Tribuna:

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Estamos de enhorabuena, el único club que de verdad crece en la Comunidad Valenciana, en medio de la clamorosa atonía en que está sumida la sociedad civil, es el de los amigos de la innovación, también conocidos, desde la llegada de Ana Birulés al ministerio, como los amigos de la I+D+i. Digo esto porque, en tan solo un año, hemos tenido acceso a tres informes, tres, sobre el asunto: el de la Fundación Cotec, el del Alto Consejo Consultivo en Investigación y Desarrollo de la Presidencia de la Generalitat Valenciana (menudo nombrecito) y , ahora, el de la CEV, con el patrocinio de Bancaja. Bien...

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Estamos de enhorabuena, el único club que de verdad crece en la Comunidad Valenciana, en medio de la clamorosa atonía en que está sumida la sociedad civil, es el de los amigos de la innovación, también conocidos, desde la llegada de Ana Birulés al ministerio, como los amigos de la I+D+i. Digo esto porque, en tan solo un año, hemos tenido acceso a tres informes, tres, sobre el asunto: el de la Fundación Cotec, el del Alto Consejo Consultivo en Investigación y Desarrollo de la Presidencia de la Generalitat Valenciana (menudo nombrecito) y , ahora, el de la CEV, con el patrocinio de Bancaja. Bien es verdad que todos dicen exactamente lo mismo, lo que, por otra parte, ya sabíamos hace quince años; pero no me quejo, no está tan mal recordarlo periódicamente, aunque sólo sea para beneficio de quienes los elaboran, y flagelo intelectual de quienes los leen.

Ahora sabemos, por enésima vez, que gastamos en I+D mucho menos que la media española; la cual, a su vez, gasta mucho menos (la mitad) que todos y cada uno de los llamados países industrializados; que las administraciones valencianas no llegan ni a la mitad de la media estatal, y nuestras empresas, a un tercio de la misma. También sabemos que el sistema de innovación no funciona porque no hay conexión entre el sistema productivo, el científico, el tecnológico y el sistema financiero, y que los instrumentos de interfaz entre sus componentes brillan por su ausencia, con la muy notable y reconocida excepción de algunas universidades y de la red de institutos tecnológicos; los cuales, por cierto, están aquí desde hace bastante tiempo.

Pues muy bien, volvemos a tomar nota de todo. Si de lo que se trata realmente es de parecer que están todos muy preocupados por el asunto éste de la innovación, estupendo. A lo mejor diciéndolo cada tres o cuatro meses, el problema, por arte de magia, deja de serlo, y pasa a convertirse en otro de esos grandes proyectos liderados por el gobierno de turno que viene a poner orden en esta holgazana, y algo meninfotista, sociedad civil. Aunque no me extrañaría que, a la postre, tengamos nosotros (los ciudadanos, digo) la culpa, como siempre, por no investigar suficiente; y hasta nos acaben regañando por ello.

Ahora bien, de este último informe, que es idéntico al primero, y que será el mismo que el del año que viene, me temo, lo que más me sorprende (y reconforta) es que haya sido la patronal la coordinadora-ejecutora material de la cosa, porque, que yo recuerde, y lo recuerdo bien, a la patronal de entonces (primeros años de los noventa) le salían sarpullidos con sólo mentarles cualquier cosa que acabara en ...ógico o en ...vación. Algo hemos avanzado, eso es verdad, y lo reconozco. Ahora esperemos que cunda el ejemplo y que acaben por convencerse a sí mismos de lo mal que estamos, y ayuden a poner los medios para arreglarlo, que ya va siendo hora.

A la vista de lo que nos ha llegado del informe, tan solo me permitiría realizar algunas observaciones menores de detalle con el fin de aclarar las cosas; no vaya a ser que, en medio de esta vorágine de autocrítica, nos pasemos tres pueblos y acabemos por no entender nada. Por ejemplo decir, como dice el informe, a través de un cuadro muy remarcado, que los Institutos Tecnológicos han conseguido tan sólo un ridículo 2% de asociados respecto del total de empresas existentes en la Comunidad Valenciana, y que únicamente un triste 4% de éstas están recibiendo algún tipo de servicios, se asemeja bastante a lo que conocemos como una falacia de composición, en toda regla. Resultaría algo descorazonador que los elaboradores del informe no supieran, a estas alturas, que los institutos tecnológicos (todos) tienen carácter industrial y que, en consecuencia, el término de comparación no son las 276.000 empresas que existen en la Comunidad Valenciana, sino las 26.394 empresas industriales que arroja el último censo del IVE, lo cual dejaría sin substancia la crítica esgrimida sobre la escasa incidencia que aquéllos han alcanzado en el tejido empresarial.

Hasta tal punto ello es así que, considerando las empresas industriales de más de 5 trabajadores (que es un término de referencia mucho más adecuado), el porcentaje de empresas asociadas a la red de institutos se eleva hasta el 50%; aún más, con escaso margen para el error, podríamos incluso afirmar que casi todas las empresas industriales de más de 20 trabajadores están asociadas a dicha red. Como se ve, puede emplearse cualquier término, menos irrelevante, al referirse a la incidencia de los Institutos en el mapa empresarial valenciano. Y eso sin mencionar el espectacular aumento de los proyectos de I+D liderados por aquéllos, que han pasado, de 0 a 800, en tan sólo 10 años. O de los ensayos de laboratorio que ya rozan los 200.000 anuales, y también partían de 0, con excepción hecha de Inescop (calzado).

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En realidad, lo que precisa el Sistema de Innovación Valenciano, no es reestructurar lo que ya funciona (los institutos), sino garantizar que puedan seguir cumpliendo correctamente el objetivo para el que fueron creados (cuestión ésta sobre la que advierte, muy acertadamente, el informe), que no es otro que la mejora de la competitividad de nuestras pymes, y, a la vez, elevar substancialmente su capacidad para lanzar muchos más proyectos innovadores al sistema productivo. Y los demás: autoridades y entidades financieras, de lo que deberían ocuparse es, en primer lugar, de multiplicar por tres la inversión anual en I+D en la Comunidad Valenciana (lo que significa pasar de 50.000, a 150.000 millones de pesetas); en segundo lugar, de completar el sistema de innovación con las numerosas piezas que le faltan. Y, por último, en poner con urgencia sobre la mesa algunos miles de millones, bajo la fórmula financiera de capital-riesgo, a fin de que las numerosas iniciativas salidas de las universidades, los institutos, las incubadoras, o, sencillamente, de los cerebros de cientos de jóvenes, imposibilitados para abrirse camino en el mundo de la empresa, se concreten en la práctica, y permitan diversificar y extender la base productiva sobre la que crecemos. Gasten esfuerzos y dinero en esto y, por favor, no nos hagan más informes, clónicos, sobre nuestra lamentable realidad investigadora, con el riesgo, cierto, de que ello nos acabe conduciendo a la melancolía. Como ya me condujo a mí, cuando me enteré por primera vez del asunto; y en ésas sigo, desde entonces.

Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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