Editorial:

La paz de Sharon

¿Puede haber paz después de Ariel Sharon? El ex militar ultra ha sido elegido primer ministro de Israel para traer la paz a la zona; el problema es que en Oriente Próximo se puede escribir Paz, con mayúscula, lo que posiblemente significaría un acuerdo razonable para la otra parte, el pueblo palestino, o paz, de manera mucho más modesta, equivalente al cese de la violencia obtenido casi de la forma que sea y totalmente desligado de los derechos de la Autoridad Nacional Palestina, que preside Yasir Arafat. Y no es que la opinión israelí desdeñe la Paz, sino que cuando considera que todos...

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¿Puede haber paz después de Ariel Sharon? El ex militar ultra ha sido elegido primer ministro de Israel para traer la paz a la zona; el problema es que en Oriente Próximo se puede escribir Paz, con mayúscula, lo que posiblemente significaría un acuerdo razonable para la otra parte, el pueblo palestino, o paz, de manera mucho más modesta, equivalente al cese de la violencia obtenido casi de la forma que sea y totalmente desligado de los derechos de la Autoridad Nacional Palestina, que preside Yasir Arafat. Y no es que la opinión israelí desdeñe la Paz, sino que cuando considera que todos sus esfuerzos por alcanzar ese estado de sosiego con su íntimo enemigo árabe han fracasado se conforma con esa otra paz, que puede resultar sumamente letal para el prójimo y vecino.

Tras su apabullante victoria electoral, el líder del Likud ha asegurado que no negociará nada, congelando de hecho la autonomía palestina en menos de un 20% del territorio ocupado por Israel, mientras los palestinos no cesen en su protesta. ¿Qué sentido tiene todo esto? El de que Sharon es visto por los israelíes como el corcho necesario para embotellar de nuevo al pueblo palestino en la insumisión. Si con la violencia logra parar un tiempo la exacerbación del árabe, ésta resurgirá más fuerte y más envenenada. Por eso, de Sharon lo mejor que cabe esperar es un mandato de transición, que ni siquiera es seguro que complete si no consigue formar un Gobierno de amplio espectro, que le sostenga ante un Parlamento hecho un acerico de partidos y contradicciones, hasta que la Autoridad Nacional Palestina renuncie a lo esencial de su exigencia sobre los refugiados y un Israel vuelto a sus sentidos evacue todos los territorios, incluida la Jerusalén árabe, para ofrecer a los palestinos la situación anterior a 1967.

Pero ¿es que basta entonces con armarse de paciencia? Es de temer que no. Con Sharon, truculento hasta en la respiración, y Arafat, jugando el juego más peligroso de su vida, nadie puede garantizar que no enciendan ambos, mucho más allá de cualquier Intifada, la hoguera de Oriente Próximo. Y ello sucede cuando Estados Unidos, con el presidente Bush tan absorto recortando impuestos, parece ausente de este escenario.

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