Reportaje:

China comercia con riñones de presos ejecutados

La noche antes de que les ejecutaran, un programa de televisión chino mostró a 18 convictos e hizo públicos sus delitos. Wilson Yeo vio el programa desde su cama de hospital en China y sabía que uno de esos hombres que iban a morir le proporcionaría el riñón que tanto necesitaba.Yeo, de 40 años, un malaisio que regenta la sucursal local de una empresa de loterías, afirma que nunca supo el nombre del preso cuyo riñón está ahora implantado en su costado derecho. Sólo sabe lo que el cirujano le dijo: "El ejecutado tenía 19 años y lo sentenciaron a muerte por tráfico de drogas". "Yo sabía que me i...

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La noche antes de que les ejecutaran, un programa de televisión chino mostró a 18 convictos e hizo públicos sus delitos. Wilson Yeo vio el programa desde su cama de hospital en China y sabía que uno de esos hombres que iban a morir le proporcionaría el riñón que tanto necesitaba.Yeo, de 40 años, un malaisio que regenta la sucursal local de una empresa de loterías, afirma que nunca supo el nombre del preso cuyo riñón está ahora implantado en su costado derecho. Sólo sabe lo que el cirujano le dijo: "El ejecutado tenía 19 años y lo sentenciaron a muerte por tráfico de drogas". "Yo sabía que me iban a dar un riñón joven", declara Wilson Yeo ahora, un año después del trasplante. "Eso era muy importante para mí".

En los últimos años, al menos una docena de residentes de este estado malaisio han viajado a un hospital provincial de Chongqing, China, donde a cambio de dinero conseguían lo que no podían obtener en Malaisia: riñones en buen estado que prolonguen su vida.

Fueron a China, un país que la mayoría apenas conocía, con al menos 10.000 dólares (1.750.000 pesetas) en metálico. Encontraron una cultura médica en la que los riñones se otorgaban a quien tenía dinero y un médico era capaz de suspender el tratamiento si un paciente no pagaba. Los cirujanos les aconsejaban que esperasen hasta una fiesta importante, que es cuando las autoridades suelen ejecutar a la mayoría de los presos.

El método preferido de pena capital en China, el tiro en la nuca, sirve para los trasplantes porque no contamina los órganos de los presos con sustancias químicas venenosas, como las inyecciones letales, ni afecta directamente al sistema circulatorio, como lo haría un tiro en el corazón.

Más de mil malaisios han obtenido un trasplante de riñón en China, según S. Y. Tan, uno de los principales especialistas renales de Malaisia. Muchos pacientes van allí después de perder la esperanza de conseguir un donante de órganos en Malaisia, donde el periodo medio de espera para un trasplante es de 16 años.

Precios especiales

Las entrevistas a los pacientes sometidos a la operación en China revelan que aquí ha florecido un mercado para los riñones chinos, hasta el punto de que los pacientes de Malacca han negociado un precio especial con los médicos chinos.

En 1998, dos médicos del Tercer Hospital Afiliado, un complejo hospitalario militar de Chongqing, vinieron a Malacca y hablaron en el capítulo local del Lions Club sobre sus procedimientos. Los pacientes de riñón negociaron un acuerdo con los médicos: los residentes de Malacca tendrían que pagar 1.750.000 pesetas por el procedimiento en lugar de los 2.100.000 pagados por otros extranjeros.

Huelga decir que los trasplantes de riñón que estos médicos practican son muy controvertidos. La Sociedad de Trasplantes, un importante foro médico internacional, ha prohibido el uso de órganos procedentes de delincuentes convictos. Los grupos de derechos humanos califican la práctica de brutal.

Pero los pacientes que se han sometido a una operación en China dicen que en aquel momento estaban demasiado desesperados como para pensar en las consecuencias éticas. Y hoy, sencillamente, se alegran de seguir con vida. El viaje a Chongqing les ofreció la posibilidad de escapar de las máquinas de diálisis, las transfusiones de sangre, el mareo y los continuos vómitos. Y preguntan que por qué habría que desaprovechar órganos sanos si con ellos se pueden salvar vidas.

"La ética no es más que un juego para los que no están enfermos", afirma Tan Dau Chin, enfermero dedicado a los pacientes con diálisis en Malacca. "Permítame enfocarlo de otra manera: '¿Qué haría si le pasase a usted?".

Simon Leong, un habitante de Malacca de 35 años, sometido con éxito a una operación hace dos años en Chingqing, dice que el principio de comprar órganos está "mal". "Pero yo pensaba: tengo dos hijos, ¿quién se va a encargar de ellos?".

A Corrine Yong, de 54 años, que regresó de Chongqing hace dos meses, después de someterse con éxito a una operación, le dijeron que si no recibía un trasplante era probable que no viviese mucho tiempo. "No tenía elección", dice respecto a su decisión de ir a China.

Para los pacientes de riñón, la posibilidad de un trasplante en Malaisia son escasas. A pesar de la elevada tasa de mortandad automovilística -en un país de 22 millones de personas, mueren a diario una media de 16 en accidentes de tráfico-, el sistema de donación de órganos está asombrosamente subdesarrollado. El año pasado sólo hubo ocho donantes de riñón y hay miles de personas en la lista de espera oficial.

S. Y. Tan, el especialista renal malaisio, afirma que el bajo número de donantes en Malaisia se debe en parte a tabúes religiosos y culturales. Las familias musulmanas malaisias, concretamente, son reacias a permitir que se extirpen los órganos antes del entierro, aunque no sucede lo mismo en otros países musulmanes, como Arabia Saudí, que tiene un número relativamente elevado de donantes.

