Reportaje:

Horizonte sin barrotes

Una ONG abre la segunda casa de la región para presas en semilibertad con sus hijos

A sus 16 meses, este niño, al que llamaremos Raúl, ha descubierto que en el mundo, además de barrotes y muros de cemento, existen perros y árboles. El pequeño nació y vivió hasta hace un mes en la cárcel de Aranjuez, donde su madre cumplía condena por un delito contra la salud pública (venta de drogas). Pero ahora los dos residen en un nuevo hogar para presas que están en régimen de semilibertad (tercer grado) con sus hijos que la ONG Horizontes Abiertos inauguró oficialmente ayer en Alcobendas.Este centro, dependiente de la cárcel de Aranjuez y subvencionado por Caja Madrid, tiene como objeti...

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A sus 16 meses, este niño, al que llamaremos Raúl, ha descubierto que en el mundo, además de barrotes y muros de cemento, existen perros y árboles. El pequeño nació y vivió hasta hace un mes en la cárcel de Aranjuez, donde su madre cumplía condena por un delito contra la salud pública (venta de drogas). Pero ahora los dos residen en un nuevo hogar para presas que están en régimen de semilibertad (tercer grado) con sus hijos que la ONG Horizontes Abiertos inauguró oficialmente ayer en Alcobendas.Este centro, dependiente de la cárcel de Aranjuez y subvencionado por Caja Madrid, tiene como objetivo normalizar la vida de 12 presas (ahora hay seis con siete niños) que, cumplidas las tres cuartas partes de su condena, cuentan con informes favorables de Instituciones Penitenciarias sobre sus posibilidades de reinserción. Pero el principal objetivo es permitir que sus hijos puedan vivir con ellas sin sufrir la dureza y el aislamiento de la prisión.

En la región sólo existe otra unidad similar, con capacidad para seis reclusas con ocho chiquillos, de la asociación Nuevo Futuro. En las prisiones de Soto del Real y Aranjuez viven otros 49 niños, todos menores de tres años, ya que la ley prohíbe que en la cárcel residan niños mayores.

La madre de Raúl todavía recuerda la cara de sorpresa del chaval cuando hace días lo llevó a pasear a un parque. "Él nació en prisión y hasta los nueve meses no pisó la calle; ahora, en este hogar, está más despierto y cariñoso", explica esta mujer, de 38 años, que acabó entre rejas por vender drogas para costear su adicción. "Sé que todavía estoy a prueba, pero me siento fuerte para encontrar un trabajo", asegura.

La hija mayor de Herminia, otra de las residentes de este centro, no soportó la prisión. A sus dos años y medio de edad, las celdas la apabullaron y se quedó encogida en un rincón. "Tuve que dejarla con mi padre", explica la joven, de 22 años, con otra niña más pequeña que sí vivió con ella en la cárcel.

En este hogar no hay rejas ni portones. Pero tampoco sus moradoras van y vienen con total libertad, salvo durante el fin de semana. Salen un rato al parque con sus niños, pero siempre acompañadas por las monitoras. Una funcionaria de prisiones, una educadora, una psicóloga, una trabajadora social y un monitor de talleres se encargan de tender el puente que acerque a estas mujeres a la vida cotidiana.

Cada mañana, los niños salen a las escuelas infantiles del barrio. Pronto las madres comenzarán a asistir a cursos formativos y a buscar empleo. Gloria Bernal, la coordinadora del centro, destaca las ganas de salir adelante de estas mujeres que en un momento de su vida "metieron la pata". Y también observa cómo, día a día, los chiquillos olvidan las rejas. Ahora, ya ninguno pregunta a qué hora es el recuento.

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