Tribuna:ATENCIÓN SOCIAL DE INMIGRANTES

Visión estrecha para el paso del estrecho

Vivimos tiempos de tribulaciones, donde lo absurdo se vuelve natural. Así, podemos oír a un presidente del Gobierno afirmar, sin el menor asomo de vergüenza, que tras modificar el 80% de la ley de extranjería, ésta "queda como una de las más avanzadas del mundo". No sé si Aznar habrá oído hablar de la legislación francesa o italiana, por ejemplo, de las medidas contra el racismo y la xenofobia emprendidas por el Gobierno alemán y que llevarían ante los tribunales algunas de las afirmaciones hechas por algunos de sus propios ministros, o incluso de la legislación holandesa, que supone para much...

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Vivimos tiempos de tribulaciones, donde lo absurdo se vuelve natural. Así, podemos oír a un presidente del Gobierno afirmar, sin el menor asomo de vergüenza, que tras modificar el 80% de la ley de extranjería, ésta "queda como una de las más avanzadas del mundo". No sé si Aznar habrá oído hablar de la legislación francesa o italiana, por ejemplo, de las medidas contra el racismo y la xenofobia emprendidas por el Gobierno alemán y que llevarían ante los tribunales algunas de las afirmaciones hechas por algunos de sus propios ministros, o incluso de la legislación holandesa, que supone para muchos inmigrantes el horizonte de sus aspiraciones.Y algo parecido sucede con nuestro subdelegado del Gobierno en Alicante, un personaje muy particular, que alcanza todos los años su máximo esplendor en la llamada Operación Paso del Estrecho, ejemplo como pocos de discriminación y de desatención hacia personas por su situación económica.

En Alicante se dan dos curiosas situaciones. Si un extranjero va y viene en avión, le suponemos una situación económica desahogada y por ello tenemos un aeropuerto magnífico, amplio y cuidado, con mármoles y zonas nobles, con todo tipo de equipamientos, zonas de espera, aire acondicionado hasta las mismísimas pistas de embarque, escaleras mecánicas, servicios de megafonía y señalética, aseos dotados de todas las comodidades, servicios de información y atención al pasajero, junto a mullidos sillones que inundan todas las salas. Da igual si el extranjero va o viene de Lituania o de Manchester, si es un hooligan o un pacífico turista, si viene a tostarse bajo el sol de Benidorm o si acude a visitar a su familia. Por el contrario, para todos aquellos que deciden utilizar el barco con destino a Argelia les tenemos reservadas todo tipo de penalidades y unas instalaciones más parecidas a un campamento de refugiados, que a una estación marítima.

