Tribuna:

Un pasado caliente, un presente más incierto

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha aumentado su optimismo respecto al pasado. La revisión al alza de las cifras de Contabilidad Nacional de 1998 y 1999 refleja un pasado en el que la economía estaba más caliente que lo que mostraban las anteriores estimaciones. Se decía que el consumo crecía cerca del 3,5% y ahora se estima que creció un 4,3 %; se decía que el gasto consuntivo de las administraciones públicas estaba creciendo por debajo del 2% y ahora se calcula que crecía por encima del 3%.Estas nuevas estimaciones del pasado son más coherentes que las que había suministrado en...

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El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha aumentado su optimismo respecto al pasado. La revisión al alza de las cifras de Contabilidad Nacional de 1998 y 1999 refleja un pasado en el que la economía estaba más caliente que lo que mostraban las anteriores estimaciones. Se decía que el consumo crecía cerca del 3,5% y ahora se estima que creció un 4,3 %; se decía que el gasto consuntivo de las administraciones públicas estaba creciendo por debajo del 2% y ahora se calcula que crecía por encima del 3%.Estas nuevas estimaciones del pasado son más coherentes que las que había suministrado entonces el INE. Ahora se entiende mejor el rápido deterioro de la inflación en España en relación a Europa y se suavizan algunas inconsistencias, como las de una evolución negativa de la productividad por empleado que aparecían con las cifras anteriores.

Sin embargo, las cifras de Contabilidad Nacional que suministró ayer el INE sobre el segundo trimestre son menos optimistas respecto al presente y confirman que ha comenzado el enfriamiento de la economía española. Tan sólo la construcción mantiene el mismo ritmo alegre. El consumo se desacelera y, aunque las exportaciones crecen alrededor del 10 %, ello significa un fuerte descenso de su elasticidad en relación al comercio mundial que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), está creciendo también al 10%. La desaceleración más fuerte se está produciendo en la inversión en equipos. Su tasa de crecimiento anual -corregida de todas las variaciones estacionales y de calendario- ha ido descendiendo en los cuatro últimos trimestres del 11% al 7%, al 4% y, finalmente, se ha situado en un preocupante 1,5%.

Esta desaceleración de la demanda interna podría ser el principio del ajuste de los desequilibrios generados por el recalentamiento del pasado y debería ayudar a reducir la inflación. Más atención se debería poner en las cifras del INE, que han venido a confirmar un triste fenómeno que empezó a mediados del pasado año: la caída del diferencial de crecimiento de España en relación a los países del euro. Durante 1998 y la primera parte de 1999, nuestro diferencial era superior a un punto y medio. Si hubiera estado basado exclusivamente en unos fundamentos sanos, ese diferencial se habría mantenido y nos permitiría acercarnos a la renta europea.

Pero, ya en la última parte de 1999, ese diferencial descendió a un punto, y en este segundo trimestre de 2000 está tan sólo unas décimas por encima del 3,8% al que está creciendo la zona euro. Y, según las previsiones efectuadas por el Fondo Monetario, el diferencial desaparecerá el año que viene.

Los españoles de a pie no se van a dar cuenta de la caída en el diferencial de crecimiento gracias a que estamos viviendo uno de los momentos más dulces de la historia económica mundial. Pero debe importarnos nuestro crecimiento en relación al de los demás porque basta con dar una vuelta por París o Londres para darse cuenta de que nos queda bastante distancia para alcanzar el nivel de vida de esos países. Plantear, como parece, que el objetivo de la política económica para los próximos años es que España crezca lo mismo que los países maduros de Europa, denota una falta de ambición en la que no deberíamos caer.

Una vez más, este país ha comprobado cómo las políticas de recalentamiento de la demanda llevan a que los aumentos en el crecimiento acaban siendo efímeros, insostenibles. Pero eso no significa que haya que tirar la toalla y aceptar que no es posible crecer por encima del resto de los países europeos.

Si se adoptan políticas que aumenten -de verdad- la competencia en nuestros mercados, faciliten la iniciativa empresarial y la asunción de riesgos y aumenten la productividad de los españoles, podremos conseguir un diferencial de crecimiento sostenido que no se agote a las primeras de cambio y que nos impulse hacia una convergencia real que ahora se ha detenido.

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