Reportaje:Estampas y postales

Sombra de alcornoque

José Piquer, El Taponero, y Ramiro Sorribes, ya casi forman parte del catálogo de endemismos protegidos de la Sierra de Espadán. Son como algunas plantas que sólo se producen y prosperan en este entorno, por eso tienen tanto valor. El clima, la geología, el calendario y la sociedad de la información los han convertido en dos de los escasos especímenes vivos que han consagrado su pericia a la extracción de corcho de los alcornoques de esta sierra. Son dos tipos muy bien integrados en el paisaje (deferencia que sin duda agradece el bosque ante el impacto estético que provoca el turismo ru...

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José Piquer, El Taponero, y Ramiro Sorribes, ya casi forman parte del catálogo de endemismos protegidos de la Sierra de Espadán. Son como algunas plantas que sólo se producen y prosperan en este entorno, por eso tienen tanto valor. El clima, la geología, el calendario y la sociedad de la información los han convertido en dos de los escasos especímenes vivos que han consagrado su pericia a la extracción de corcho de los alcornoques de esta sierra. Son dos tipos muy bien integrados en el paisaje (deferencia que sin duda agradece el bosque ante el impacto estético que provoca el turismo rural forrado de Timberland, que tanto frecuenta la zona), y con el tiempo se diría que han alcanzado la resistencia que estos árboles demuestran ante el fuego.

Ahora están casi retirados, aunque los de su estirpe nunca se retiran del todo, hasta que se caen a trozos. A veces matan el rato en la plaza de Aín, a 495 metros sobre el nivel del mar, y toman café y refrescos de limón con burbujas en el bar de la Cooperativa, que es donde confluyen los cerca de 200 habitantes de este pueblo incrustado en la Sierra de Espadán. Desde que tuvieron fuerza suficiente para empuñar el hacha, todos los veranos han desnudado alcornoques aplicando los principios de una cirugía vegetal que les inculcaron sus padres, y cuya práctica ha fomentado en ellos una profunda correspondencia afectiva con la naturaleza.

A partir de mediados de junio, y a menudo incluso en agosto, es la época más propicia para sacar el corcho de estos bosques. Los alcornoques, en función de las lluvias, son despellejados cada 14 años. Es el tiempo que necesitan para desarrollar de nuevo la corteza. El corcho de Aín, a tenor del criterio de estos hombres de monte, es más tupido que el de Extremadura, que se extrae con una frecuencia de nueve años. En este bosque todos los árboles llevan las iniciales del propietario grabadas a navaja en el tronco, como si se tratase de tatuajes de galán fatuo. Éste es el modo de consignar la propiedad de la explotación del corcho, reforzado a veces por algunos hitos de piedra que sólo saben interpretar los interesados.

En Aín el corcho siempre ha sido 'dinero al interés'. Los agricultores de aquí consideran que tener alcornoques era como tener dinero en el banco y a los 14 años ir a cobrar el rédito. Mientras tanto, se dedicaban a cultivar los olivos y los almendros, que era lo que componía su principal sustento. Cuando el alcornoque había alcanzado la estatura adecuada, le quitaban la primera piel, llamada bornís, que sólo serve para adornar belenes o, si se saca de una pieza, para confeccionar maceteros. Luego, transcurrido el paréntesis productivo, se obtenía el primer corcho comercial, que se hervía, se amontonaba para conseguir superficies planas y después se llevaba hasta Eslida, población vecina que había impulsado una industria de manufactura del corcho.

Pero José viene de tan lejos que incluso hizo tapones a mano, como un orfebre neolítico, ayudándose de un cuchillo. Por eso le llaman El Taponero. Entonces, como ahora, llevaba unas alpargatas de hilo de pita y trepaba a los alcornoques con estacas y piedras que se clavaban en el tronco. Ramiro le sacó el primer corcho al alcornoque de la imagen en 1948. Entonces este árbol ya había soportado la misma liturgia durante varias centurias. Cada 14 años con el hacha le hacían una cesárea vertical y le metían una cuña de madera para sacarle el corcho de una pieza. Porque estos hombres en la vida todo lo han hecho de una pieza. Sólo hay que verlos.

Ramiro Sorribes (izquierda) y José Piquer a la sombra de un alcornoque de Aín.JESÚS CÍSCAR
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