Columna

Cambio de régimen

Recorriendo la exposición de Eibar sobre la proclamación de la República hace setenta años, cuánto he recordado a mi padre. Cómo se hubiera emocionado, describiéndome cada momento, volviendo a encontrar sus recuerdos veinteañeros. Sus 2 de Mayo en Bilbao, en la procesión cívica que subía hasta Mallona en recuerdo del levantamiento del sitio de la Villa. Y su 14 de Abril en Eibar. Quizás fue aquí donde se convirtió en ese ser fronterizo que siempre me fascinó. Aquí conoció a mi madre, casualmente, pues ella era de Bilbao. Y aquí se hizo republicano, cuando la República sólo era un sueño. Eibar ...

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Recorriendo la exposición de Eibar sobre la proclamación de la República hace setenta años, cuánto he recordado a mi padre. Cómo se hubiera emocionado, describiéndome cada momento, volviendo a encontrar sus recuerdos veinteañeros. Sus 2 de Mayo en Bilbao, en la procesión cívica que subía hasta Mallona en recuerdo del levantamiento del sitio de la Villa. Y su 14 de Abril en Eibar. Quizás fue aquí donde se convirtió en ese ser fronterizo que siempre me fascinó. Aquí conoció a mi madre, casualmente, pues ella era de Bilbao. Y aquí se hizo republicano, cuando la República sólo era un sueño. Eibar fue un lugar de encuentros y no sólo para él. Personas muy diferentes aprendieron allí a convivir, sin los enfrentamientos enconados de las zonas industriales de Vizcaya. Por eso, también las ideas diferentes llegaban a convivir dentro de una misma persona, poniendo límites y enriqueciéndose. Desde que he reconocido mi mestizaje, sé que deja aflorar una sensibilidad especial ante lo nuevo. Una manera de presentir lo que puede llegar. Así puedo entender el clima que precedió a aquellas memorables elecciones de 1931.

Entonces, las mujeres no podían votar, ni ser elegidas para cargos públicos. '¡Dejad que este ángel de dulzura y de bondad se mantenga extraño a las escenas de la vida pública, en las cuales dominan harto a menudo la intriga y el embuste!', me leía mi tía abuela Severi, para que me diera cuenta de lo que podíamos esperar de los hombres. 'Al fangoso contacto de la ambición y del egoísmo, su pudor ofendido y su sencillez candorosa llorarían muy pronto la pérdida de su pacífica condición actual, y se haría pedazos el prisma de ilusión que ahora encubre a sus ojos la realidad de las cosas'.

A las mujeres que no se conformaban con el papel de ángel de dulzura, sólo les quedaba una salida: cambiar el régimen. Y es lo que hicieron aquel 14 de abril. Los hombres votaron republicano en unas elecciones meramente municipales. Pero las mujeres salieron a la calle y proclamaron la República antes de tiempo. Eibar se adelantó a las grandes capitales y las mujeres se adelantaron a la historia.

Todavía andaba yo en estas reflexiones cuando, en compañía de unos amigos, acudí al acto del sábado en el Kursaal. Como estamos en plena campaña electoral, no debería haber nada especial en acudir a un mitin. Sin embargo, hace veinte años que no voy a ninguno. Lo que supuso en España la transición democrática, estuvo empañado en Euskadi por una percepción, al menos fue la mía, de ser comparsas de algo que se estaba decidiendo muy a lo lejos. En otras palabras, no creí a Adolfo Suárez cuando prometió traer la democracia. Voté en contra de 'esta' Constitución, aunque deseaba tener una. Pero empecé a sentirme verdaderamente en democracia el día que voté a favor del Estatuto.

Después, todo parece haberse acelerado. Todo ha crecido, se ha hecho viejo y se ha ido pudriendo muy de prisa. Menos la Constitución y la democracia, que se me han hecho más valiosas a medida que me daba cuenta de que podía perderlas. ETA ha tenido mucho que ver en este descubrimiento. Me ha hecho evidente algo que jamás me atreví a imaginar: que la independencia nos pudiese traer la tiranía.

No tuve que descubrir la importancia de la libertad. Pero he visto cómo se nos caía a pedazos a medida que mis amigos se familiarizaban con los bajos de su coche y el silencio nos cubría como una niebla espesa. Y todo esto lo vivía, cada vez más, como en una soledad casi total. Por eso he escrito en estas páginas que ya no me consideraba de los nuestros.

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Hasta esta mañana luminosa de sábado en que he llorado a chorros de esperanza junto a otros tan diferentes, tan solos y, a la vez, tan iguales en lo fundamental. Este día ninguno de los que nos encontramos, salimos de allí siendo de fuera. Cuando un antropólogo, que no se limita a observar a otros seres humanos desde el exterior, dijo que había llegado la hora de dejar de decir 'basta ya', para decir '¡ya!', todos nos levantamos gritando libertad. En ese instante me sentí una de aquellas mujeres eibarresas de 1931 decididas a cambiar el régimen. Aunque quizás haya perdido la oportunidad de seguir siendo un ángel de dulzura y de bondad.

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