Tribuna:

El pulso firme

En historia, lo realmente importante se reconoce por el hecho de tener continuidad; ésa es una antigua y fecunda lección de Marc Bloch. A 25 años de la muerte del general Franco y a 64 de la rebelión militar que inició la guerra civil, origen de la dictadura, no debería ser inconveniente preguntarse qué constituye lo perdurable y duradero del franquismo, lo que él reconoce como propio, con lo que los otros le identifican también.El franquismo se reconoció siempre a sí mismo con los valores de la intolerancia (disfrazada de firmeza) y de la violencia que debía garantizarla en caso de duda y com...

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En historia, lo realmente importante se reconoce por el hecho de tener continuidad; ésa es una antigua y fecunda lección de Marc Bloch. A 25 años de la muerte del general Franco y a 64 de la rebelión militar que inició la guerra civil, origen de la dictadura, no debería ser inconveniente preguntarse qué constituye lo perdurable y duradero del franquismo, lo que él reconoce como propio, con lo que los otros le identifican también.El franquismo se reconoció siempre a sí mismo con los valores de la intolerancia (disfrazada de firmeza) y de la violencia que debía garantizarla en caso de duda y como método profiláctico. De ahí la metáfora del "pulso firme" tan usada en los discursos de sus hombres en todos los niveles del escalafón jerárquico.

La firmeza de pulso fue perfectamente percibida por sus destinatarios. Es decir, aquellos que de un modo u otro no compartían ni sus puntos de vista, ni sus principios, ni su moral; esa gente dio siempre noticias del franquismo, de las consecuencias materiales y concretas de sus valores fundamentales.

Las primeras crónicas llegaron con los fugitivos que huían de las zonas sometidas por los militares rebeldes y castigadas por falangistas, carlistas, sacerdotes y delatores vengativos. Aquella gente traía consigo imágenes de vidas melladas por una violencia integral. Y por el miedo. Durante los años posteriores aparecieron los relatos de quienes, capturados por su oposición, pero también por su solidaridad con opositores, exiliados y perseguidos, habían conocido la tortura y la cárcel. La cárcel era -decían- el núcleo duro, la representación física, institucional, emblemática de los valores de la dictadura. Relatos en voz baja que testificaban un común denominador, la discrecionalidad del poder garantizada por la violencia; es decir, podía ocurrir cualquier cosa, a cualquier persona, en cualquier momento. Nadie era libre. Discrecionalidad y cárcel, los elementos más reales del imaginario colectivo de este país.Durante la transición y en los años que a este periodo siguieron, muchas voces contaron cómo habían sido dañadas sus vidas. Eso sólo era la parte empírica, en modo alguno esas voces pretendían invocar lástima, más bien el suyo fue un discurso de contenido moral, una apología de lo que debían ser los valores de la nueva democracia para abolir el fondo de la dictadura. Sin embargo, aquella gente que empezó a contar cosas para el saber ético, de repente fue tildada de incorregible, senil e irreconciliable, y también acusada de oponerse a un extraño sentido del futuro y, por tanto, de reaccionaria. La supervivencia al franquismo se convirtió en una molestia para una sociedad realmente más angustiada por el miedo de lo que pensábamos. Lo mismo había sucedido con los supervivientes de los campos de exterminio: nadie les creyó. Lo que contaban era inverosímil y callaron porque no eran escuchados. La frustración de aquella gente para cumplir el mandato moral que se habían impuesto la sintetizó un italiano anónimo superviviente de Auschwitz, con una frase amarga: "Es triste vivir sin dar a conocer...". Transcurrieron muchos años antes de que su saber fuera escuchado y creído.

Escribió Primo Levi que quienes podían contar el sentido profundo de los campos de exterminio nazis no eran los supervivientes, sino precisamente los desaparecidos, los hundidos, aquellos que nunca podrán contar nada porque murieron gaseados, apaleados o de cualquier otra forma. Por supuesto, en España no se gaseó a nadie. Para gasear españoles se utilizaron limpiamente las cámaras de gas alemanas de Mathausen, Ravensbrück y Auschwitz, porque Serrano Súñer tuvo la voz y el pulso suficientemente firmes para declarar que fuera de España no había españoles, sólo apátridas; así pues, podían encargarse de ellos los camaradas nazis. Pero volviendo a lo que Levi argumentaba, pienso en nuestros desaparecidos, no en los muertos de guerra, ni en los de la resistencia, ni en los fusilados, ni en aquellos asesinados bajo tortura, piensoen aquellos cuya desaparición tiene un mensaje exacto sobre los valores del franquismo. Me refiero a los miles de hijos e hijas de encarcelados políticos que fueron confinados por el Estado en instituciones del régimen y escuelas religiosas. No fueron pocos. En 1942 estaban tutelados en escuelas religiosas y establecimientos estatales o de Falange 9.050 niños y niñas mayores de cuatro años. En 1943 la cifra ascendió a 10.675. De ellos el 62,6 % eran niñas (6.685). Y si bien la mayoría de los muchachos fueron destinados a centros y albergues no religiosos, en cambio, todas las hijas de reclusos sin posibilidades económicas fueron confinadas exclusivamente en centros religiosos y es de suponer, ante la universalidad de la medida, que fue así en razón de su condición femenina. No caben dudas sobre la intencionalidad política de la sustracción de niños y niñas por parte del régimen del general Franco; los mismos responsables del Patronato de Nuestra Señora de la Merced, cobertura religioso-benéfica del régimen, se ocuparon de proclamar sus razones: "Miles y miles de niños han sido arrancados de la miseria material y moral; miles y miles de padres de esos mismos niños, distanciados políticamente del Estado español, se van acercando a él agradecidos".

Los conflictos humanos desencadenados fueron enormes y sus efectos no desaparecieron nunca. Muchos de ellos se negaron a ver de nuevo a sus familiares y tomaron los hábitos en las órdenes religiosas de acogida; en no pocos casos y según sendas cartas enviadas a sus padres encarcelados,argumentaron que aquélla era la única forma de redimir su naturaleza malvada. En realidad, ésos son nuestros desaparecidos, nuestros ahogados,aquellos que realmente tocaron fondo. Son los que nunca hablarán, pero probablemente nadie mejor que ellos podría relatar los valores del franquismo.

Es noticia que el actual Gobierno de España pretende eliminar de la enseñanza los valores que en este país, hace 10 años, introdujo la ética antifranquista, heredera de la democracia republicana, en nuestro sistema de enseñanza. Cabe preguntarse dónde y en quién reside la herencia del "pulso firme", aquella recurrente y maravillosa imagen con la que Franco sintetizó al franquismo y a sí mismo, por los siglos de los siglos.

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Ricard Vinyes es historiador.

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