Efectivamente, el dispositivo que todos los años anuncia a bombo y platillo el subdelegado del Gobierno para atender a los pasajeros que durante los meses de verano utilizan el puerto de Alicante supone un sin sentido al que nos hemos acostumbrado. ¿Anunciaría el subdelegado del Gobierno con el mismo boato la atención a decenas de miles de turistas que cada mes son atendidos en el aeropuerto de L'Altet? Evidentemente, no. En cambio, lo hace con parsimonia, explicando el dispositivo montado en el puerto de Alicante durante el verano. Y así, se anuncian inversiones millonarias empleadas, eso sí, en policías, agentes de seguridad y vigilantes del puerto, unos gastos que vuelven a situar a estos pasajeros como peligrosos delincuentes necesitados de la más feroz de las vigilancias. Por el contrario, el conjunto de las instalaciones y de infraestructuras de tránsito y ayuda a estas personas se mantiene en condiciones lamentables, olvidándose que son eso precisamente, personas, pasajeros que pagan fuertes sumas de dinero para poder comprar unos billetes de barco en el que se cobra por todo, ascendiendo incluso a más de 200.000 pesetas el coste de los billetes. ¿Y qué es lo que reciben a cambio? Una sala de taquillas que hace las veces de vestíbulo, tienda, sala de espera, comedor, dormitorio e incluso lugar para cambiar la ropa a los bebés, donde es normal ver a mujeres y a niños comer e incluso dormir en el suelo, contando eso sí con unos ventiladores de techo que dan a la sala un aire de novela de aventuras de principios de siglo. Para beber agua, lavar la ropa o hacer las abluciones, estas personas tienen unas simples cañerías al aire libre que más parecen un abrevadero de animales. Un ligero toldillo de plástico sujeto por unos barrotes metálicos sirve de aparcadero para algunos coches, más bien pocos, dejándose otros bajo una nave grasienta que se utiliza habitualmente de almacén de mercancías. Como aseos de refuerzo se alquilan casetas de chapa metálica que se recalientan con el sol y se van deteriorando a medida que avanza el verano. Por supuesto, nada de megafonías, carteles informativos, salas para la oración, vigilancia de los vehículos, asientos suficientes, comedores, zonas recreativas para los niños o lugares en los que poder comprar fruta o alimentos de primera necesidad para familias que en algunos casos tienen que pasar varios días esperando a la salida de su barco, y todo ello a pesar de que diferentes equipos de trabajo tratan de atender a las personas que por allí pasan, con mucha mejor voluntad que medios. Y para que luego no digan, este año, y como excepcional mejora, se ha montado una maravillosa caseta de venta de helados, algo que sin duda supondrá un impresionante avance en la calidad de vida de las cerca de doscientas mil personas que utilizarán el puerto este año. Aunque eso sí, para asegurar que las condiciones de este campamento de refugiados montado en pleno puerto no sean cuestionadas, el señor subdelegado ha ido quitándose de en medio a todas aquellas organizaciones sociales que trataban de ayudar a estas personas y venían exigiendo una mejora en las instalaciones del puerto de nuestra ciudad. Primero eliminó a Alicante Acoge, después a Unicef, más tarde impide que los periodistas puedan hacer su trabajo con normalidad y puedan ir allí cuando lo deseen, haciendo del puerto de Alicante uno de los espacios más vigilados de la ciudad.

Todo esto sucede año tras año, a pesar de que el número de pasajeros que utilizan las instalaciones portuarias con destino a Argelia se ha incrementado de manera espectacular, demostrando con ello la visión tan estrecha que nuestras autoridades tienen de estos asuntos. Pero eso sí, como hablamos de argelinos, no importa que puedan pasar por allí hasta 200.000, o que paguen unas 200.000 pesetas por el billete de barco. ¿Dónde van a parar los miles de millones de pesetas que estas personas gastan en sus viajes?, ¿Es tan difícil proporcionarles unas condiciones dignas, unas instalaciones adecuadas, unos servicios similares a los que reciben otros extranjeros que en Alicante eligen viajar en otros medios de transporte diferentes al barco? ¿No hay ninguna autoridad que entienda que para estas personas, para la imagen de la ciudad, incluso para ofrecerlas un servicio mucho más eficiente, es necesario que la principal línea marítima que Europa mantiene con Argelia tenga la infraestructura que necesita? ¿Es tan difícil que el subdelegado del Gobierno en Alicante entienda que las personas e instituciones que venimos reclamando esto cada año, somos peligrosos malhechores, sino ciudadanos que aspiramos a que esta ciudad sea mucho más acogedora y sea capaz de dar el trato más digno posible a todas aquellas personas que vienen a nuestra ciudad?

Son preguntas cuya respuesta negativa se repite, año tras año, con la misma soberbia política de siempre. Mientras tanto, en las taquillas del puerto de Alicante, la familia Benali no se explica cómo después de haber pagado ciento ochenta mil pesetas por su billete a Argelia, sus cinco hijos tienen que estar tirados en el suelo porque no hay sillas, mientras la mujer duerme bajo su coche, sobre un asfalto grasiento y recalentado por el sol. Pero él no entiende de tribulaciones políticas, y tampoco comprende lo que le diferencia de los ingleses que llegan a cientos a un aeropuerto muy cercano en el que serían inimaginables las penosas condiciones que está viendo.

Carlos Gómez Gil es director Técnico de Alicante Acoge y profesor de la Universidad de Alicante.

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