Editorial:

Violentos intolerantes

EL PRESIDENTE del Gobierno, José María Aznar, el ex ministro de Justicia Juan Alberto Belloch y, el pasado jueves, el escritor vasco Jon Juaristi, el eurodiputado Alejo Vidal-Quadras y el catedrático Francesc de Carreras han experimentado en propia carne la violencia intolerante en los campus universitarios catalanes. Una minoría de jóvenes adscritos al independentismo radical boicoteó un acto sobre el nacionalismo en la Universidad de Barcelona, con el mismo o peor estilo que lo hicieron hace una semana en la Autónoma de Bellaterra, o, hace más tiempo, en sucesivas intervenciones de Aznar en ...

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EL PRESIDENTE del Gobierno, José María Aznar, el ex ministro de Justicia Juan Alberto Belloch y, el pasado jueves, el escritor vasco Jon Juaristi, el eurodiputado Alejo Vidal-Quadras y el catedrático Francesc de Carreras han experimentado en propia carne la violencia intolerante en los campus universitarios catalanes. Una minoría de jóvenes adscritos al independentismo radical boicoteó un acto sobre el nacionalismo en la Universidad de Barcelona, con el mismo o peor estilo que lo hicieron hace una semana en la Autónoma de Bellaterra, o, hace más tiempo, en sucesivas intervenciones de Aznar en Lleida y de nuevo en Bellaterra.Las actuaciones de estos grupúsculos violentos que coartan la libertad de expresión no son un fruto circunstancial o excepcional que no merezca la atención de la opinión pública. Su actuación suele tener el origen en la tolerancia o en la benevolencia con que son tratados por las autoridades académicas o desde sectores nacionalistas mucho más moderados. Quienes han venido negando a un sector de la opinión catalana -en concreto, al Partido Popular o a los componentes del Foro Babel- el derecho al debate sobre el carácter del nacionalismo o sobre las políticas lingüísticas de la Generalitat han alentado a los más jóvenes y menos escrupulosos a que conviertan la teoría en práctica coercitiva.

La opinión pública catalana ha conseguido sacarse de encima los tabúes que dificultaban discutir abierta y libremente sobre la lengua y la identidad. Las últimas elecciones autonómicas son una demostración más de este progreso. Pero es grave que la Universidad, lugar por definición de la libertad y de la universalidad, sea todavía el coto cerrado de las actuaciones de un fascismo incipiente que hay que rechazar y ayudar a yugular antes de que extienda sus tentáculos.

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