de las polémicas derivadas de los ataques terroristas contra Estados Unidos es si la crisis de Oriente Próximo tiene o no que ver con la vesania de los responsables de la atrocidad. Polémica inútil, porque en la mente de prácticamente todos está ya hecha la simbiosis, siquiera psicológica, entre crimen y conflicto. Washington sabe que el conflicto palestino ocupa un lugar decisivo entre las motivaciones, por delirantes que sean, de los terroristas que atacaron Nueva York y Washington. Y se lo ha hecho saber al primer ministro israelí. Pero el interés de Sharon por intentar una solución que implique concesiones reales es poco más que mínimo. El resultado es que un día cede a las exigencias de Washington para que se reanuden las conversaciones con los palestinos y al siguiente hace lo posible para inutilizar cualquier eventual resultado de las mismas. Acepta la idea de sólo dos días de alto el fuego para autorizar que se celebre un primer contacto entre su ministro Simón Peres y Arafat, y horas después de que éste se produzca, los tractores oruga israelíes aplanan unas cuantas casas del adversario para dinamitar cualquier posible alto el fuego.

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Pero quien la sigue la consigue, y la reunión ha acabado por producirse el miércoles en Gaza. Fue sólo un encuentro para hablar de futuros encuentros, pero hay que aprobar que la cita tuviera lugar, porque aun el más tenue hilo de diálogo habla de un futuro que casi es imposible que sea peor. Sin embargo, sería un fraude ignorar que el problema de fondo no está en si Arafat y Peres se entienden o no, sino en qué es lo que ambos representan. El rais, una capacidad muy relativa de contener la violencia de sus militantes y, peor aún, la exigencia responsable de que su interlocutor acepte el regreso de varios millones de refugiados palestinos a sus antiguos hogares en Israel; el ministro de Exteriores, apenas un decorado de unas propuestas de paz que dinamita su jefe, el ex general Sharon.

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Hará falta mucha más atención y presión estadounidenses, en especial sobre Israel, para que de verdad haya un día algo que negociar. El antecesor de Sharon, el laborista Ehud Barak, trató en su tiempo el asunto muy en serio, aunque le faltó la comprensión de los derechos de las víctimas. Pero ése era el camino.

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