VISTO / OÍDO

Chau-chau

'Ualo chau-chau', decían, en ningún idioma, los colonizados que no sabían las palabras del dominante. U otras mil variantes: según dónde. Querían vender una cabeza de ajo, leche agria, el sexo de su niña o las hierbas de mal de ojo para su mujer o su jefe. El idioma no se enseña a latigazos o golpes de regla: lo hacen los dominantes con sus hijos: 'El vicio inglés'. No hay interés en que el indígena aprenda el idioma del imperio, ni en que sepa leer. He vivido muchos años como para saber que apenas hay necesidad: sólo las cuatro palabras con que se manda o se amenaza. El idioma del ocupado no ...

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'Ualo chau-chau', decían, en ningún idioma, los colonizados que no sabían las palabras del dominante. U otras mil variantes: según dónde. Querían vender una cabeza de ajo, leche agria, el sexo de su niña o las hierbas de mal de ojo para su mujer o su jefe. El idioma no se enseña a latigazos o golpes de regla: lo hacen los dominantes con sus hijos: 'El vicio inglés'. No hay interés en que el indígena aprenda el idioma del imperio, ni en que sepa leer. He vivido muchos años como para saber que apenas hay necesidad: sólo las cuatro palabras con que se manda o se amenaza. El idioma del ocupado no se aprende nunca: algún académico, etnólogo o arqueólogo; un misionero para meter en él los misterios de la Santísima Trinidad, o algún explorador solitario. Lo he visto en muchos años de vivir en países colonizados (como he visto las ablaciones de clítoris, o me las han explicado, médicos y víctimas y monjas; me escriban las cartas que quieran los musulmanes).

La 'lengua del Imperio' no hizo esfuerzos para imponerse; los dominados, los globalizados, aprenden lo que pueden para sobrevivir, para vender sus cosas o servir de guías o de confidentes. Así lo hicieron nuestros antepasados con los romanos. Me refiero a todos los de la España latinizada con sus distintas maneras de adaptación. Y aprendieron de los árabes, y mucho de ellos sobre todo en las materias de trabajo, y de arte, de música, de poesía: bienvenidas. Mucho, de los judíos, que a su vez recogían el latín y el castellano y el catalán, y se lo llevaron cuando los echamos porque fue nuestro el Imperio. Hicimos igual en América con el idioma resultante romano-árabe-judaico: lo hablábamos los poderosos y lo aprendían los necesitados. En mi pequeñez me pasó con el francés: no había cultura que no pasase por el francés. Luego vino la inglesa, transformada por los americanos.

Hace la riqueza de miles de academias donde nuestros niños se desesperan, y en los colegios; aprenden mal y poco, y los padres los envían a Estados Unidos o a Inglaterra -a Irlanda, porque es católica y algo se quedará- y vuelven a medias y llorosos y con su virginidad perdida. No creo que haya más secretos. La imposición es más económica que militar: se aprende sólo aquello que necesita el vencedor, para comerciar.

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