Editorial:

Una tragedia contemporánea

A cien metros de profundidad bajo las gélidas y siempre tormentosas aguas del mar de Barents, 118 seres humanos permanecen atrapados, no se sabe si con vida, en el submarino nuclear ruso Kursk averiado durante unas maniobras. Como en las dramáticas esperas al borde de la mina -símbolo de la tragedia moderna- se lucha contra el tiempo. Nadie sabe cuántos habrán podido sobrevivir a la explosión y luego a las cada vez más insoportables condiciones del interior del submarino.Se trabaja, casi contra toda esperanza, por intentar salvar a esos jovencísimos marineros que si sobreviven lo hacen ...

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A cien metros de profundidad bajo las gélidas y siempre tormentosas aguas del mar de Barents, 118 seres humanos permanecen atrapados, no se sabe si con vida, en el submarino nuclear ruso Kursk averiado durante unas maniobras. Como en las dramáticas esperas al borde de la mina -símbolo de la tragedia moderna- se lucha contra el tiempo. Nadie sabe cuántos habrán podido sobrevivir a la explosión y luego a las cada vez más insoportables condiciones del interior del submarino.Se trabaja, casi contra toda esperanza, por intentar salvar a esos jovencísimos marineros que si sobreviven lo hacen en completa oscuridad, sobre una superficie con 60 grados de inclinación, con temperaturas heladoras, sin radio ni otra posibilidad de comunicación, sabiendo que el oxígeno se agota. Más de cien horas llevan en esas condiciones los jóvenes marineros y sus oficiales, mientras que en la base cercana a Murmansk y en toda la región, esperan los familiares y demás allegados que despidieron en su día a chicos de 20 años cuando zarpaban a bordo de uno de los submarinos orgullo de la Marina.

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En Rusia, la Marina, y no sólo desde los cañonazos del Aurora en San Petersburgo, ha sido siempre un poderoso símbolo de identificación nacional. Ese orgullo se encuentra ahora, como el submarino Kursk, en el fondo del mar. La flota nuclear rusa, gran bandera del poderío militar soviético, ha naufragado víctima del fracaso del sistema que la generó, y también de la corrupción y la desidia, del secretismo y oscurantismo -y la falta de medios- del poder actual. Unos cien submarinos, la mayoría con su combustible nuclear, se pudren literalmente en puertos rusos, muchos ya hundidos. Según informes noruegos, la Marina rusa utiliza desde hace lustros el mar de Barents como cementerio de reactores nucleares. Otros buques, incluyendo rompehielos también nucleares, navegan en un estado de seguridad calamitoso o se oxidan en las dársenas. Nadie sabe cuántos Chernóbil pueden tener escondidas las aguas del Barents. La gran flota se hunde, pero Moscú insiste en negarlo. Las últimas víctimas de esta política son los 118 tripulantes del Kursk. Aunque sobrevivieran.

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Si la suerte de los tripulantes de la nave siniestrada y su situación actual son motivo de conmoción y compasión, la actitud de las autoridades rusas lo es de indignación. Entre la población rusa cunde la irritación ante la delirante mezcla de incompetencia, falta de información y arrogancia de unas autoridades que han vuelto a mentir, como en Chernobil, a su propia población y a la comunidad internacional. El Estado ruso bajo Putin no parece haberse librado en materia de accidentes, alarma y limitación de daños de los hábitos de la URSS. De momento parece ya demostrado que el mando de la Marina ocultó durante 24 horas el suceso. Algún responsable político amplía a una semana la disponibilidad de oxígeno en la nave mientras todos los demás responsables lo desmienten. Y son muchas las dudas sobre la veracidad de muchos datos que han suministrado las autoridades, empezando por su afirmación de que el Kursk no llevaba cargas nucleares al margen de sus dos reactores.

Es comprensible que Moscú no quiera abrir las puertas de su submarino nuclear de última generación a norteamericanos o británicos. Pero no lo es semejante deslealtad con países vecinos que pueden verse afectados por la carga nuclear que yace en el fondo del mar de Barents, y mucho menos con su propia población, con los marineros y sus familiares. Como tampoco es soportable la idea de que siendo evidente la urgencia, perdiera 24 horas que podían ser clave para la vida de su propia gente. Muchos regímenes no han dudado en sacrificar no 118 sino muchas más vidas por cuestiones de prestigio; pero era de esperar que la Rusia del siglo XXI ya no estuviera entre ellos.

Finalmente, Moscú ha pedido ayuda al Reino Unido, que cuenta con un equipo que parece apropiado para este tipo de rescates. Lo ha hecho cuatro días después del accidente. Se impone en todo caso y para todos el esfuerzo de mantener ese resto de esperanza. Aunque fueran muy pocos, incluso uno solo, los supervivientes, esta operación valdría la pena. El objetivo de liberar a esos hombres del infierno en que se encuentran no puede supeditarse a otros cálculos. Y el submarino ha de ser recuperado de las aguas para que después de haber sido probable tumba de muchos no se convierta en bomba para otros. Después, todos habrán de extraer consecuencias de esta tragedia contemporánea rusa. Que nos conmueve y nos afecta.

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