Columna

Cibermuñecas

La obsesión por la robótica que fascinó a los relojeros o ingenieros de hace dos siglos se corresponde con el auge actual de los cibermuñecos al estilo de las modelos Aki, Lara o Webbie, que se emplean para presentar noticias, para promocionar productos de consumo o como actrices en los videojuegos y películas de ciencia ficción.

Estos nuevos muñecos comparten con los antiguos robots el que son resultado de un artificio, pero ahí termina prácticamente su similitud. Los robots tradicionales tenían como efecto primero, querido o no, la intimidación. Eran, como el arquetipo del doctor Fran...

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La obsesión por la robótica que fascinó a los relojeros o ingenieros de hace dos siglos se corresponde con el auge actual de los cibermuñecos al estilo de las modelos Aki, Lara o Webbie, que se emplean para presentar noticias, para promocionar productos de consumo o como actrices en los videojuegos y películas de ciencia ficción.

Estos nuevos muñecos comparten con los antiguos robots el que son resultado de un artificio, pero ahí termina prácticamente su similitud. Los robots tradicionales tenían como efecto primero, querido o no, la intimidación. Eran, como el arquetipo del doctor Frankenstein, hijos de algún laboratorio traspasado de connotaciones oscuras y sus criaturas llegaban hasta los seres humanos no para integrarse con ellos, sino para liquidarlos o ironizarlos. La técnica se complacía en su resultado no porque hubiera logrado una buena copia de la especie, sino una copia de lo malo. Ganaban más como adefesios que como ciudadanos sanos. Nada que ver con lo que se trata de hacer ahora.

El robot del pretérito aterraba a la vez que maravillaba. Hoy ya no aterra, sino que embelesa. Aquéllos intentaban remedar la gestualidad humana, pero tan pronto el parecido se hacía visible revelaba la posibilidad de que nos matara. Aquéllos eran individuos de alma torcida, obra de sabios que habían osado convertirse en Dios y de sus creaciones fluía la abyecta sustancia del pecado. Eran seres satánicos o malignos de los que no se esperaba nada bondadoso y sí, probablememte, el mal.

Los nuevos muñecos, no obstante, materializados en la modelo llamada Webbie Tookay, rubia, sonriente y sonrosada, son la otra cara del robot. No se comportan como rudas parodias de la apariencia humana, sino como minuciosos proyectos que tienden a coincidir delicadamente con la belleza. No se trata de criaturas cuyo quejoso engranaje las asemeja con algún artefacto descuartizador, sino que se inscriben en la suave órbita de las seducciones. No son apreciadas como supermáquinas, al estilo de los primeros robots, sino como derivaciones humanas que se deslizan para ofrecernos compañía y placer. O de otro modo: mientras los primeros robots presentaban una pavorosa idea del progreso, estos cibermodelos son la dulcificación del desarrollo por ordenador. La electrónica alcanza mediante su existencia el grado máximo de humanización y no ya porque el molde inspirador sea efectivamente un ser humano, sino porque su principal aspiración es entregarlo en la condición idónea y despojado de lo peor. Es decir, un ser humano externamente perfeccionado como la bella Webbie Tookay, que ya protagoniza una importante campaña publicitaria para Nokia y ha sido contratada por Sony Music para unirse a un grupo de música virtual al estilo de las Spice Girl. Esta modelo es, de acuerdo a la función requerida, más dúctil, más plástica y más productiva que una competidora de carne y hueso. ¿También más adecuada? Esta modelo no enferma, no sufre depresiones ni anorexias, no necesita comprar drogas ni adelgazar, no tiene caprichos ni pide más sueldo. Desde el punto de vista de la moda, constituye la empleada ideal, pero también, dentro del mundo de la moda, se corrobora como el robot-modelo de nuestro tiempo.

Los robots de épocas vencidas evocaban el orden de la oscuridad mientras esta cibermodelo pertenece al mundo de la luz y de los focos. El viejo robot nos atraía con su truculencia; el nuevo robot, por su suculencia. John Casablancas, el empresario que dio a conocer a Cindy Crawford y Naomi Campbell, dice estar 'locamente enamorado' de Webbie, y Webbie no podrá desdeñar cualquier deseo que John Casablancas haga circular a través de ella. El viejo robot trataba invariablemente de imitar a un hombre, actuaba con los portes de los hombres y poseía la constitución anatómica y la ronquera de todo un hombre. El ejemplar de robot contemporáneo es, sin embargo, una mujer. La electrónica halla su afinidad en la feminidad como la mecánica la encontraba en el género masculino. Aquél era todavía un mundo de pesadillas y hoy, en el capitalismo de ficción, es una cosmología de sueños.

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