Editorial:

Regresión en el Ulster

La suspensión de las incipientes instituciones autónomas del Ulster, y la reinstauración de la administración directa de Londres, constituye una medida excepcional de alto riesgo. El Gobierno británico ha tratado de salvar así su credibilidad tras 10 días de intensas e infructuosas negociaciones. Es posible incluso que sea un mal menor para evitar que el ministro principal de Irlanda del Norte, el protestante David Trimble, se viera forzado a dimitir. En todo caso es un castigo para toda la población por la contumacia de dos fuerzas políticas: por un lado, el IRA, que se ha negado a hacer un m...

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La suspensión de las incipientes instituciones autónomas del Ulster, y la reinstauración de la administración directa de Londres, constituye una medida excepcional de alto riesgo. El Gobierno británico ha tratado de salvar así su credibilidad tras 10 días de intensas e infructuosas negociaciones. Es posible incluso que sea un mal menor para evitar que el ministro principal de Irlanda del Norte, el protestante David Trimble, se viera forzado a dimitir. En todo caso es un castigo para toda la población por la contumacia de dos fuerzas políticas: por un lado, el IRA, que se ha negado a hacer un mínimo gesto de desarme dentro de los plazos que fijó el Gobierno británico; por el otro, el partido de Trimble, que al margen de los acuerdos de Stormont ha convertido el comienzo del desarme en condición sine qua non para mantenerse dentro de las instituciones recién creadas.Pero la drástica decisión de Londres puede haber suavizado el empecinamiento del IRA. Apenas unas horas después de su entrada el vigor el grupo armado irlandés entregaba a los supervisores internacionales un plan de desarme que ha merecido al menos el reconocimiento de que puede ser tenido en cuenta. Con ello se abre al menos una vía para que pueda restablecerse en breve plazo el funcionamiento de unas instituciones que han forzado a todas las partes contendientes a aprender a convivir e incluso a cooperar. Desde los protestantes más intransigentes que lidera Ian Paisley hasta los republicanos del Sinn Fein, brazo político del IRA. Si la suspensión se prolonga demasiado tiempo, el proceso puede pudrirse y retornar la violencia, una tentación nunca superada del todo por los extremistas de ambos lados.

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Las presiones ejercidas por todos, de Londres a Dublín, pasando por Washington, sólo parecen fructificar después de la suspensión de los órganos autónomos. Sería deseable que el IRA aceptara al fin que la entrega de armas es antes un gesto de creación de confianza que una rendición. Es cierto que el acuerdo de 1998 no preveía el final del desarme hasta mayo del 2000 y no fijaba plazo para su inicio, pero tampoco resulta disparatada la exigencia del partido de Trimble de que el IRA haga algún gesto de desarme para mantener en pie un gobierno de concentración.

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Trimble ha sufrido un serio desgaste en su partido. Y si no prospera el plan entregado in extremis por los republicanos, puede estar en juego el destino político de este protestante moderado que en 1998 compartió el Nobel de la Paz con el católico moderado David Hume. De no lograrse pronto un acuerdo sobre desarme, será cada vez más difícil volver a empezar.

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