Algunos funcionarios chinos han admitido que en ocasiones se extraen los órganos de los convictos, pero niegan que la práctica esté extendida. Según un funcionario del Ministerio de Salud citado en el Diario de China en 1998: "En China es raro usar los cadáveres de convictos ejecutados o los órganos de un convicto ejecutado; cuando se hace, está sometido a un estricto control público y debe pasar por los procedimientos establecidos".

Ese punto de vista no coincide con las historias que cuentan los pacientes de Malacca, según las cuales los riñones se ofrecen al mejor postor, generalmente un extranjero. Simon Leong, el paciente de Chongqing, y su esposa, Karen Soh, que lo acompañó a China, afirman que el dinero es lo más importante para los cirujanos que practican la operación. Contaron que a otro paciente malaisio que había recibido un trasplante y había sufrido complicaciones se le acabó el dinero mientras estaba en Chongqing. "Le suspendieron la medicación durante un día", relata Karen Soh, refiriéndose a los medicamentos contra el rechazo. Según ella, el paciente ya estaba muy enfermo, y finalmente murió de infección a su regreso a Malaisia.

Los pacientes dicen que otros amigos que ya han recibido un trasplante les aconsejan que lleven regalos para los cirujanos. Corrine Yong les llevó una tetera de peltre y un marco. Karen Soh y su marido llevaron una botella de coñac Martell, un cartón de 555 cigarrillos de marca y un frasco de perfume para la mujer del cirujano. Según Soh, "lo llaman empezar con buen pie".

Después de finalizar la operación, la pareja regaló a dos de los médicos un sobre con dinero en metálico: 3.000 yuan (63.000 pesetas) para el cirujano jefe, y 2.000 yuan para su asistente. Otros pacientes también dieron propina, aunque las cantidades variaban. Podría ser tentador considerar el mercado chino de órganos como parte de los vínculos más generales que los chinos de otros países tienen con su país de origen.

Muchos de los pacientes son de hecho de etnia china y proceden de países -Malaisia, Taiwan, Tailandia- que conservan vínculos con China o con grandes minorías de etnia china.

Experiencia angustiosa

Pero si la experiencia de los paciente malaisios sirve de indicador, el viaje a China supone un grave choque cultural. Los pacientes recordaron condiciones antihigiénicas, y para aquéllos que no hablaban mandarín, la experiencia fue angustiosa.

A Simon Leong, que no habla mandarín, le ayudó su esposa, que le escribió una lista de frases para que las memorizase. La lista incluía: "Siento dolor", "tengo sed", "¿puede ayudarme a darme la vuelta?". Él sólo decía el número que correspondía a su queja y la enfermera miraba en la lista.

Aunque más difícil que la comunicación es pagar el trasplante. Para los Leong supuso reunir los ahorros de los miembros de la familia y solicitar fondos en los periódicos en chino. El coste de una operación equivale a varios años de salario para muchos malaisios. Pero, a pesar de los problemas financieros y del choque cultural, los cuatro pacientes entrevistados para este artículo afirman que no se arrepienten.

Wilson Yeo disfruta de una vida relativamente normal, mantiene un horario normal de trabajo y corre casi a diario. Cuenta que antes del trasplante estaba tan débil que tenía problemas para cruzar la calle y subir las escaleras. Las sesiones de cuatro horas de diálisis tres veces por semana eran "un infierno en vida".

-¿Le molesta tener el riñón de un hombre ejecutado en su abdomen?

-Rezo por él y le digo: "Espero que tu otra vida sea mejor".

-¿Y alguna vez se ha preguntado si el preso podría ser inocente?

El señor Yeo hace una pausa y mira al frente. "No he repasado esa parte; la parte moral", contesta. "No sé. No puedo planteármelo demasiado, tengo que vivir".

©International Herald Tribune

"Hombres jóvenes y violentos"

La donación de órganos ha sido siempre una cuestión incómoda. La terminología es eufemística y macabra. Los médicos hablan de "extraer" los órganos de pacientes clínicamente muertos, pero cuyo corazón todavía late. Y cuando entra en juego la cuestión de los presos ejecutados, los trasplantes se convierten en algo políticamente explosivo. "Es bien sabido que la pena de muerte en China se aplica a delitos que en los países occidentales no se considerarían crímenes capitales", afirma Roy Caine, un profesor de cirugía de la Universidad de Cambridge y de la Universidad Nacional de Singapur.Es imposible saber cuántos asiáticos viajan a China en busca de trasplantes de órganos. Pero los datos extraoficiales indican que la cifra es de varios centenares al año. También es imposible confirmar si todos los pacientes de China reciben órganos de presos ejecutados y no de otros donantes.

Pero los pacientes entrevistados afirman que los médicos chinos no mantienen en secreto la procedencia de los órganos. El día antes de que ejecuten a los convictos -habitualmente en tandas- se dice a un grupo de pacientes que se les operará al día siguiente.

Melvin Teh, de 40 años, un empresario de Malacca que recibió un trasplante de riñón en un hospital de Guangzhou hace dos años, explica que los médicos no daban el nombre de los presos. "Simplemente te decían que era un convicto", cuenta. "No te dicen lo que hizo".

Corrine Yong, de 54 años y con un trasplante reciente, afirma que los médicos le dijeron que los donantes eran "hombres jóvenes" que habían cometido crímenes "graves y violentos".

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