Tribuna:

Un señor de Barcelona

Soy muy consciente de que esta expresión se suele utilizar para distinguir a miembros de familias de larga prosapia, barceloneses de generaciones, hombres y mujeres ilustrados, con selecta trayectoria social y cultural. Pero hoy quiero reivindicar el apelativo para Antonio Santiburcio, que es reivindicarlo para la otra Barcelona, la que vino ya crecida desde otras tierras, sin otro patrimonio que las manos y las ganas de salir adelante. Fueron unas gentes que consiguieron clavar aquí los sueños, y que prosperaron y se integraron. Y que trabajaron duro, pero no para ellos, sino para la c...

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Soy muy consciente de que esta expresión se suele utilizar para distinguir a miembros de familias de larga prosapia, barceloneses de generaciones, hombres y mujeres ilustrados, con selecta trayectoria social y cultural. Pero hoy quiero reivindicar el apelativo para Antonio Santiburcio, que es reivindicarlo para la otra Barcelona, la que vino ya crecida desde otras tierras, sin otro patrimonio que las manos y las ganas de salir adelante. Fueron unas gentes que consiguieron clavar aquí los sueños, y que prosperaron y se integraron. Y que trabajaron duro, pero no para ellos, sino para la ciudad. Esa Barcelona que a veces olvidamos tiene auténticos señores y uno de ellos fue Antonio Santiburcio: un señor de la Barcelona más democrática, más digna, más abierta, la que él ayudó a construir.

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Hombre de Jaén y de sindicato, trabajador en estado puro cuando vino a Barcelona, murió con los expedientes en la mano, sin dar ni un respiro a los proyectos que incansablemente ponía en marcha para hacer una ciudad mejor, más completa y capaz de repartir el bienestar con todos los ciudadanos. Es una trayectoria formidable para tan pocos años, que habla no sólo de su valía personal, sino también de su tesón, de su carácter irreductible.

Era Santiburcio una persona que compaginaba una secreta ternura con la mano firme a la hora de asumir responsabilidades, tan aferrado a sus convicciones que era duro en la negociación, porque jamás pactaba en contra de sus ideas. Fue con ese empeño sin rebajas como consiguió cambios radicales para Sant Andreu, donde comenzó su hacer municipal, y para Nou Barris, dos distritos que bajo su impulso se transformaron generosamente. Porque él albergaba la convicción -que compartimos- de que todos los barrios son ciudad, de que todos los rincones son Barcelona, de que todos los ciudadanos y ciudadanas son iguales. Eran los suyos proyectos de justicia y equilibrio.

Aferrado a sus raíces obreras, pues, aferrado a la vida: así lo recordaremos siempre. Había descubierto su vocación en el Ayuntamiento, al ver que es en la vida municipal donde la política se hace tangible y los cambios se tocan con las manos -sus manos de mecánico, manos de lograr que las cosas encajen-. Antonio Santiburcio, un hombre que ha dejado una huella perdurable en Barcelona, que es parte de la historia de esta ciudad. Un señor de Barcelona. Descanse en paz.

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