Tribuna:

De aniversarios y celebraciones

KOLDO UNCETA

La polémica desencadenada por parte de las distintas fuerzas políticas del paísdurante la pasada semana en torno al 20 aniversario del Estatuto de autonomía y su celebración o no ha vuelto a poner de manifiesto hasta qué punto dichas fuerzas viven a veces de espaldas a la realidad social que les rodea.

Lo primero que llama la atención en todo este asunto es la ausencia de mesura, de calma, de normalidad, y la capacidad de armar follón que tienen algunos dirigentes políticos, a partir de cualquier cosa. Porque el problema no es celebrar o no un aniversario, cosa que p...

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KOLDO UNCETA

La polémica desencadenada por parte de las distintas fuerzas políticas del paísdurante la pasada semana en torno al 20 aniversario del Estatuto de autonomía y su celebración o no ha vuelto a poner de manifiesto hasta qué punto dichas fuerzas viven a veces de espaldas a la realidad social que les rodea.

Lo primero que llama la atención en todo este asunto es la ausencia de mesura, de calma, de normalidad, y la capacidad de armar follón que tienen algunos dirigentes políticos, a partir de cualquier cosa. Porque el problema no es celebrar o no un aniversario, cosa que por otra parte pertenece al universo de lo simbólico, sino crispar, a golpe de declaraciones sobre dicha celebración, la vida del país.

Que nuestra realidad social es compleja y problemática es de sobra conocido. Que el Estatuto fue un acuerdo difícil y largamente trabajado, también. Que el mismo representó un encaje de bolillos entre las tesis soberanistas (véase la disposición adicional) y las posiciones autonomistas es algo de lo que los historiadores han dejado constancia. Que el desarrollo político, social, y económico habido en Euskadi en los últimos años es inexplicable sin el Estatuto, no parece que admita mucha discusión. Que 20 años después aún faltan transferencias importantes lo reconoce todo el mundo, con el propio Parlamento vasco a la cabeza, que las enumeró solemnemente. Que son bastantes las promesas incumplidas, desde el famoso mitin de Felipe Gonzalez en Anoeta hasta hoy, puede demostrarse con sólo tirar de hemeroteca.

La realidad no es por tanto blanca ni negra, como se empeñan en dibujar algunos. La mayoría de las gentes de este país es capaz de percibir los tonos grises del cuadro en que vivimos, y de amoldarse a dicha situación matizando y pactando todos los días con sus vecinos, sus compañeros de trabajo, su familia. ¿Qué es lo que impide a los representantes públicos aceptar esa realidad compleja, mientras siguen empeñándose todos los días del año en el estéril debate sobre si la botella está medio vacía o medio llena?

A uno le hubiera parecido más normal que los nacionalistas dijeran que, aunque el Estatuto no ha cumplido todas las expectativas trazadas, e incluso que no ha aprovechado todo el esfuerzo realizado en 1979, tenemos, sin embargo, mucho de lo que alegrarnos por lo conseguido en estos veinte años de autonomía. También hubiera preferido que los no nacionalistas reclamaran hoy el valor del Estatuto y de lo logrado con el mismo siendo capaces, al mismo tiempo, de reconocer que, en su plasmación práctica, no ha representado lo que de él esperaba una parte de la sociedad, y que sería bueno pactar cuanto antes su pleno desarrollo. Pero no, parece que los tiempos no están para muchos matices.

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Tan absurdo es decir que el desarrollo estatutario habido colma las aspiraciones del conjunto de la sociedad vasca, y que por lo tanto es la hora del brindis y el champán, como sotener que el Estatuto ha significado una gran frustración que nos ha hecho perder veinte años. No es la hora de la autocomplacencia, ni tampoco la del desagravio, como algunos pretenden. Es, sin más, una fecha simbólica que bien hubiera podido emplearse para abrir un debate sereno sobre el futuro político del país.

Veinte años es un buen plazo para revisar el pasado y encarar el futuro sin complejos ni ideas preconcebidas, máxime si se tiene en cuenta el enorme cambio sociológico y el relevo generacional habidos en un País Vasco, en el que ya no están bastantes de los que votaron en 1979 y en el que, por el contrario, se han incorporado a la vida civil y política muchas personas que entonces no pudieron votar o que, incluso, no habían nacido.

¿Será que hace falta también un relevo generacional en la llamada clase política?

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