Tribuna:

Globalización contra globalización

Como antes se hiciera con los de Seattle, se ha presentado a los activistas que se han movilizado en Praga como parte de un movimiento anti-globalización. No es cierto. Conviene matizar algunas cosas y diferenciar entre globalidad (el hecho de que vivimos en una sociedad mundial fuertemente interconectada), globalización (el conjunto de procesos en virtud de los cuales las distintas regiones del planeta establecen entre sí vínculos políticos, económicos, culturales y sociales) y globalismo (la gestión de los procesos de globalización realizada desde una perspectiva exclusivamente economicista)...

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Como antes se hiciera con los de Seattle, se ha presentado a los activistas que se han movilizado en Praga como parte de un movimiento anti-globalización. No es cierto. Conviene matizar algunas cosas y diferenciar entre globalidad (el hecho de que vivimos en una sociedad mundial fuertemente interconectada), globalización (el conjunto de procesos en virtud de los cuales las distintas regiones del planeta establecen entre sí vínculos políticos, económicos, culturales y sociales) y globalismo (la gestión de los procesos de globalización realizada desde una perspectiva exclusivamente economicista). De este modo podemos distinguir un poderoso proceso estructural (la globalización) de la forma concreta que ese proceso ha adoptado a finales del siglo XX. La globalización no se agota en sus aspectos más directamente económicos. También forman parte del proceso de globalización la aparición de instituciones políticas internacionales, de organizaciones no gubernamentales para el desarrollo, de una nueva conciencia ecológica y solidaria, de redes de comunicación como Internet, etc. Como nunca antes, hoy hay muchas relaciones sociales que pueden superar las fronteras políticas o geográficas. Es posible constituir comunidades transnacionales, formas de vida y acción cuya lógica interna se explica a partir de la creación y mantenimiento de mundos de vida social que superan distancias y fronteras, en respuesta casi siempre a problemas transnacionales. Movimientos sociales, ONGs y otras organizaciones ciudadanas son paradigma de estas formas de vida y acción transnacionales, agentes principales de un nuevo proceso tendente a recuperar la dimensión local en un mundo global. Además de deseable, es posible un uso local de lo global a la vez que un uso global de lo local. Es lo que se ha dado en llamar "glocalización", que podemos interpretar como desarrollo y creación de todas las múltiples posibilidades de interacción humana y humanizadora con las que hoy contamos. En particular, la conciencia de globalidad nos ofrece la oportunidad de sacar consecuencias prácticas del hecho de vivir en un sólo mundo. Un mundo global es, en cierto modo, un mundo interiormente abierto pero al mismo tiempo cerrado sobre sí mismo; un mundo limitado.

La existencia de límites al crecimiento supone de la impugnación, por imposible, de cualquier propuesta de desarrollo que aspire a elevar los niveles de bienestar de los colectivos y pueblos más pobres simplemente mediante el recurso de invitarles a seguir los pasos de las sociedades más desarrolladas. Que Brasil se desarrolle siguiendo las pautas occidentales quiere decir que habrá que aceptar que destruya sus bosques tropicales para convertirlos en plantaciones de especies de crecimiento rápido destinadas a la industria maderera, en terrenos de cultivo o en suelos urbanizables. Que lo haga India quiere decir que en ese país habrá que promover el uso privado del automóvil con el fin de generar una industria automovilística fuerte y un inmenso mercado para sus productos. Que China se desarrolle como Europa quiere decir que habrán de cambiar los hábitos alimenticios de su población, dejando de consumir cereales para convertirse en consumidores de proteínas animales. El problema es que nuestro planeta no puede subsistir sin la producción de oxígeno de la Amazonia ni soportar siete mil millones de automovilistas y de voraces consumidores de carne.

Afortunadamente, los globalitaristas del libre mercado no son los únicos ocupantes de este nuevo espacio transnacional; también operan en este espacio los internacionalistas de los derechos humanos, embarcados en una política de judo que sabe aprovecharse de la prepotencia de los Estados o de las empresas transnacionales mediante una crítica de fuerte contenido moral que hace patente la vergonzosa desnudez de un emperador que gusta vestir los vistosos ropajes de la democracia y los derechos humanos pero que, al cabo, no deja de incumplir sus propios valores fundacionales cada vez que desarma un poco más a la sociedad frente al ímpetu de los mercados.

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