Tribuna

Arte y poder

En pleno siglo XXI, la música catalana actual debería gozar de un espacio con nombre propio, tener un claro reflejo en la sociedad, pero esto no sucede. El futuro parece no existir. Como sigamos así, acabaremos por llenar el país de músicos aburridos, practicantes de un género descafeinado y oficiantes de una cultura de parroquia para los nuevos cortesanos.

El problema no es únicamente económico. La dificultad esencial de la música en Cataluña radica en la falta de imaginación. Nadie ha querido otear el horizonte. Quien no sueña, quien no cree en lo que vendrá, difícilmente puede diseña...

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En pleno siglo XXI, la música catalana actual debería gozar de un espacio con nombre propio, tener un claro reflejo en la sociedad, pero esto no sucede. El futuro parece no existir. Como sigamos así, acabaremos por llenar el país de músicos aburridos, practicantes de un género descafeinado y oficiantes de una cultura de parroquia para los nuevos cortesanos.

El problema no es únicamente económico. La dificultad esencial de la música en Cataluña radica en la falta de imaginación. Nadie ha querido otear el horizonte. Quien no sueña, quien no cree en lo que vendrá, difícilmente puede diseñar una política cultural dirigida a una ciudadanía plural y compleja.

En el ámbito musical estamos ahogados por una normativa que, aún hoy en día, prefiere la consonancia a la disonancia y que en el siglo XXI todavía vive asustada por la música del XX (¿cuando acabarán de llamarla contemporánea?). La distribución de las ayudas institucionales es un auténtico atentado contra la historia. ¿Cómo se puede entender el gran apoyo que reciben empresas dedicadas a la promoción de la música clásica y la enorme diferencia con cualquier actividad dedicada a la música de hoy?

Se promociona una música de escaparate, que funcione, que justifique, que suene bien.

Debemos aprovechar el recurso interpuesto por el Taller de Músics en torno al reparto de las subvenciones por parte del Departamento de Cultura de la Generalitat, para debatir la relación entre música y Administración, entre arte y poder.

Hay que provocar un cambio en la política musical catalana, una reacción pública, colectiva y transparente. Si no somos capaces de imaginar un futuro por encima de legislaturas, periodicidades e intereses, dentro de poco habremos conseguido un país sin pasión, una música muerta.

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Xavier Maristany es músico.

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