Editorial:

Oslo, otra vez

LOS PROCESOS de paz suelen precisar tanto de pompa como de sustancia. La reunión de dos días celebrada en Oslo entre el primer ministro israelí, Ehud Barak, y el líder palestino, Yasir Arafat, bajo la advocación del presidente Clinton, ha tenido por ello el carácter de una fiesta mediática sobre el proceso de paz árabe-israelí, en la que no se pretendía resolver nada, pero que no por ese motivo carece de importancia. El antecesor de Barak, Netanyahu, había propiciado reuniones similares para intentar insuflar vida a lo que no la tenía. En Oslo, en cambio, se estaba dando cobertura a unas conve...

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LOS PROCESOS de paz suelen precisar tanto de pompa como de sustancia. La reunión de dos días celebrada en Oslo entre el primer ministro israelí, Ehud Barak, y el líder palestino, Yasir Arafat, bajo la advocación del presidente Clinton, ha tenido por ello el carácter de una fiesta mediática sobre el proceso de paz árabe-israelí, en la que no se pretendía resolver nada, pero que no por ese motivo carece de importancia. El antecesor de Barak, Netanyahu, había propiciado reuniones similares para intentar insuflar vida a lo que no la tenía. En Oslo, en cambio, se estaba dando cobertura a unas conversaciones que por cauces no públicos discurren ya, muy probablemente, entre israelíes y palestinos, de un lado, e israelíes y sirios, de otro.El lunes dará comienzo lo que se presenta como la última fase de las conversaciones de paz, con el objetivo de contar para febrero con un acuerdo-marco sobre la extensión de la retirada israelí de los territorios ocupados, la pretensión palestina de que la Jerusalén árabe sea la capital de su futuro Estado y la suerte de los palestinos expulsados o huidos del territorio en la guerra de 1948. Sobre ese plan de trabajo se asegura -de parte israelí-que se aspira a tener un documento verosímil de paz para septiembre del 2000.

Pero mientras se celebraban las reuniones con luz y taquígrafos de 1992 y 1993, equipos de ambas partes negociaban al mismo tiempo muy privadamente en Oslo los acuerdos que permitieron firmar el acto de fe en la paz del 13 de septiembre de 1993, en Washington. De manera parecida, todo indica que las reuniones oficiales pueden verse ahora alimentadas por todo lo que se negocia con la discreción necesaria en otros escenarios. Algo que está ocurriendo en estos momentos, al menos a nivel de intermediarios, entre Siria e Israel sobre los altos del Golán, como ha reconocido Barak en declaraciones a la prensa.

Ante tanto optimismo, Arafat pone buena cara, aunque no deja de repetir una cantilena de reivindicaciones que no parecen hoy más próximas a cumplirse que ayer, como el reconocimiento de una verdadera independencia de un futuro Estado palestino, la recuperación de la Jerusalén árabe y la repatriación o compensación económica a los refugiados, y no sólo a los de 1948, lo que en teoría admite Israel, sino también a los de 1967.

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Ambas partes siguen planteando, por tanto, posiciones bastante alejadas entre sí, y Barak continúa sin ofrecer la congelación de los asentamientos en Cisjordania, que es lo mínimo que necesitaría su interlocutor para mostrar que este nuevo Oslo es algo más que pompa. Pero ni uno ni otro desean la ruptura, y por ello habrá que fiar el posible acercamiento de posiciones a esas conversaciones paralelas en las que Israel sigue teniendo las mejores cartas en la mano, como es la presión que podría ejercer un acuerdo de retirada del Golán con Siria sobre un Arafat que entonces se quedaría pavorosamente solo.

Será estupendo que para cuando llegue el próximo septiembre haya una firma de paz en Oriente Próximo. Pero no, necesariamente, de cualquier paz.

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