Tribuna:GENERACIÓN NÓMADA

Llueve confeti sobre el desierto ARCADI ESPADA

Mariona Bonet tenía 22 años, estaba en el desierto y llevaba un día con fiebre y diarreas. Había cometido la imprudencia de lavarse los dientes. Pero echó una ojeada al cielo, se dio cuenta de que, en realidad, nunca había visto un cielo, y que no podía perder un solo minuto. Así, encogió el intestino, se deslizó fuera del saco de dormir y llamó a los otros. Estaba lista para actuar.Llegó de madrugada, seis días antes. El aeropuerto de Tinduf estaba cerrado y unos oficiales perezosos lo habían abierto para que aterrizaran dos aviones. A bordo, iban familias españolas que apadrinaban niños del ...

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Mariona Bonet tenía 22 años, estaba en el desierto y llevaba un día con fiebre y diarreas. Había cometido la imprudencia de lavarse los dientes. Pero echó una ojeada al cielo, se dio cuenta de que, en realidad, nunca había visto un cielo, y que no podía perder un solo minuto. Así, encogió el intestino, se deslizó fuera del saco de dormir y llamó a los otros. Estaba lista para actuar.Llegó de madrugada, seis días antes. El aeropuerto de Tinduf estaba cerrado y unos oficiales perezosos lo habían abierto para que aterrizaran dos aviones. A bordo, iban familias españolas que apadrinaban niños del desierto. Iban a verles, y a llevarles medicinas, ropa y alimentos. E iban también los payasos, liderados por Tortell Poltrona, el fundador de Payasos sin Fronteras. Entre los payasos, Mariona, sin ninguna experiencia en haber hecho reír a nadie. Sólo que un día le había dicho al señor Tortell: "Si vas a uno de esos viajes y necesitas gente cuenta conmigo".

En el mundo solidario, cualquier oferta es extremadamente peligrosa. Al cabo de unas semanas, una madrugada de abril, Mariona Bonet estaba ofreciéndoles whisky a los aduaneros de Tinduf para que dejaran pasar con fluidez los equipajes. Complicados equipajes: contra lo que pueda parecer la risa no es un intangible. En el aeropuerto hacía frío, demasiado para su idea del desierto. Sólo cuando llegó a Asmara y la introdujeron con otras cuatro personas en la jaima, se dio cuenta de que había llegado a algún lugar. Una familia polisaria se ocupó de ella. La familia era la madre y muchos de sus hijos, los más pequeños. El hombre no estaba. Aunque apareció fugazmente al cabo de los días: el hombre parecía bien alimentado y feliz. Más feliz que ella. Más lozano que ella.

Pero eso lo pensó mucho después. Quizá ya de vuelta. Ahora estaba haciendo su primera comida en el desierto: ensalada de arroz. Enseguida vinieron los jeeps. A los tres cuartos de hora de camino llegaban a un poblado hecho de fango. Era mediodía. El calor apretaba como de madrugada el frío. A veces el enjambre de moscas impedía ver con claridad lo que había delante de los ojos. Los escarabajos parecían los mejor alimentados: negrazos lustrosos y muy gordos. A todo esto había 200 niños esperando la risa. ¿Qué hacían? "El payaso, hacíamos el payaso. A lo que habíamos venido". ¿Con argumento? "El argumento era muy sencillo: música, pasacalles, el sol, la luna...". ¿Reían? "Sólo cuando se les pasaba el miedo".

Los niños polisarios no entendían fácilmente los disfraces, el maquillaje, el estrépito de las tracas. Vivían en el desierto y días antes alguien les había anunciado que pasarían unos muchachos a hacerles reír. El hecho -completamente indiscutible- de que la risa traza sutiles fronteras intransferibles está, paradójica y probablemente, en el origen de la idea del señor Tortell y de su ONG: Mariona Bonet y sus compañeros llevaban una risa internacional a cuestas. Es ejemplar. Pero se encontraron con una gran sorpresa. "¿Sabe? Los niños no conocían el confeti". ¿Y preguntaban? "Sí, preguntaban qué quiere decir esto. Un problema". ¿Cómo se las arreglaron? "Ehh, bueno, yéndonos a jugar y echando más confeti, más música, tralalá, tralalá. Aprendieron a usar el confeti, que es lo que interesa".

Una de las últimas noches en el desierto Mariona Bonet asistió a un concierto que se hacía en favor del Frente Polisario, y para el que habían venido algunos artistas españoles de renombre. Cuando entró en el recinto, observó que había un considerable vacío en el centro. Preguntó y le dijeron este vacío es para ti. Quería decir que era para ella y para otros como ella. Los saharauis estaban al otro lado: lejos de ellos y lejos de los artistas de la música. Tuvo la tentación de preguntar para qué servía esto, el vacío y mis absurdos privilegios, pero pensó en los estrictos términos del confeti y se dispuso a usarlo. Es una chica discreta y poco dada a proponer problemas. Hasta que una mañana la despertaron con mucha prisa. No pudo ni despedirse de la familia, de la mujer que la había atendido. Aún hoy le duele, aunque siempre discretamente, aquella despedida porque fue de cuajo. En poco tiempo se vio bajo la ducha iniciando la acostumbrada semana del voluntario que regresa: agua, sueño y silencio. ¿Qué aprendió en el desierto? "Vivimos con más de lo necesario. Y luego, lo más importante: yo no sabía nada del Frente Polisario. Fui de payasa como quien va de cocinera y fui al desierto como podía haber ido a otro lugar. Bien: me enteré de que había una historia. Nunca había visto a los saharauis por la tele. Y sí, están allí". Esta entrevista cierra la serie Generación Nómada que se ha publicado a lo largo del verano.

Payasos sin Fronteras en Internet: www.clowns.org

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Esta entrevista cierra la serie Generación Nómada que se ha publicado a lo largo del verano.

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