Tribuna:

Hijos

Los anticonceptivos han hecho posible elegir cuándo se desea tener hijos. Ahora, los hijos, cuando llegan, son un síntoma más de confort, una demostración de status, como tener un coche de gran cilindrada o vivir en un adosado de las afueras. Esto es así porque se tienen hijos "cuando se puede"; es decir, cuando hay un trabajo fijo, estabilidad económica, madurez profesional...Que haya gente que no siga estas pautas parece una excentricidad o, incluso, algo peor: un peligro social. Aún así, hay pobres empeñados en echar hijos al mundo como se ha hecho siempre. De ellos se suelen ocupar ...

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Los anticonceptivos han hecho posible elegir cuándo se desea tener hijos. Ahora, los hijos, cuando llegan, son un síntoma más de confort, una demostración de status, como tener un coche de gran cilindrada o vivir en un adosado de las afueras. Esto es así porque se tienen hijos "cuando se puede"; es decir, cuando hay un trabajo fijo, estabilidad económica, madurez profesional...Que haya gente que no siga estas pautas parece una excentricidad o, incluso, algo peor: un peligro social. Aún así, hay pobres empeñados en echar hijos al mundo como se ha hecho siempre. De ellos se suelen ocupar los servicios sociales, un logro del Estado del Bienestar que tiene la peligrosa tendencia de convertirse en una especie de policía de costumbres.

Hay una bellísima película británica (Ladybird, Ladybird, Ken Loach, 1994), que relata el drama de Maggie Conlan, una mujer a la que los servicios sociales han ido retirando, uno tras otro, los cuatro hijos que fue teniendo de diferentes hombres. Cuando Maggie encuentra por fin la estabilidad y el amor de un refugiado político latinoamericano, comienza su lucha contra unos servicios sociales tan inhumanos como eficaces.

En los últimos tiempos los periódicos traen con frecuencia historias que nos recuerdan el drama de Maggie Conlan. El Estado del Bienestar tiene algo de madre posesiva que busca a la fuerza la felicidad y el confort de sus criaturas. No cabe duda de que las intenciones son buenas, ni de que su existencia supone un avance histórico. Lo malo es cuando su celo se muestra desmedido.

Hace poco, un buen amigo juez me contaba que en un expediente de retirada de tutela podía ser equiparado a los malos tratos el hecho de que los padres lavaran a sus hijos con agua fría. De este modo, se estaría poniendo en entredicho el derecho a la paternidad de los que no tienen medios económicos o de aquellos que son partidarios de normas higiénicas ahora en desuso pero que fueron muy seguidas hasta hace no mucho tiempo.

Según contaba en este periódico Tereixa Constenla, un grupo de madres a las que la Consejería de Asuntos Sociales les ha retirado a sus hijos ha comenzado a rebelarse ante lo que la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía considera "una maquinaria administrativa insensible y cruel".

Tereixa contaba los dramas de Carmen, Francisca y Rocío, que no eran sino un calco del drama de la Maggie Conlan de Ladybird, Ladybird. Estas mujeres viven en barrios marginales y han pasado por los tormentos de la droga, el alcohol o la locura con la desesperación y el desamparo con los que los padecen los pobres. (Jamás se ha sabido de un drogadicto, loco o alcohólico con posibles al que le retiraran los hijos). Cuando, por fin, las gentes como Carmen, Francisca o Rocío salen a flote y tratan de recuperar a sus hijos, se encuentran con la maquinaria "insensible y cruel".

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Hay en esta maquinaria un exceso de celo y de lentitud burocrática, pero también se pueden observar en ella rastros de prejuicios clasistas: como si las más desheredadas carecieran del instinto de maternidad, como si la paternidad fuera un derecho que estuviera sólo al alcance de los que tienen un buen empleo, coche, vivienda y tarjetas de crédito.

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