Tribuna:LAS PERSPECTIVAS PARA 2001

¿Sólo desaceleración?

La economía española ha registrado crecimientos significativos a lo largo de 1999 y de la primera parte del año 2000. El crecimiento del PIB de España fue del 4% en 1999 y del 4,3% en el primer semestre de 2000 respecto del mismo periodo del pasado año. En 1999 reaparecieron con fuerza algunos "viejos" desequilibrios, a la vista de la aceleración de la inflación hasta el 2,9% en diciembre de 1999 y de la presencia de un déficit corriente de la balanza de pagos superior al 2% del PIB. Esta situación se ha consolidado en 2000: la inflación se aproxima al 4% y el déficit exterior corriente puede ...

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La economía española ha registrado crecimientos significativos a lo largo de 1999 y de la primera parte del año 2000. El crecimiento del PIB de España fue del 4% en 1999 y del 4,3% en el primer semestre de 2000 respecto del mismo periodo del pasado año. En 1999 reaparecieron con fuerza algunos "viejos" desequilibrios, a la vista de la aceleración de la inflación hasta el 2,9% en diciembre de 1999 y de la presencia de un déficit corriente de la balanza de pagos superior al 2% del PIB. Esta situación se ha consolidado en 2000: la inflación se aproxima al 4% y el déficit exterior corriente puede superar el 3% del PIB.En 1999 se inició un proceso de elevación de los tipos de interés, tras haber alcanzado dicha variable niveles históricamente bajos en la primavera. El resurgir de las tensiones inflacionistas dio lugar a que, desde el segundo semestre de 1999, los bancos centrales -de Estados Unidos y el BCE, básicamente- procedieran a elevar los respectivos tipos de intervención en los mercados a corto plazo. Esta actuación de las autoridades monetarias de Estados Unidos y de la zona euro ha ejercido una influencia bajista sobre las cotizaciones de las bolsas de valores en 2000. En este año, tras un fuerte arranque de las cotizaciones, impulsadas por los altos precios registrados por los valores ligados a las nuevas tecnologías, han tenido lugar fuertes correcciones a la baja en las cotizaciones bursátiles, especialmente intensas en la primavera para los valores tecnológicos y generalizadas al comienzo del otoño al conjunto de los valores. De este modo, el año 2000 va a presentar un perfil bursátil caracterizado por la irregularidad y por movimientos propios de tiempos de incertidumbre.

Los más altos precios del petróleo han dado lugar a que la inflación se acentúe en 2000, tras mantenerse controlada durante algunos años. Así, en Estados Unidos, el ritmo inflacionista se ha situado en el 3,5%, frente al 2,7% previsto. En Europa, el límite máximo del 2% previsto por el Banco Central Europeo para la zona euro se ha visto superado, hasta alcanzarse un 2,8% en septiembre en cuanto a crecimiento interanual de los precios de consumo se refiere. La mayor inflación tiene un origen muy localizado en los más altos precios del petróleo, que han registrado aumentos intensos entre 1998 y el año 2000, aunque el clima inflacionista parece haberse extendido a productos menos afectados por los precios de la energía. En esta línea, unas subidas anuales medias del 15% en los precios medios de la vivienda, como ha sucedido en España entre 1998 y 2000, no pueden dejar de ejercer también un cierto impacto directo e indirecto sobre la tasa de inflación. El contexto especulativo desatado en el subsector inmobiliario residencial ha vuelto de nuevo a incidir de forma destacada tanto sobre la actividad como sobre los precios.

El clima económico general ha cambiado, pues, de forma sustancial a partir del verano de 2000, en especial en los países de la zona euro, donde a las inseguridades bursátiles y a la mayor inflación se ha unido la incertidumbre provocada por la notable devaluación registrada por el euro. La cotización de esta moneda en los últimos días de octubre de 2000 se ha colocado sustancialmente por debajo de los 85 centavos de dólar. El hecho de que las compras de petróleo se paguen en dólares ha acentuado las tensiones inflacionistas en la zona euro, pues ello ha encarecido adicionalmente unos precios de compra de por sí más elevados. La posición de la balanza de pagos de la Unión Europea es bastante más equilibrada que la de Estados Unidos, cuya balanza corriente de pagos ha alcanzado un nivel de déficit corriente calificado comúnmente de "gigantesco". La devaluación del euro tiene su origen a corto plazo en las fuertes compras de activos de Estados Unidos, así como también se debe a la ausencia de una posición firme de defensa de dicha moneda y a la falta de un posicionamiento claro por parte de los responsables de la política económica en la citada zona euro. De lo anterior se deriva la impresión de que la creación de la moneda única, con anterioridad a la profundización de la Unión Europea, ha equivalido a "iniciar la casa por el tejado".

En este marco cambiante de la situación económica general, en octubre de 2000, el Gobierno español ha presentado el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, organismos autónomos, Seguridad Social y otros organismos para el año 2001, cuya cuantía total asciende a 39,4 billones de pesetas, el 37,2% del valor del PIB previsto para el próximo año.

