Columna

Gamberrismo sin ideología

Sería erróneo pretender atribuir cualquier motivación o intencionalidad política predeterminada a los actos de gamberrismo y violencia callejera ocurridos durante la madrugada de ayer en los alrededores de la plaza del Sol, que han enturbiado las fiestas de un barrio tan cívico, vertebrado, plural y tolerante como Gràcia. Lo que ha ocurrido ha sido un episodio más de la disputa sobre la hora a la que deben cerrar los bares y terrazas y cesar la música para que los vecinos puedan descansar. Ni Gràcia es un after hours del tamaño de un parque temático, ni las plazas del Sol, la Virreina o...

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Sería erróneo pretender atribuir cualquier motivación o intencionalidad política predeterminada a los actos de gamberrismo y violencia callejera ocurridos durante la madrugada de ayer en los alrededores de la plaza del Sol, que han enturbiado las fiestas de un barrio tan cívico, vertebrado, plural y tolerante como Gràcia. Lo que ha ocurrido ha sido un episodio más de la disputa sobre la hora a la que deben cerrar los bares y terrazas y cesar la música para que los vecinos puedan descansar. Ni Gràcia es un after hours del tamaño de un parque temático, ni las plazas del Sol, la Virreina o Rius i Taulet son unas carpas musicales en la playa, donde la gente, sin molestar a los vecinos, puede bailar y beber hasta la salida del sol, para después dormir la borrachera en la arena.

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Como tantas otras noches, pasadas las tres de la madrugada, cuando han terminado todas las actuaciones musicales y las terrazas de los bares cierran, grupos de jóvenes desean continuar la fiesta y oportunamente aparecen vendedores ambulantes de bebidas alcohólicas. Lo que para algunos jóvenes es un simple ejercicio de su libertad para divertirse, se convierte en una pesadilla para los vecinos, que ven cómo el bullicio de las fiestas se transforma en gamberrismo, portales llenos de orines, desperfectos y amenazas a quienes sólo les ruegan que les dejen dormir.

Pero lo que da una dimensión preocupante a estos incidentes es que esta disparidad de criterios sobre horarios o esa moda de terminar la juerga nocturna cuando la mayoría de los mortales nos disponemos a acudir al trabajo sea aprovechada por algunos para destrozar el mobiliario urbano o enfrentarse con la policía municipal. La adrenalina, tras elevadas dosis de alcohol, sube más si hay alguien a quien lanzar botellas e insultar o si uno es perseguido por la Policía Municipal mientras rompe escaparates y vuelca contenedores.

Un aliado violento que flaco favor hizo a los manifestantes contrarios a la globalización en Génova y que ahora perjudica al barrio de Gràcia en su totalidad.

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