Tribuna:

Misa mayor socialista

Las épocas de mutación y turbulencias necesitan que las celebraciones y los ritos intervengan como soportes de la identidad comunitarias. Tal es el caso de los congresos de las organizaciones políticas, religiosas y sociales. La reunión de esta semana en París de los 143 partidos que forman parte de la Internacional Socialista responde a esa necesidad. Máxime cuando se trata del principal actor político mundial, de carácter no institucional, con que cuenta la comunidad internacional. Pero en nuestras sociedades mediáticas de masa para que esas operaciones simbólicas puedan funcionar han de ser...

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Las épocas de mutación y turbulencias necesitan que las celebraciones y los ritos intervengan como soportes de la identidad comunitarias. Tal es el caso de los congresos de las organizaciones políticas, religiosas y sociales. La reunión de esta semana en París de los 143 partidos que forman parte de la Internacional Socialista responde a esa necesidad. Máxime cuando se trata del principal actor político mundial, de carácter no institucional, con que cuenta la comunidad internacional. Pero en nuestras sociedades mediáticas de masa para que esas operaciones simbólicas puedan funcionar han de ser acciones personalizadas, masivas y de adhesión voluntaria. Juan Pablo II y sus ceremonias religiosas en inmensas explanadas y las macrofiestas de la música tecno, a cuyo papado aspira Jack Lang, son los dos ejemplos más emblemáticos. Por lo que la reunión de la Internacional Socialista, superprotegida e inaccesible, y sin un líder con quien identificarse, no podía tener pegada política. Y no la ha tenido. Había que haberle dado una cara y haberla sacado a la calle. ¿Por qué no se programó una gran fiesta popular en torno de un objetivo político obvio y concreto, por ejemplo la abolición de la pena de muerte en el mundo, formalizado en una serie de compromisos específicos asumidos públicamente por los líderes socialistas? Sin ello, la reunión de París, más que de una misa mayor, ha dado la impresión de un triduo claustral, en el que los superiores del convento después de haber silenciado sus diferencias han recitado con disciplina y fervor el mismo breviario consensuado.La globalización ha sido el eje central de la Declaración de París, que es la forma asumida por el breviario. Más allá del inventario de consideraciones y de consecuencias, sobre todo negativas, de la globalización que en ella se señalan, el problema está en la naturaleza del proceso. Para muchos, en especial para sus promotores ideológicos y para sus beneficiarios económicos -las multinacionales y el big business-, se trata de un desarrollo ineluctable, con grandes potencialidades y algunas disfunciones a corregir, que sería suicida desaprovechar. Esta aceptación reformista y positiva es la que subyace en la posición de la IS y que conviene discutir. Pues somos bastantes los que pensamos que el entramado de condicionantes tecnológicos y de comportamientos económico-financieros que llamamos globalización no es consecuencia de un inescapable determinismo técnico-social, sino el resultado de una voluntad, en ocasiones explícita y en otras implícitamente convergente, de los poderes que rigen nuestras sociedades. Que cabe modificar en su totalidad. En la oferta ideológica que se nos ofrece, calificada de Progreso global, el adjetivo global nada nos aclara sobre qué ha de entenderse por progreso después de la quiebra de los ideales de la modernidad y de la implosión de lo social-público. De aquí que la ausencia del trabajo como referencia y como categoría, y de los trabajadores como protagonistas, sea incongruente con la filiación socialista del texto.

Finalmente, el censo de propuestas que se nos hacen -lucha contra la pobreza, por los derechos humanos, reforma de la ONU, del Consejo de Seguridad, del FMI, del Banco Mundial, de la OMC, protección del ecosistema, regionalización del espacio geopolítico mundial- coinciden con las proclamadas en otros foros, pero sin concreciones más específicas y operativas se quedan en píos deseos que poco pueden dar de sí. Más futuro podrían tener las de La República Social Europea, club de la izquierda socialista de Francia, Alemania y España, que quieren suscitar una alternativa al capitalismo actual, instaurando la tasa Tobin en las transacciones monetarias, estableciendo un orden público-social internacional, terminando con todas las armas de destrucción masiva, priorizando las energías renovables, promoviendo el desendeudamiento de los países en desarrollo e impugnando el liberalismo en las negociaciones con la OMC. Pero ¿cómo hacer avanzar todas esas propuestas si las armas, la política y el Estado-nación con que quieren imponerse son sólo herrumbrosas lanzas? Los enemigos españoles de Felipe González pueden dormir tranquilos. La Comisión para el Progreso Global que preside tiene todavía mucha tela que cortar.

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