Las previsiones macroeconómicas incorporadas a dicho proyecto de Presupuestos de 2001 incluyen una previsión de crecimiento del PIB del 3,6% a precios constantes (4% en 2000). El crecimiento citado descansa en una previsión de aumento de la demanda interna del 3,9% y de un aumento de las exportaciones próximo al 9,5% previsto para las importaciones. La previsión en cuestión se apoya en gran medida en una nueva aceleración de la inversión en bienes de equipo hasta el 8% (5,5% en 2000), comportamiento este que no es objeto de justificación rigurosa en los documentos divulgados.

Junto a la citada previsión de crecimiento del 3,6% para la economía española en 2000, medio punto superior a la previsión de la OCDE para la Unión Europea en el próximo año, el proyecto de Presupuestos 2001 establece una previsión de aumento del empleo del 2,5% (3% en 2000) y una reducción de la tasa media de desempleo hasta el 12,7% en 2001. En cuanto a los precios, se prevé una desaceleración del crecimiento medio de 0,5 puntos porcentuales (desde el 3,2% hasta el 2,7% bajaría el aumento medio anual de los precios de consumo), lo que implica una desaceleración poco creíble del aumento de los precios de consumo desde el 3,7% de 2000 hasta el 2% en 2001, expresado en términos de variación diciembre / diciembre.

Según las previsiones presupuestarias, en 2001 se acentuará también el déficit corriente de la balanza de pagos, que podría superar el 4% del PIB. En síntesis, menor crecimiento y menor ritmo de creación de empleos que en 2000 y mayores desequilibrios de precios y balanza de pagos son los elementos más destacados de las previsiones macroeconómicas incorporadas al Proyecto de Presupuestos. Aunque la previsión de desaceleración del crecimiento incluida en el citado proyecto de Presupuestos 2001 es clara, parece posible que en la segunda mitad de 2000 el ritmo de aumento del PIB se va a reducir sustancialmente por debajo del 4%, lo que podría dar lugar a una desaceleración del crecimiento en 2001 más acusada que la prevista en los citados Presupuestos. En las presentes circunstancias, conseguir un crecimiento real del PIB del 3% en 2001 resulta un objetivo bastante más realista.

Los tipos de interés a largo plazo han permanecido estabilizados en 2000 en los niveles alcanzados al comienzo del año, manteniendo un ritmo más vivo de crecimiento a lo largo del año los tipos a corto y medio plazo, aunque dicha evolución parece haberse estabilizado en septiembre-octubre de 2000. Los niveles actuales de los tipos de interés reales, descontada la inflación, no son especialmente elevados, a pesar del estirón experimentado en 1999-2000 por los tipos de interés nominales. Tras las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la realidad económica general aparecerá como más definida.

La reducción de renta real que supone la elevación de los precios de la energía y la consiguiente mayor inflación que ello provoca han tenido lugar bajo el marco que supone la denominada nueva economía, caracterizada por los intensos aumentos de la productividad y por las fuertes aportaciones de recursos a las empresas de nuevas tecnologías a través de los mercados de capitales. La cuestión radica en si en la economía occidental va a tener lugar una desaceleración o si van a reproducirse las fluctuaciones cíclicas propias de la vieja economía bajo las nuevas coordenadas dominantes. Todavía el viejo ciclo, dominado por las fluctuaciones de la producción de viviendas y de automóviles, pesa significativamente en el comportamiento de la economía. Una concentración de recesión clásica y de recesión ligada a un cambio en los supuestos sobre los que se apoya la nueva economía (aumentos continuos de la productividad, aportaciones masivas de ahorro bursátil a las empresas más ligadas a los cambios tecnológicos, cambio de signo del efecto riqueza) puede desembocar en una situación para la cual es posible que no baste recurrir otra vez a una política de bajos tipos de interés. Si los tipos de interés se mantienen artificialmente bajos se producirá un proceso de racionamiento de la oferta de ahorro, situación esta que se percibe cada vez más en los mercados de capitales.

Un cambio de coyuntura que conduzca, en el mejor de los casos, a una desaceleración significativa del crecimiento revelará las debilidades de una política económica que ha tenido más de keynesianismo naive (estímulo de la demanda interna) que de estrategia de oferta a medio y largo plazo para competir en el cada vez más brutal escenario a que está conduciendo la globalización. Parece necesario un nuevo mix de política económica, apoyada más en aspectos tales como el empleo selectivo de las inversiones públicas, la generación de condiciones físicas más proclives a la inversión empresarial (crear suelo industrial es más trascendente que los apoyos fiscales a la inversión), a fomentar la exportación en lugar de mirar para otro lado ante la descomunal sobreinversión inmobiliaria que domina la actual coyuntura. Esta tarea incumbe a todas las administraciones públicas, muy en especial a las territoriales, que no deben limitarse a constatar que están creciendo por encima de la media nacional, sino que deben acentuar mucho más el perfil de política de oferta, que debe ser el carácter dominante de la política económica, tanto nacional como territorial.

Julio Rodríguez López es presidente de la Caja General de Granada.

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