Reportaje:ARTE Y MEDICINA

El dolor de la enfermedad en las partituras

"En estas dos semanas he estado muerto como un perro... Tres médicos de los más notables de la isla de Mallorca me han reconocido. El primero me ha dicho que moriría, el segundo que estaba a punto de morir y el tercero que ya estaba muerto", escribe Chopin en una desgarrada carta a su amigo Julio Fontana. Miedo, tristeza, angustia, abatimiento, melancolía, desesperación, dolor y también paz son sentimientos que nacen de las enfermedades de los grandes genios de la historia de la música y que ellos han reflejado en su creación artística. Las partituras se han convertido de este modo en el cauce...

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"En estas dos semanas he estado muerto como un perro... Tres médicos de los más notables de la isla de Mallorca me han reconocido. El primero me ha dicho que moriría, el segundo que estaba a punto de morir y el tercero que ya estaba muerto", escribe Chopin en una desgarrada carta a su amigo Julio Fontana. Miedo, tristeza, angustia, abatimiento, melancolía, desesperación, dolor y también paz son sentimientos que nacen de las enfermedades de los grandes genios de la historia de la música y que ellos han reflejado en su creación artística. Las partituras se han convertido de este modo en el cauce contenedor de los borbotones que sangra el corazón enfermo del compositor.El tema de la conexión artística entre las dolencias físicas, en particular de las infecciones, y la producción artística de los grandes de la música clásica ha sido abordado en el libro Las enfermedades infecciosas y la música (editado por Círculo Médico). Sus autores son Manuel Gomis Gavilán, jefe del servicio de Enfermedades Infecciosas del hospital del Aire de Madrid, y Beatriz Sánchez Artola, del servicio de Medicina Interna del Gregorio Marañón de Madrid.

"No hemos pretendido hacer una investigación patográfica, sino una breve semblanza de algunas de las más geniales figuras del mundo sonoro y recoger los datos más verosímiles de sus historiales médicos. Obviamente, los datos médicos de la mayoría son muy escasos, cuando no han sido voluntariamente falseados.

Hemos buceado en la tradición oral o en el legado epistolar y sólo a veces hemos dispuesto de documentos fidedignos y autopsias, de las que además no siempre tenemos la certeza de que fueran rigurosas", admite Gomis, considerado el propietario de una de las mayores colecciones privadas de discos de música clásica del mundo.

En este libro, en el que los autores han indagado en la biografía de una cincuentena de compositores, se analizan la ceguera de Bach y Händel (producida en ambos al ser operados por John Taylor); las múltiples dolencias de Mozart y su supuesto envenenamiento; la sordera y la desesperación de Beethoven; la tuberculosis de Pergolesi, Haydn, Weber, Arriaga, Chopin y Stravinski; la sífilis de Schubert y sus sentimientos de intensa soledad; las somatizaciones y depresiones de Tchaikovski; las fobias y alucinaciones de Schumann, o la endocarditis de Mahler.

El neurólogo Alberto Portera explica en la introducción que son especialmente dramáticos los párrafos en que los propios compositores describen en cartas a sus amigos sus padecimientos físicos. Considerando que la esperanza de vida en los siglos XVIII y XIX no solía superar los 35 años, no sorprende que muchos de estos genios de la música murieran jóvenes. Arriaga falleció a los 21; Pergolesi, a los 26; Bellini, a los 34, y Mozart, a los 36. Ni su corta vida ni las múltiples dolencias que sufrieron impidieron una creación musical plena de belleza y fuerza.

Según recuerda Gomis, Schubert murió a los 31 y desde los 25 padecía una sífilis muy grave que, si bien le convierte en un misántropo, no le impide componer "cerca de 700 canciones radiantes de emoción".

"Es el ejemplo más claro", sostiene, "del hombre frente a la adversidad. Schubert es también paradigma del artista capaz de saber llevar a la música la aceptación de su propia muerte. De hecho, son muchos los amantes de la música que coinciden en que el sentimiento de la muerte es el que se desprende al escuchar el adagio andante de su Quinteto de cuerda".

Sánchez Artola cita el caso sorprendente de Bedrich Smenata, atormentado por la sífilis: "Pese a tener afectado el sistema nervioso central, fue capaz de seguir creando durante muchos años una obra plena de turbación, con partituras impresas con su dolor, como el autobiográfico Cuarteto para cuerdas número 1 en re menor, Desde mi vida".

En el libro se ofrece abundante bibliografía y datos de un diagnóstico que siempre viene encabezado por un probablemente o posiblemente.

"En el caso de Mozart", cuenta Gomis, "se habla de una enfermedad descrita cincuenta años después de su muerte con el nombre de eritema nodoso. En vida de Mozart se la conocía como escarlatina nodular, que nada tiene que ver con la escarlatina actual. Incluso determinar con certeza el origen de la sordera de Beethoven es harto complicado. Se barajan posibles enfermedades infecciosas y una de ellas es la sífilis".

En sus últimas sinfonías y sobre todo en Canción de la Tierra, Mahler vierte el dolor y la melancolía producidos por la muerte de su hija de cinco años por escarlatina y difteria.

Un caso similar de desgracia personal, pero con el efecto contrario sobre la composición musical, es el de Verdi, a quien la muerte de su mujer y sus dos hijos hunde emocionalmente, pero no le impide crear Nabucco, una obra de una fuerza musical que en absoluto refleja el sentimiento de profunda angustia que invadía al músico.

Los autores reconocen que uno de los aspectos que más han pretendido ensalzar en el libro es " la estremecedora fortaleza mostrada por todos estos músicos frente a la enfermedad propia y la de sus seres queridos".

Según Gomis y Sánchez Artola, es sobre todo en la ópera donde los músicos hallan la fórmula más verosímil para dar a conocer su enfermedad. Si hay una protagonista en La Traviata, ésta es la tuberculosis. Verdi hizo una descripción de la tisis en tres actos en esta obra y Puccini hizo lo mismo en su ópera La Bohème.

También se recogen en el libro las actuaciones de algunos médicos en las que fue peor el remedio que la enfermedad. Así, por ejemplo, el famoso oftalmólogo inglés John Taylor practicó dos intervenciones a Bach y le aplicó una serie de tratamientos con mercurio, que no sólo no tuvieron ningún éxito, sino que además causaron la ceguera del músico. Y curiosamente fue también este médico quien dejó invidente a Händel al intentar curarle sus cataratas.

Otro caso de desafortunada praxis médica es el que sufrió el cantante Enrico Caruso. En el estudio de Gomis y Sánchez Artola se relata cómo en el año 1920, época en la que el cantante napolitano ya había padecido dolores torácicos, al salir a escena a cantar el Elisir d'Amore, sufre un episodio de hemotisis y comienza a sangrar abundantemente y se tiene que pasar todo el primer acto limpiándose la sangre con toallas.

A la muerte del cantante su esposa declaró que Caruso falleció por la ignorancia de los doctores acerca del mal que padecía y por el temor que tenían a intentar una intervención de urgencia debido a la celebridad del enfermo.

La enfermedad depresiva fue uno de los males que atenazaron a compositores como Schumann y Berlioz. Este último llegó a escribir unas líneas en las se condensan el dolor y la amargura que le producía la enfermedad: "Es difícil elegir las palabras que expresen lo que he sufrido, la desesperante sensación de estar solo en el universo vacío, la agonía que me recorría como si mi sangre circulara helada por mis venas, el disgusto de vivir y la imposibilidad de morir".

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