Editorial:

Europa, a la hora de las urgencias

El vértigo de los acontecimientos puede devorar las mejores agendas. Así ha sucedido con la reunión de los Quince en Biarritz, a la que la crítica situación en Oriente Próximo ha alterado por completo su centro de gravedad. No podía ser de otra manera. Las consecuencias económicas y políticas de un eventual enfrentamiento armado a gran escala en la zona que concentra la mayoría de los recursos petrolíferos del planeta echaría por tierra cualquier proyecto de la Unión Europea sobre la naturaleza de sus próximas reformas y los plazos y condiciones de su ampliación con una docena larga de aspiran...

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El vértigo de los acontecimientos puede devorar las mejores agendas. Así ha sucedido con la reunión de los Quince en Biarritz, a la que la crítica situación en Oriente Próximo ha alterado por completo su centro de gravedad. No podía ser de otra manera. Las consecuencias económicas y políticas de un eventual enfrentamiento armado a gran escala en la zona que concentra la mayoría de los recursos petrolíferos del planeta echaría por tierra cualquier proyecto de la Unión Europea sobre la naturaleza de sus próximas reformas y los plazos y condiciones de su ampliación con una docena larga de aspirantes. Aunque la situación es diferente, el fantasma de la crisis del petróleo de 1973 está bien vivo.Europa es un jugador marginal en la diplomacia regional de Oriente Próximo. Pero en Biarritz ha intentado llenar, con modestia no exenta de efectividad, el vacío creado por la convulsión entre palestinos e israelíes ofreciendo su mediación para lograr un encuentro al máximo nivel que ofrezca alguna alternativa a la explosiva situación actual. A esta capacidad de interlocución de los Quince -que ha situado al presidente español, José María Aznar, y al representante de la UE para política exterior, Javier Solana, en el centro de la labor de acercamiento- y también a la incansable actividad del secretario general de la ONU, Kofi Annan, se debe en parte la convocatoria urgente de la cumbre anunciada para mañana en Egipto, con asistencia de Clinton y de Solana en nombre de la UE, y en la que la presión combinada internacional debería resultar decisiva para hacer que Barak y Arafat vuelvan a la razón.

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En el Consejo Europeo concluido ayer, lo urgente ha prevalecido sobre las consideraciones a más largo plazo. En este sentido, los Quince han acertado plenamente al invitar a Biarritz al nuevo presidente yugoslavo, el nacionalista Vojislav Kostunica, y señalar su disposición a acoger a Belgrado en la comunidad de democracias continentales. Hay algo más que simbología en un almuerzo que reúne al legítimo dirigente de un país bombardeado hace poco más de un año -a raíz de la guerra de Kosovo- con algunos de los mandatarios que enviaron sus bombarderos.

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La alfombra roja a Kostunica, el levantamiento de algunas sanciones y los 30.000 millones de pesetas en ayuda de urgencia a Serbia -combustible, medicinas y alimentos- para afrontar el invierno deben ser señales claras hacia los yugoslavos. La reforzada imagen exterior de su presidente le será útil para ganar credibilidad interna, necesaria a su vez para desmontar el régimen de Milosevic. Aunque la Unión Europea no ha condicionado formalmente su socorro inmediato, sus dirigentes han hecho saber a Kostunica que esperan sustanciales reformas democratizadoras en Serbia, donde casi todo está por hacer. La medida de estos cambios podrá comenzar a apreciarse en la reunión que la UE planea con los dirigentes de las nuevas democracias balcánicas el mes próximo en Zagreb.

El Consejo Europeo informal de Biarritz se convocó en realidad para una discusión en profundidad sobre la reforma de las instituciones de la UE, que se negocia en la llamada Conferencia Intergubernamental y es condición previa a la entrada de nuevos Estados. Una vez más, tras su reunión de dos días, los líderes europeos mantienen posiciones discrepantes sobre el alcance y la mecánica de estos cambios, más viva que nunca la disputa por el reparto del poder en la futura Europa ampliada.

La nueva distribución de los votos nacionales en el Consejo de Ministros -con la que los Estados grandes quieren recuperar sus posiciones deterioradas a favor de los pequeños con las sucesivas ampliaciones- sigue siendo el hueso más difícil de roer. No se resolverá hasta el Consejo Europeo decisorio de Niza, en diciembre. Hay, sin embargo, algunas áreas de posibles coincidencias: más decisiones por mayorías cualificadas, aunque aún no sobre cuáles; un Colegio de Comisarios más reducido; una integración más flexible, si bien con desacuerdos sobre su formato exacto, y la convicción de que en Niza, al final de la presidencia francesa, no puede haber un "acuerdo de mínimos".

Europa sigue inmersa en las dudas. A juzgar por la suerte que puede correr la Declaración de Derechos Fundamentales -un embrión de Constitución elaborado por representantes de instituciones, Gobiernos y Parlamentos-, los "mínimos" no son descartables. Tras los debates en Biarritz parece poco probable que llegue a decidirse la plena incorporación a los tratados de este importante texto para darle valor jurídico y efectividad real; como poco, habrá que esperar a Niza.

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